Primera. Vuelvo de vacaciones y me encuentro una campaña de Hosbec y la Generalitat contra la turismofobia que lleva por lema "Yo también soy turista", muy acertada en el enunciado porque, efectivamente, la gran mayoría de quienes se quejan de los inconvenientes que supone ser una ciudad turística son, cuando tienen vacaciones, turistas que provocan sin quererlo turismofobia en algunos sitios a los que viajan. Así que un poquito de por favor.
Siempre se ha dicho que los parisinos son antipáticos –lo dicen hasta los franceses de otras zonas–, y doy fe de que es así. Hace muchos años viví tres meses en París y acabé como ellos, hasta el gorro de los turistas. Así que cuidado, que el egoísmo es contagioso. Yo también he sido turista este verano y, viendo la campaña, no me resisto a completar la frase: "Yo también soy turista y he pagado la tasa turística". Algo más de 20 euros, y muy a gusto, oiga, porque cuando uno visita una ciudad no está de más contribuir a pagar los gastos que ocasionamos los turistas.
Segunda. Tantos años unidos los partidos valencianos por la reforma de la financiación autonómica y, ahora que parece que ha llegado la hora de la verdad, adiós al consenso. Con lo bonito que habría sido, llámame iluso, un bloque valenciano en Madrid. El papelón de Diana Morant, que ni se atreve a pedir el fondo transitorio de nivelación, es de traca, pero a Mazón tampoco se le ve cómodo cuando no incluye la condonación de deuda entre sus reivindicaciones. Al menos, y eso hay que destacarlo, logró el viernes que Feijóo pusiera por escrito la exigencia, a Sánchez, de un fondo transitorio de nivelación, una reivindicación de Les Corts que la ministra Montero viene rechazando desde hace años y que el PP nacional no había recogido hasta ahora, para no levantar ampollas en otros territorios.
La discusión sobre el cupo catalán, más allá de tecnicismos, tiene una fácil explicación que entenderá cualquier ciudadano que sepa sumar y restar: si el dinero público es el que es, que ya sabemos que no es suficiente y por eso hay déficit, y Cataluña va a recibir más porcentaje de la tarta gracias a su nuevo concierto, arreglo o llámalo como quieras, ¿a quién se lo van a restar? Y si, como ha prometido Sánchez, la mejora para Cataluña va a suponer una mejora también para el resto de CCAA, de qué manera piensa multiplicar los panes y los peces. A lo que cabe añadir una tercera pregunta que a los valencianos ahora divididos –antesala de vencidos– nos interesa sobremanera: ¿qué hay de lo nuestro, que es más urgente que lo de Cataluña como ha venido a reconocer la vicepresidenta Montero el otro día en el Senado?
Tercera. Este verano ha fallecido el político y luego lobista Javier Gómez Navarro, recordado sobre todo por ser el autor intelectual y político de la Ley del Deporte aprobada en 1990. Una ley que obligó a todos los clubes de fútbol profesional a convertirse en sociedades anónimas deportivas (SAD); a todos excepto, gracias a una disposición adicional ad hoc, a Real Madrid, FC Barcelona, Athletic de Bilbao y, de rebote, Osasuna. El valencianismo, con Arturo Tuzón al frente, peleó para evitar que el Valencia CF acabara siendo una SAD –cumplía los requisitos de solvencia del lustro anterior excepto el del año 1985-1986, que bajó a Segunda División, y se pidió que eso se tuviera en cuenta–, pero el club pintaba en el ámbito nacional lo mismo que ahora, nada, y los políticos valencianos, tres cuartos de lo mismo.
Fue otra demostración de la inexistencia de esa quimera llamada poder valenciano. Todo lo contrario que, por ejemplo, el poder vasco, el del PNV, que hace tres años le coló a Pedro Sánchez una enmienda en los Presupuestos Generales del Estado para que el Amorebieta no tuviera que cumplir la Ley del Deporte, convertirse en SAD y correr peligro de caer en manos de un señor que vive en Singapur. Por eso el Amorebieta no es SAD y el Valencia CF sí. De aquellos polvos, estos lodos. La culpa de todo, cabe subrayarlo, no fue de Gómez Navarro (QEPD), fue de los valencianos, los de entonces y los de después.