Alrededor todo era bruma. Montañas, desfiladeros. La piedra y el agua. Pero sobre todo la bruma. Tan espesa, que quizá fuera niebla. El camino hasta Sotres de Cabrales es sinuoso, una carretera plagada de curvas, para ascender a una de las cumbres humanas más elevadas de Asturias. A 1050 metros de altitud. El municipio apenas cuenta con 100 habitantes, en realidad valientes, que perpetúan el ecosistema labriego de prados y ganaderías. Que vigilan la naturaleza agreste, y producen alimentos únicos a partir de ella, entre los que se cuentan, claro, los quesos. El queso. Porque el Cabrales es, con seguridad, el más famoso de cuantos se producen en el Principado y se exporta, cada vez más, a todos los rincones del mundo. Un prodigio de la gastronomía, cuyas piezas se cotizan a buen precio (hasta 40 euros el kilo de Gran Reserva). Y sin embargo, tras vivir el proceso de artesanía que conlleva su elaboración, nadie se atrevería a decir que es caro. Nada caro. La suerte es que sigamos disfrutándolo.
En lo alto de la montaña, nos espera Jessica López, quesera de 36 años. Su historia personal es la de una joven que estudió Diseño en Oviedo, donde también conoció a su ahora marido. Javier Díaz era natural de Tielve, parroquia del concejo de Cabrales, también en el entorno del Parque Natural de los Picos de Europa, donde su familia siempre se había dedicado al pastoreo. Y bueno... estas cosas pasan. Hace 13 años, la vida de ambos cambió de manera radical y decidieron instalarse en el medio rural para crear Quesería Maín, proyecto que no ha dejado de crecer desde entonces. La adaptación fue dura; el resultado, a la postre, más que satisfactorio. "Ahora tenemos una quesería moderna, cómoda y amplia, pero la manera de elaborar el Cabrales sigue siendo la misma que la de nuestra abuelas", nos cuenta López, quien también ejerce como presidenta del Consejo Regulador de la DOP (creada en 1981).
Hemos venido desde muy lejos, precisamente, para presenciar esta práctica histórica.