VALÈNCIA. Una de las atracciones de la política valenciana en esta legislatura recién estrenada es observar el comportamiento de Vox en relación a su socio general, el Partido Popular. Hasta el momento, el balance resultante refleja un gran contraste entre la conexión que se percibe en el Gobierno autonómico y el ambiente enrarecido que se manifiesta en el Ayuntamiento de València.
La principal causa de esta diferencia resulta obvia. El líder del PPCV, Carlos Mazón, se apresuró a llegar a un pacto para la entrada de Vox en el gobierno pocos días de su victoria en las urnas. El motivo era claro: el dirigente popular necesitaba los votos del partido de Santiago Abascal para ser investido como presidente de la Generalitat, por lo que optó por alcanzar un acuerdo exprés para todo el mandato y evitar una larga negociación que pudiera conllevar un desgaste sobre su figura. Una estrategia que algunos discutieron -fue utilizada para atacar a Núñez Feijóo en vísperas de las elecciones generales- pero que resultó efectiva para el líder valenciano.
En cambio, la entonces candidata del PP al Ayuntamiento de València, María José Catalá, disponía de mayor flexibilidad a la hora de negociar con Vox, puesto que en los consistorios prevalece el criterio de ser la fuerza más votada en el caso de no alcanzar la mayoría absoluta. Así, la dirigente popular pudo recibir la vara de mando sólo con los favorables de su partido -los cuatro concejales de Vox votaron a su candidato, Juan Manuel Badenas- y de esta manera convertirse en alcaldesa sin alcanzar ningún compromiso para incluir en el gobierno municipal a los 'voxistas'.