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CONVERSACIONES CULTURPLAZA

Alberto González (Querido Antonio): "Vivimos en una censura democratizada"

19/02/2017 - 

VALÈNCIA. A falta de una mejor memoria colectiva, la Historia del Arte en general y la hemeroteca en particular nos sirven para recordar que los movimientos culturales que transgreden a su tiempo surgen en el undeground. Sin embargo, las vanguardias encargadas de violar el contexto social se han topado este siglo con una realidad comunicacional inédita en la Historia: internet. Allí opera una generación de artistas y pensadores que durante los últimos años ha empezado a definirse en torno a los buenos propósitos de ese legado en construcción: hacer uso y apología de sus libertades, deformar y detonar la corrección política, y sacudir a la obesa y precaria sociedad del bienestar.

Este viernes, uno de esos agentes dobles, de los que operan desde una creación subversiva y cuyo mensaje se convierte en masivo a base retuits y grupos de WhatsApp, visitaba València. Lo hacía junto a su compañero en El Intermedio Fernando González (Gonzo) y en el contexto de Factoría Rambleta. Lo hacía con su nombre, Alberto González Vázquez, con el que ha publicado un par de libros (Humor cristiano y Todos los hijos de puta del mundo) y, entre otras tantas cosas, acaba de firmar el primer videoclip del nuevo álbum (Disco duro) de Joe Crepúsculo:

Por él, titulares como "A Rajoy le explota la cabeza en el último videoclip de Joe Crepúsculo" cargaban este mismo viernes las filias y fobias en torno a Querido Antonio, el nombre con el que González Vázquez se ha hecho popular en el entorno online. Popular a partir de su trabajo como guionista y autor de satíricas cortinillas para el programa que presenta El Gran Wyoming, conocido también por sus viñetas para El Mundo Today e ideas para Orgullo y Satisfacción, autor de animaciones para textos de Juan José Millás o vídeos musicales de Miguel Bosé, aprovechamos su paso fortuito por la ciudad para conversar con él.

-En televisión has trabajado con distintos equipos de guionistas. Desde el programa de sketches junto a Borja Cobeaga pasando por Muchachada Nui y ahora El Intemedio. ¿Qué rol has ocupado en esos equipos creativos?
-Distinto rol, la verdad. Han sido programas muy diferentes. En un programa de sketches, por ejemplo, tu papel queda bastante difuminado. Y así fue el caso. En El Intermedio tengo un papel mucho más independiente, con una voz mucho más propia. Trabajo solo, en silencio, de hecho. Veo los brutos, los ejecuto a la vez. Con esos vídeos todo empieza y acaba en mí, así que todo esto funciona de puta madre si eres un poco autista. Resulta bastante interesante así.

-Descrito así y teniendo en cuenta qué supone El Intermedio en el contexto televisivo, ¿eres consciente de estar en una especie de isla de libertad en pleno prime time?
-Pues... no soy muy consciente de estas cosas, pero si hago ese ejercicio de plantearme la suerte que tengo en este espacio de televisión. Si lo piensas objetivamente se acerca bastante a lo que podría llamarse un trabajo ideal. Tengo una independencia absoluta más allá de las limitaciones obvias del trabajo en televisión. Me refiero a lo que tiene que ver con los horarios, los tiempos, las entregas... para todo el mundo. Así que sí, valoro bastante la libertad que me concede trabajar en un sitio así, haciendo lo que hago. Llevo 11 años haciéndolo y sigo disfrutando de ello.

-¿Con el equipo, has comentado alguna vez que los buenos datos de audiencia quizá no duren para siempre?
-Entre los compañeros, sí, claro. El programa lleva 11 años y desde hace 10 llevamos baticinando la defunción de El Intermedio a un par de años vista. Siempre decimos, 'bueno, en un par de años...', y cada uno fantasea con lo que hará después. Pero esto no tiene fin. La coyuntura política ha facilitado el crecimiento de audiencia. Me refiero al hartazgo político. Y el programa es lo suficientemente flexible como para reconvertirse. Ha habido muchas novedades y eso es bueno. A la audiencia todo le cansa rápido, pero no para de haber novedades. Ahora tenemos un nuevo actor en escena como Trump, que es una constante de posibilidades.

Foto: ESTRELLA JOVER

-Tu trabajo ha provocado reacciones muy críticas, sobre todo a través de las redes sociales. ¿Alguna vez has llegado a ir a juicio por ello?
-Al programa ha llegado alguna denuncia, pero era tan absurda... Si alguna vez ha llegado algo ha sido tan nimio que mi sensación es que solo ha servido para hacerle perder el tiempo a la justicia y sobre todo al tío que denuncia. Pero bueno, esas reacciones o esas denuncias tienen que ver con el absurdo en el que estamos viviendo en general. La persecución que tiene todo que ver con la Ley Mordaza. La persecución pública de la libertad de expresión. Y es algo que aterra bastante, que me atañe bastante. No en mi trabajo para El Intermedio, porque ahí tengo el parapeto del programa, pero sí como persona, cuando me expreso por mi cuenta. Por ejemplo, en Twitter. Pasas a tener todo el tiempo cierta cautela. Vivimos en una censura democratizada.

-¿Es posible que la corrección política sea la consecuencia de esa Ley Moradaza?. Es decir, que la democracia en su estado de maduración y corrección, haya propiciado que los censores se envalentonen.
-Me resisto a creer que es así, porque me parecería una traición tan grave... Lo que asumo es que si digo tal o cual cosa hay 15 gilipollas que van a pedir mi cabeza en Twitter. Esas tormentas creo que están sobredimensionadas. Es cierto que vivimos en una época complicada. La censura democratizada que se ejerce sobre los autores, los linchamientos masivos en redes sociales, se ha convertido a veces en algo pero que una censura. Es una censura más abitraria que la de cualquier estado fascista. Ahora es muy fácil escandalizar a la gente y no sé nunca si es porque hay muchos tontos o porque con las redes sociales hay mucho ruido. Es bastante preocupante. 

-¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
-La libertad de expresión no ha sido un problema cuando ha sido ejercida por los medios de comunicación sobre los que se ejercía un control. Ahora, cualquiera tiene 'su canal', su 'medio de comunicación' y hace uso de la libertad de expresión. Resulta que eso se ha vuelto peligroso. Por eso tengo la sensación de estar viviendo una especie de germen o de semilla de lo que puede pasar en el futuro. Me refiero a controlar voces disidentes, a localizar a voces molestas. Y, de paso, todo esto, sin que nos paremos a pensar un rato en cómo funcionan o qué son las redes sociales.

-¿Tienes la sensación de que la sociedad o tu entorno de creadores va entrando en una etapa de autocensura en las redes sociales?
-Me resisto a creerlo, pero creo que, inevitablemente, sí. Es una pena porque es obvio que no puedo hacer los mismos chistes en Twitter que hago en privado. Antes del nacimiento de las redes sociales ya existían esos chistes en privado y creo que es algo de lo que se ha hecho un aprovechamiento muy ilícito. Me refiero a que, en aquel entonces, esa barrera, no estaba tan clara y, bueno, tampoco me parecería mal que no estuviera clara si la gente fuera capaz de asumir ese humor, esa idea más extrema. Pero no es el caso. Entonces, ven una idea tuya de 2009, de cuando Zapata tenía 120 seguidores en Twitter, y la usan hoy. A mí me parece una violación de la privacidad y del sentido de aquel mensaje en aquel momento. 

-No suele haber  espacio para hacer entender que la gente cambia de opinión. Sobre todo, gente que durante el nacimiento y crecimiento de esas redes sociales ha tenido edades todavía no tan adultas.
-Sí, claro. Generaciones que han crecido justo mientras todo esto sucedía. Que se abrieron el Facebook con 17 años y hoy tienen casi 30. O que tienen 17 ahora. ¿Cómo vas a juzgar igual a esa persona? Una persona que en esos años ha evolucionado muchísimo hasta ahora. Es algo que no hay tiempo para tener en cuenta. Pero claro, esto no lo podemos ver en el Twitter de José María Aznar cuando tenía 17 años. Para mí tendría un gran valor eso. Asomarnos a eso. Es una curiosidad.


APUNTES DE LA ENTREVISTA

-La entrevista es telefónica. Mientras desayuna, a las 9am.

-Alberto prefiere hacerla a esa hora porque luego su biorritmo se alinea con la frenética escritura de El Intermedio. 

-(Casi) Nunca ve el programa en casa.

-Su trabajo es solitario y parte del visionando imágenes de agencia. 

-Su 'musa' es la Agencia EFE.

-Además de guionista y viñetista, es el autor de un gran número de cortometrajes y videos en los que la claridad del mensaje se sobrepone a las precisiones técnicas audiovisuales.

-A sus pensamientos y obras le rodean amigos en Madrid entre los que se encuentran artistas como Nacho Vigalondo, Borja Cobeaga o el mismo Joe Crepúsculo.

-La opinión pública tampoco tiene muy claro qué valor añadido aportan expresiones de libertad como Orgullo y Satisfacción [cerrará a final de año]. Quizá no está dispuesto a pagar por ello porque tampoco tiene muy claro qué le va a reportar hoy y en el futuro.
-Es un caso que, sí, tristemente... es la libertad de expresión en su máxima expresión, valga la redundancia. Y de la que se benefician muy pocos, aparentemente. No es algo que la opinión pública perciba que va a influir en su vida diaria. Nuestro problema es esa percepción marginal. El problema de que nadie va a pelear por defender la libertad de expresión por ti. Nadie se pone a defender nada que no perciba que le afecta en particular. Así que esto se convierte en una batalla de muy pocos individuos dentro de una masa infinitamente mayor.

-¿Y cómo se combate en esa batalla?
-Negándose a claudicar. Hace nada tuve un amigo que tuvo un buen jaleo por Twitter, pensando en si borrar el tuit, disculparse y su puta madre. A mí son cosas que me parecen muy truculentas de esta sociedad, pero yo en estos casos, siempre digo lo mismo: el error es disculparse. Eso es dar la razón. Eso es ponerse 'la mordaza'. Así que hay que aguantar y hacer una labor divulgativa de lo que ahí sucede porque siempre hay alguien que está dispuesto a escucharla y comprender.

-¿Cuál sería el genotipo del violento en las redes?
-La gente más agresiva, en un porcentaje altísimo, tiene una bandera en su avatar. La bandera de su región, la de España, el escudo de un equipo, el logo de un partido político... nadie se imagina hasta qué punto eso es una constante. Yo creo que merecería la pena estudiarlo. 

-Volvamos a hablar de tu actividad. ¿Ves el programa?
-No. Casi nunca. Es una cuestión de biorritmo. Después de pasar todo el día allí y de estar al tanto por imperativo de todo lo que va a suceder, cuando llego a casa o cuando salgo del trabajo, lo último que quiero hacer es 'seguir en el trabajo'. 

-¿Cuál es tu fuente primordial de ideas para esas cortinillas?
-Mi mayor fuente de inspiración es la Agencia EFE. Lo que hago, básicamente, es ver las imágenes de las agencias y pensar en ello. Solo. Mi sensación es que meto ideas en esos huecos de las imágenes. A menudo en los espacios donde nadie ve nada de esas ruedas de prensa que acaban en los telediarios. A mí me gusta así el trabajo, mirando esas imágenes en solitario. Espero que siga así.

-¿Cómo surge ese 'puesto de trabajo'?
-La idea ha ido evolucionando, pero cuando empezamos no sabía muy bien qué iba a ser, qué iba a hacer. Las primeras propuestas eran algo así como mezclar cosas, cuanto más dispares mejor. La televisión no es algo inabarcable, es algo finito, y los contenidos son muy parecidos, así que mezclar a un político o a Ortega Cano con según qué otros brutos le da un dramatismo poderoso a la pieza. Es fácil, visto así. Y vas probando cosas todo el tiempo. Muchas no encajas, pero sigues. 

-No ves El Intermedio, ¿pero ves televisión?
-No mucho. Lo que me toca por imperativo laboral. La televisión que veo es HBO y Netflix.

-En la extinta Canal Plus, dentro de su programa Lab, llegaste a tener un proyecto de serie con ciertas conexiones a tus vídeos para El Intermedio: Cien enfermedades incurables. ¿Qué fue de ella?
-Ni siquiera llegó a suceder. Iba a ser una especie de... no sé. No llegó a definirse. Recuerdo que era una idea muy experimental y que nació justo antes de que empezara a haber recortes por todas partes. El proyecto Lab no salí a flote y se quedó un poco varado, aunque yo lo rescaté por mi cuenta. Saqué varios vídeos. Uno de ellos es el que nutre a Los reyes magos, que es de los más populares que he tenido. Todas esas ideas están por ahí colgadas.

-Te lo pregunto porque dada la cantidad de material audiovisual que has creado durante estos años, tu conocimiento del medio y tus relaciones, ¿nadie te ha propuesto hacer una serie? ¿Tienes en mente esa posibilidad?
-Bueno, es algo que está ahí. Es muy complicado, claro. Me parece un trabajo gigantesco... inabarcable. Me aterra. Acostumbrado a trabajar rápidamente para obtener resultados. En plan, ¿qué haré hoy? Haré siete vídeos que empiezan y que acaban. Y el retorno en unas horas me satisface mucho. Hacer el trabajo y obtener un feedback en cuestión de horas... creo que me he malacostumbrado a eso. Es mi terreno, mi zona de conforto. Lo que no sé es si lo ha sido siempre, pero como lo he trabajado y es algo que está en mi carácter, pensar en una serie... es un mundo.

-En toda tu obra hay un rasgo distintivo, casi obvio: el mensaje por encima de todo. ¿Qué piensas de aquellos que te rodean en el audiovisual o en la ilustración y que supeditan la publicación de su trabajo a conseguir los recursos técnicos más altos?
-Me he encontrado bastante con esto y me parece absurdo. Lo único que importa, desde mi punto de vista, es tener algo que contar. Soy muy desprejuiciado con eso. Me lo paso por el arco del triunfo. No me interesa. Lo fundamental es que lo que cuentas se entienda. Para conseguir eso, tienes que alcanzar un mínimo común denominador. Si me hubiera tenido que esperar a tener una Red One [una cámara profesional] para hacer cortos... estaría esperando todavía. No habría contado anda en mi vida. Y si no puedo contar con un ilustrador acojonante para contar cosas, pues le doy salida. El tema técnico lo he percibido mucho más en el cine. Los cortometrajistas tienen estas cosas. Pero bueno, ahora creo que se puede hacer una pieza con bastante calidad técnica, más que aceptable, hasta con tu móvil.

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