Deseando estoy que llegue el día cuatro de mayo y pasen ya las elecciones en Madrid. Y no tanto por conocer el resultado, que también, sino porque termine esta campaña que ya ni recuerdo cuándo empezó. Y que, por favor, se calmen los ánimos, porque de lo contrario, no va a quedar tila en los supermercados para aguantar esta tensión, este estrés, esta confrontación, esta riña de gatos que nos tiene permanentemente exaltados con lo que dicen unos y contestan otros.
Y es que se van a sacar los ojos si esto no termina ya. Esta campaña atemoriza como esa tormenta que sientes que se acerca, con nubes negras y ruido lejano de truenos que retumban y que oyes cada vez más cerca… Hasta que descarga y se queda el aire limpio. Eso es lo que espero. Los pactos y contrapactos que haya después del cuatro de mayo los sufriremos menos, porque para esos cometidos, a los políticos les gusta la intimidad y ya no quieren estar permanentemente en los medios de comunicación, sino bien resguardados de oídos que puedan destapar sus tejemanejes.
Y resulta una paradoja que con este ambiente bronco, enrarecido, una de las palabras que más se ha repetido en esta campaña ha sido Democracia. Aunque a estas alturas todos creemos saber el significado exacto de esta palabra, la RAE nos recuerda que es el “sistema político en el cual la soberanía reside en el pueblo, que la ejerce directamente o por medio de representantes”. Y el pueblo elije según sus ideas, emociones, sentimientos o por lo que cree que le va mejor a su bolsillo. Es libre para tomar sus decisiones y esa es la grandeza de este sistema político, que nos iguala a todos y que nos obliga a respetar a los demás para que la convivencia sea posible.
No vale que lo que a mí me conviene esté bien y lo que no me conviene haya que destruirlo, desterrarlo o mandarlo a galeras. No vale que cuando unos impiden a ciertos periodistas entrar en su mitin porque no les gusta lo que publican, los otros justifiquen esa misma prohibición diciendo que esos periodistas mienten. No es libertad democrática que alguien diga a periodistas con nombres y apellidos que se callen porque ahora quieres hablar tú sin que nadie te critique. No vale que un día un partido político diga de otro que tiene “sentido de Estado” y al siguiente sea “una amenaza contra la Democracia”. Tampoco vale que pregones que los políticos no deben de cobrar indemnizaciones cuando cesan su responsabilidad, y tú la pidas porque te corresponde. No vale que un día los escraches sean “jarabe democrático”, y al siguiente “un delito contra la intimidad”. No vale que la casta la formen los que viven en un chalet, hasta que vives tú en uno, y esa palabra desaparece de tu vocabulario. No vale que unas cartas que amenazan la vida de personas no se condenen de manera rotunda y sin excusas por la sociedad en general y por todos los partidos políticos en particular, las haya enviado un ultra de un lado o de otro. No vale que se vacunen a todos los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado en unas comunidades sí y en otras que eso no ocurra…
No, la Democracia no la entendemos todos igual. Y en este tema, no valen las medias tintas. Algunas cuestiones admiten gradaciones, como el color azul, que puede ser celeste, marino o Klein y un pastel puede ser dulce o algo amargo. Hay muchas cosas que tienen matices y en las que podemos discrepar, discutir y no llegar a un acuerdo. Pero hay algunas cosas que solo pueden ser blancas o negras. Un acto concreto, o es un delito o no lo es. Un partido político es legal o ilegal. Y si es legal, tiene los mismos derechos y deberes que los demás. ¿Que comete un delito? Pues a denunciarlo, que lo juzguen y que cumpla su pena. En la Democracia, el cumplimiento de la ley no admite medias tintas. Aquí, o todos moros, o todos cristianos.