ALICANTE. En el tránsito de los años 80, la larga tradición de la historieta japonesa, profundamente arraigada en un público infantil y juvenil, nacido en los años sesenta y setenta, se encuentra en la disyuntiva de ofrecer una experiencia de lectura acorde con la madurez de esos lectores educados en el manga, que buscan otro tipo de temáticas, más adecuadas a su edad adulta. La madurez de los lectores coincide con la madurez de los creadores, que empiezan a recibir influencias del cómic underground norteamericano y la bande-dessinée franco belga, lo que les permite crear un nuevo género, el gekiga (etimológicamente, “imagen dramática”), caracterizado no solo por un mayor realismo naturalista y la expresividad de los rostros, sino que las tramas y los personajes empiezan a tocar temas ‘adultos’, desde una perspectiva ‘adulta’, tal y como hacen otros géneros narrativos. Las estructuras de poder, el sexo, las relaciones interpersonales complejas, los conflictos vida rural vs. vida urbana, modernidad vs. tradición, velocidad vs. lentitud, aparecen como líneas argumentales principales, así como radicales experimentos gráficos y temáticos, como en el caso de Yoshiharu Tsuge y su Nejishiki. Todo ello sin abandonar el toque japonés, esa manera de comportarse, a veces un tanto extraña, de sus personajes, su clima su paisaje y su paisanaje, un elemento exótico para el lector occidental, que añade aún más interés a la lectura.
El breve encuentro de hoy nos trae al “otro Tsuge”, Tadao (Tokio, 1941), y a Yaro Abe (Kochi, 1963), representantes de dos generaciones consecutivas, lo que se nota, tanto a nivel formal, en el trazo y las composiciones más barrocas y especulativas de Tsuge, y en la intromisión de la cultura pop autóctona en el caso de Abe.
El manga gekiga ha llegado al público español con unas cuantas décadas de retraso, y es de agradecer el trabajo de editoriales como Astiberri o Gallo Nero, que están recuperando algunos de los mejores nombres de un género que al lector contemporáneo no nipón resulta chocante y fascinante a raudales: Tatsumi, Taniguchi, Tsuge, Matsumoto, Mizumi, Abe, muchos de ellos vinculados a la revista Garo que, fundada en 1964, acogió, hasta su cierre en 2002, a varias generaciones de mangakas underground y experimentales.
La coincidencia en su salida al mercado ha querido que Mi vida en barco (Gallo Nero, 2019), de Tadao Tsuge, y La cantina de medianoche 1. Tokyo Stories (Astiberri, 2019), de Yaro Abe, llegaran al mismo tiempo a mi estantería de lecturas, situándose en el lugar de ‘urgentes’ nada más salir del sobre.
La obra de Abe, Tokyo Stories llega con retraso sobre su versión televisiva, la Midnight Diner:Tokyo Stories de Netflix, protagonizada por un Kaoru Kobayashi estratosférico haciendo del maestro cocinero y narrador de estas historias: “El local abre desde las doce de la noche hasta las siete de la madrugada. Lo conocen como ‘la cantina de medianoche’. En la carta sólo hay caldo de cerdo, pero la gente pide lo que quiera y, si se puede hacer, lo preparo con mucho gusto”. Con este preámbulo comienza cada cita nocturna en la que, envueltos en los aromas del ramen, el curry o el arroz especiado, acoge a lo más granado de los noctámbulos tokiotas: boxeadores, prostitutas, actores porno, policía y yakuzas que acaban allí, tomando sake, caldo, ramen o sopa de miso, dando lugar cada plato a una historia, a un cuento en el mejor sentido de la oralidad tabernaria. Es difícil, tras ponerle al maestro la cara de Kobayashi, imaginárselo con otro rostro, pero el longuilíneo perilludo protagonista de las ilustraciones de Abe, con su ojo izquierdo seccionado por una cicatriz que baja, desde más allá de la ceja, hasta el pómulo, es pura literatura en una sola viñeta. Y es solo el primer volumen, traducido por Alberto Sakai, que engloba las dos primeras entregas de la serie original, de 2007, manteniendo, tal y como es costumbre, tanto en las ediciones de Astiberri, como en las de Gallo Nero, la secuencia original de lectura, de derecha a izquierda, con sus diagramas de aviso y orientación, bien prácticos, en la última página del libro, la primera para todo aquel despistado que no está al tanto de la situación, antes de comenzar la lectura.
Mi vida en barco, de Tadao Tsuge, traducido por Yoko Ogihara y Fernando Cordobés, es una mastodóntica novela gráfica de 620 páginas, en las que se va desgranando, con la morosidad con la que discurren las aguas de un río, la búsqueda de un un escritor en plena crisis de la mediana edad, especializado en artículos sobre pesca, que compra un ruinoso y pequeño barco para ir a pescar al río y buscar así inspiración para su gran obra, una gran novela que sea la redención definitiva. Publicada originariamente entre 1997 y 2001, en las páginas de la revista Comic Tsuritsuri, Mi vida en barco posee el carácter autobiográfico de la casi totalidad de la obra del pequeño de los Tsuge, junto con un sentido de la narración fragmentada propio de la literatura nipona, así como la mano rota para la ilustración de pequeñas estampas naturalistas, salpicadas de chispazos de humor caricaturesco. Ídolos de la música popular, personajes arquetípicos de la narrativa rural japonesa, tiendas de ropa vaquera, mucha pesca y un viaje íntimo al fondo del síndrome de la página en blanco y cómo las divagaciones naturalistas pueden servir para solventar una fecha de entrega. Aunque el destinatario sea uno mismo.
Se celebrará en las Plazas de España y Josep Carreras y en el Parque Municipal con 50 expositores y artistas.