Escribir sobre el PP en estas agitadas horas es correr el riesgo de que el artículo se quede viejo a los pocos minutos de publicarse, así que voy a dedicar esta columna a Vox, cuya trayectoria ascendente sin sobresaltos va camino de acabar en un gobierno, sea autonómico o la mismísima Moncloa. Sería una desgracia. Alguno estará pensando que si Sánchez con los comunistas, que los independentistas, que los proetarras… Sí, los pactos de Sánchez con Bildu me parecen inaceptables, inmorales, vomitivos... Pero hoy voy a hablar de Vox.
Lo que menos me gusta de Vox, aunque parezca anecdótico, es que cuando se les pide a sus dirigentes que condenen un asesinato machista lo evitan con la misma fórmula que utilizan los proetarras cuando se les insta a repudiar los asesinatos de ETA: condenando "todo tipo de violencia, venga de donde venga"; esa indiferencia ante el dolor de una familia, ante la rabia de la sociedad; ese acudir al minuto de silencio por una víctima concreta, con nombre y apellidos, con una pancarta condenando "todos" los asesinatos intrafamiliares; ese menosprecio a la mujer que acaba de ser asesinada; esa provocación que recuerda a las de Otegui.
Lo segundo que menos me gusta de Vox es su xenofobia, de raíz aporófoba y racista, de la que Santiago Abascal hace proselitismo para que los derechos de los inmigrantes, a los que desprecia de manera selectiva, se traduzcan en votos para el partido. Y se traducen. Abascal no ha inventado nada, ha pasado demasiadas veces en Europa a lo largo de la historia.
Hay más cosas que no me gustan de Vox, un partido populista que propone soluciones simplonas para problemas muy complejos. Pero es un hecho que cada vez más gente esta dispuesta a votar a esta formación. ¿Por qué?
Esta es la segunda vez que escribo sobre Vox. En la primera, hace más de tres años, traté de explicar las causas que, a mi juicio, habían provocado el auge de la ultraderecha en las elecciones andaluzas celebradas a finales de 2018. Una de ellas, no la más importante pero muy significativa, fue el error de los partidos de izquierdas, y de algunos medios de comunicación 'indignaditos', de entrar al trapo de las provocaciones de Abascal y su gente, dándoles un protagonismo que no merecían siendo como eran un partido muy minoritario y extraparlamentario. Que hablen de uno aunque sea mal es el sueño de cualquier político. Si dieran la misma cobertura al Pacma o a Equo también acabarían entrando en el Congreso.
Algunas de estas atenciones eran interesadas, como evidenció Pedro Sánchez –o Iván Redondo– cuando de forma irresponsable quiso que Vox estuviera presente en los debates electorales de las elecciones generales donde por ley no tenía derecho a estar. Sin reparar en las consecuencias a largo plazo, Sánchez calculó que dar pábulo a Vox era debilitar al PP –acertó–, igual que Pablo Iglesias sabía que enfrentarse a Abascal elevaría las expectativas electorales de Podemos –el ejemplo más claro, en las últimas elecciones en Madrid– y despreció el alto precio que suponía elevar también las de Vox. Cuanto más crezca el partido de Abascal más se movilizará la izquierda, pero la apuesta tiene sus riesgos.
Junto a esta excesiva atención política y mediática, se ha producido, desde medios de comunicación conservadores, un paulatino blanqueamiento de Vox, del que se llega a decir que no es de extrema derecha. Cabría preguntarles qué partido queda a su derecha. También el PP ha necesitado blanquearlos para justificar sus acuerdos en algunas autonomías. Este proceso empezó con el patinazo de la 'foto de Colón' y la deriva de Albert Rivera para pescar votos en un caladero demasiado a la derecha para un partido liberal que defiende el aborto o el matrimonio homosexual y ve con buenos ojos la ley trans de Irene Montero.
A partir de entonces, la España de la brocha gorda se empeñó en equiparar a Vox con PP y Ciudadanos, bautizados como el "trifachito", y a confundir acuerdos parlamentarios con gobiernos de coalición, como si el esfuerzo del PP por evitar la entrada de Vox en sus gobiernos no hubiese funcionado. Mañueco está ahora en ello con parte de su militancia en contra, dispuesta a votar a Vox si acaban repitiéndose las elecciones en Castilla y León.
El blanqueamiento y la insistencia en que los tres partidos son lo mismo ha llevado a cada vez más simpatizantes a creérselo y a saltar de uno a otro sin advertir el peligro. El coqueteo de Sánchez con comunistas, independentistas y proetarras han empujado a muchos a la oposición más extrema.
Aunque se habla de que Vox está captando voto obrero –tampoco sería una novedad en Europa–, uno sospecha que su granero sigue estando entre los descontentos de PP y Ciudadanos que nunca votarían a Sánchez. Lo que significa que un PP on fire como el de estos días y un Ciudadanos en descomposición engordan a Vox. Aunque a algunos no les guste porque querrían que votasen a Sánchez, la forma de evitar que los españoles de derechas voten a Vox es que voten al Partido Popular. Un PP que, y esta es la razón más importante del último estirón de Vox, se ha ganado a pulso que le dejen de votar.
El PP tiene un problema llamado Pablo Casado. El presidente del partido goza de mucha menos popularidad entre los simpatizantes del partido que Isabel Díaz Ayuso o la defenestrada Cayetana Álvarez de Toledo, quienes con la misma chulería que Abascal taponaban la fuga de votos hacia la derecha. El PP necesita en ese flanco una figura de ese estilo para rebatir la acusación de "derechita cobarde" que tanto daño le hace.
Ayuso mantiene el apoyo popular a pesar de las sospechas de corrupción que lanzó Casado sobre ella y que se ha apresurado a retirar en una muestra más de debilidad. El electorado no tiene muy en cuenta los escándalos que publicamos los medios de comunicación y, además, lo de la presidencia madrileña es un contrato sanitario de cuando había barra libre en la pandemia –en los que la Fiscalía no ha entrado, como no ha investigado las muertes– y contratos menores en los que la justicia no suele entrar. Así que es probable que quede en nada desde el punto de vista penal.
Cuando Casado se presenta como adalid contra la corrupción en su partido la gente se pone de perfil. Alberto Fabra le podría contar cómo la tolerancia cero contra la corrupción permite dormir con la conciencia tranquila pero genera más desafectos que apoyos. Por cierto, hablando del hermano de Ayuso, el "y tú más" está salpicando a nivel nacional a Puig, que también tiene un hermano bajo sospecha e imputado.
Entre los peperos se comenta que "si tiran a Ayuso, voto a Vox", o "si la echan, que la fiche Abascal". La debilidad de Casado es tan grande, que Ayuso monta para 2023 un ‘Madrid nos une’ a la manera de Jorge Rodríguez y saca al PP de la Asamblea. Mientras no se vaya a Vox…