ALICANTE. Claudio Barragán es el nuevo entrenador del Hércules porque Juan Carlos Ramírez así lo ha querido. El presidente ha hecho como si dejaba participar en la decisión a Javier García Portillo pero, por mucho que el director deportivo haya dado su visto bueno a la incorporación y se reuniera con el técnico antes de su fichaje, pocas dudas caben sobre qué postura ha pesado más. Al fin y al cabo, le tocaba a Ramírez elegir, como cuando en mi etapa adolescente los equipos para jugar un partido entre amigos se escogían a ‘chapí-chapó’.
¿Se imaginan la escena? Ramírez y Portillo frente a frente, avanzando el uno hacia el otro:
-Ramírez: Chapí.
-Portillo: Chapó.
-R: Chapí.
-P: Chapó.
-R: Chapí.
-P: Chapó.
-R: Chapí. Monta y cabe. Elijo yo al entrenador.
Y Portillo, consciente de que se debe respetar la ley del juego, acepta y asume el fichaje de Claudio Barragán, un técnico que -sin ironías- puede ser lo que el Hércules necesite en cuanto a carácter dentro del campo, sabe lo que es la presión y conoce la categoría.
Sinceramente, me fastidia que una vez más se haya dejado de lado una opción como la de Josip Visnjic pero no me desagrada la apuesta por Claudio (al que no le interesa para nada hundir al Hércules por mucho icono del Elche que sea). Lo que no sé a ciencia cierta es cuál de todas las características del valenciano es la que realmente ha llamado la atención de los mandamases del Rico Pérez.
Al fin y al cabo, en el Hércules hace tiempo que no existe un criterio totalmente definido de lo que se quiere para el banquillo. Algo que, obviamente, afecta a todos y cada uno de los proyectos que afronta. Cuando escucho a Ramírez decir que lo que quiere son guerreros en el campo me pregunto por qué en su día prescindió de Pacheta.
El Hércules de Pacheta jugaba un fútbol efectivo pero nada vistoso… y lo pagó con sus huesos fuera del Rico Pérez. Llegó Manolo Herrero para apostar por el fútbol y cuando se le echó se dijo que se llevaba demasiado bien con los jugadores. Le sustituyó Vicente Mir y, pese a los buenos resultados, le achacaron de no mantener la mejor relación con la plantilla. Entonces llegó Luis García Tevenet, con el que Ramírez apunta ahora que sobró paciencia y posteriormente Carlos Luque, en el que, desgraciadamente, más que por confianza en su capacidad lo tuvieron como un parche para acabar el curso.
Este año la apuesta fue por Gustavo Siviero, con la sensación de que se había dejado escapar a Paco López, que era la primera opción. Y ahora se ha dado boleto al argentino para apostar por Claudio -al que, ojalá, las cosas le vayan bien-.
Estoy convencido de que ni Ramírez ni Portillo quieren tirarse piedras contra su propio tejado y de que cuando toman una decisión lo hacen pensando que es lo mejor para el Hércules en cada momento -a todo el mundo le gusta más una palmadita en la espalda que una crítica-.
Pero, dicho esto, a nadie le puede extrañar la deriva en la que se encuentra sumido el conjunto blanquiazul cuando el criterio del presidente se impone al del director deportivo porque, simplemente, le toca elegir tras el ‘chapí-chapó’.