VALÈNCIA. Desde que estalló la Revolución y la posterior Guerra Civil en Siria, en los Altos del Golán siguen a pocos kilómetros de distancia, el conflicto como espectadores. Permanecen en ese territorio ocupado por las fuerzas israelíes los espectros de aquello que fue, y mantiene en tensión los dos países, además de Líbano y Jordania. El tiempo allí, desde 1967, desde la Guerra de los Seis Días, vive en suspenso. Ahogados entre la geopolítica, obligados a pasar por checkpoints, poco a poco, se va apagando aquello que fue y pudo seguir siendo el territorio, para convertirse en una simple trinchera, de cuya naturaleza se contaminan los que decidieron quedar allí viviendo.
Esa frialdad, ese blanco y negro, ese tiempo en suspenso, es lo que busca reflejar —esencialmente— Ameer Fakher Eldin en The Stranger (Al Garib), un film que participó en la Giornate degli Autori de Venecia y que recala, a partir de la semana que viene, en la Sección Oficial de largometrajes en Cinema Jove.
El director debuta con una historia verdaderamente paralizante. Adnan es un médico sin licencia que se gana la vida intentando autogestionarse con su huerto y una vaca que saca leche con sangre y le hace inútil. Poco a poco, su futuro se va cancelando, por carecer de esperanza dentro de la propia desesperanza a la que llama el territorio. El enfrentamiento con su padre es el último reducto de un pozo desde el que poco tiene que brotar. La situación personal tiene tan poco, que acaba convirtiéndose en un problema existencial.
Y en ese vacío, el revulsivo es un conflicto político que activa todos los miedos y los fantasmas del territorio: Adnan asiste a un soldado sirio herido, contraviniendo el protocolo impuesto desde el terror de la ocupación. Y entonces, en referencia directa al relato de Camus, el protagonista acentúa la idea de ser un extranjero en su propio territorio.
Ameer Fakher Eldin traslada de manera total al dispositivo fílmico la frialdad y la falta de empatía y humanidad que se puede respirar en los Altos del Golán hasta prácticamente todos los rincones de The Stranger. La película presenta a personas impermeables que afrontan con pasividad y hostilidad aquello a lo que se enfrentan, y solo es el debate sobre la vida o la muerta por la asistencia del soldado sirio cuando se permiten mostrar cierta solidaridad con el prójimo. Y el director no busca respuestas a ello en los propios personajes, sino en un sistema social alentado por la ocupación y que, conforme va pasando el tiempo, menos sentido tiene.
El director demuestra su capacidad para crear imágenes envolventes, que buscan atrapar al espectador en ese espacio abierto que actúa, a su vez, de jaula. El hermetismo con el que discurre la historia tiene que ser sumido por el mismo para entender las coordenadas narrativas que propone. Una vez dentro, la melancolía y el hastío paralizante llegan enseguida. Y con ello, una pregunta básica a aquellas personas que no han vivido de cerca (temporal o espacialmente) una guerra: ¿cuándo se pierde la humanidad por una causa territorial? La película apela a Israel, por supuesto, pero también al paso del tiempo. Un tiempo que no avanza pero que erosiona la cultura y la empatía de una comunidad, simplificando, por una causa injusta, las relaciones humanas. “O estas conmigo o estás contra mí”, dicen algunos en estos conflictos; y sobre esa frase, uno se siente extraño con su propio sentido común.
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