socialmente inquieto / OPINIÓN

Un molino en la Montañeta

14/02/2022 - 

Hace unas semanas se preguntaba en redes sociales qué plaza de Alicante tenía un molino. No es la primera vez que le comento una noticia, un debate encontrado mientras navego por internet. No me imagine pegado al teléfono, la tablet o el ordenador portátil con este fin, pero he de decirle que hay páginas de mucho interés. Eso sí, ojo que engancha, hay que dedicarles el tiempo justo, no más. A través de ellas he descubierto webs, blogs, artículos de opinión o libros a los que dedicarles muchas horas de lectura para seguir aprendiendo.

Me extrañó que durante varias horas nadie contestara nada y eso que esa página es muy popular. Se me ocurrió entonces que se lo contaría en estas líneas. Eso y algo más. Allá voy, le invito a que me acompañe en este relato.

Vea. Nos encontramos en el Alicante de principios del siglo XIX. Era una ciudad pequeña, amurallada, portuaria y, por serlo, con mucha vida comercial. Con un trasiego permanente de tráfico de mercancías, de reuniones de negocios y del acontecer cotidiano de una población bulliciosa, emprendedora y hospitalaria.

En la misma ubicación que la actual plaza de la Montañeta había un cerro de unos 20 metros de altura. ¿Se lo imagina ahí en medio? En aquella época, Alicante no era la ciudad que es hoy. Encima de ese montículo se construyó un torreón y un molino durante la guerra de la independencia, conflicto bélico ocurrido en España mientras el Rey Fernando VII estaba preso en Valençay y el pueblo español se alzó en armas contra el invasor ejército francés.

Para que la ciudad estuviera más protegida de un posible ataque y asedio francés, como así ocurrió, la Junta de Fortificación ordenó construir una muralla que cerrara el barrio de San Francisco al encontrarse extramuros de la ciudad (1809). Al mismo tiempo, dispuso que se edificara un molino de viento sobre el cerro mencionado para que con la molienda del grano de trigo se garantizara el suministro de harina a los alicantinos.

Según el cronista Viravens, el coste del molino fue de “32.690 reales que fueron satisfechos por las rentas públicas, sin contar el maderaje que fue facilitado por el Ayuntamiento. Este molino se edificó sobre el cerro de la Montañeta dando frente a la calle de Riego”. Se preguntará donde estaba situado. Más o menos, en el cruce entre la actual calle del Teatro y la calle de Álvarez Sereix. Su construcción fue supervisada por el arquitecto Antonio Jover.

Se adquirió el trigo de fincas de la huerta alicantina y de pueblos de alrededor, así como se concertó comprarlo en otras ciudades y transportarlo a través de barcos que lo descargaron en el puerto de Alicante.

Pero para moler el trigo necesitaban de dos muelas de molino. ¿De dónde las conseguirían? El gobernador de la ciudad, José Sanjuan, tomó una polémica decisión que provocaría largos y costosos litigios, ya verá. Debió pensar que la emergencia lo requería y que todos tenían que colaborar. Las cogió de uno de los molinos que molían el trigo a las afueras de la ciudad. Se preguntará si tenían dueño. Su propietario era Juan Rovira y Miró. Reclamó al Ayuntamiento para que le devolvieran lo que era suyo y le indemnizara por los daños y perjuicios sufridos. Pero si la apropiación forzosa no fue decisión del Ayuntamiento, ¿por qué denunció al alcalde y no al gobernador? Quizá no se atrevió, aunque involucró también a la Intervención de la Regencia y a la Real Hacienda. La liaron parda entre unos y otros. Y su propietario se salió con la suya, o eso parecía, consiguiendo que el Consejo de la Regencia ordenara -el 20 de abril de 1813- la devolución a Rovira de sus dos muelas de molino.

Terminada la guerra de la independencia española, la Junta de Fortificación alquiló el molino a Higino Gómez el 4 de noviembre de 1814, sugiriendo cobrar un año por adelantado. El contrato tenía una duración de cuatro años comprometiéndose el arrendatario a pagar anualmente 450 pesos, dos sueldos y ocho dineros. No sacando la rentabilidad que esperaba, Higinio Gómez dejó el molino después de un año de su explotación, habiendo pagado solo el importe de la fianza. Un desastroso negocio para todos. Ante el abandono del molino, el Ayuntamiento se hizo cargo de él.

A todo esto, Rovira seguía reclamando lo que era suyo. El que la sigue la consigue, dice el argot popular. Volvió a ocurrir. Reclamó a la Intendencia General del Ejército y del Reino de Valencia. Este reiteró -el 16 de abril de 1815- la Orden del Consejo de Regencia de 1813 para que Rovira recuperara su propiedad. El Ayuntamiento quiso eludir responsabilidades, ya que no había sido su decisión disponer de las muelas de Rovira. Y el tiempo seguía contando meses sin resolver la cuestión planteada.

Ante los tira y afloja de cada parte, el 14 de diciembre de 1815 intervino Hermenegildo de Llanderal, el ministro delegado de la Real Hacienda en Alicante, reclamando a Fernando Santa-Croix, alcalde de Alicante, la devolución de las muelas de Rovira. Parecía este un culebrón de nunca acabar. Harto Rovira de no recibir ni sus muelas de molino ni indemnización alguna, tomó la decisión de no pagar los impuestos municipales. Toma ya, por las bravas, ahora te vas a acordar de mí, pensó Rovira. ¿Pero quien se acordó de quién? Ahora verá.

El 30 de diciembre de 1815, el alcalde dejó escrito que era muy justa la reclamación e indemnización que reclamaba Rovira. Vaya, cambió de criterio. Y culpaba a los demás. Incluso amonestaba en un oficio del 31 de diciembre de ese año a quienes hubieran incumplido la orden del Consejo de Regencia de 1813 de devolver las piedras del molino, por lo que acordaba ahora su cumplimiento con multa de doscientos ducados a aquellos que no lo cumplieran. El Ayuntamiento echaba balones fuera, como se diría ahora. Parecía que Rovira recuperaría por fin sus muelas de molino.

A su vez, una información recibida en Valencia “de persona condecorada”, manifestaba que el molino y casa anexa eran de la Real Hacienda, por lo que esta le reclamó la propiedad al Ayuntamiento de Alicante. El alcalde respondió que esa persona estaba mal informada, pero que no tenía inconveniente de entregar esos inmuebles a la Real Hacienda. Y así se hizo el 6 de septiembre de 1836. A su vez, desde el Ayuntamiento se contestó a un oficio del Intendente General en el que manifestaba que como el molino había sido incautado por la Real Hacienda era a este organismo a quien debía dirigirse Rovira en sus reivindicaciones y reclamación de sus muelas. Imagine la cara que pondría este cuando ya había demandado al Ayuntamiento. De jaimito, ya se lo digo yo.

Por su parte, el administrador general de la provincia de Alicante, José Pérez, puso a la venta el molino de viento el 5 de enero de 1848. Ya no tenía interés mercantil y no lo consiguió. Así, el Ayuntamiento de Alicante solicitó el 30 de marzo de 1867 al Gobernador Provincial el derribo por ruina del molino. Coincidió con el proceso de derribo de las murallas. Triste final para un inmueble que llegó a ser parte de la imagen cotidiana de esa parte de la ciudad, pero que ya no tenía ninguna utilidad. Fue objeto de la avaricia de unos y la intransigencia de otros, como muchas veces pasa. Pues eso.

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