¿Podría la vejez del fondillón llegar a ser moderna?, ¿podría recuperarse como emblema de la riqueza temporal del vino, del slow perdido, frente al vertiginoso mercado de crianzas y reservas cada vez más jóvenes? ¿Podría así recobrar el peso internacional que antaño tuvo el nombre de Alicante entre los vinos internacionales? Antes de contestar a la ligera, piensen que tampoco nevaba nunca en nuestras playas… y lo está haciendo.
ALICANTE. Como sucede con la vida de un libro, que es cada vez más corta o, incluso, con las relaciones, los ámbitos más delicados de nuestro mundo parecen arrasados por la potencia de ‘la velocidad’, que diría Virilio, o la ‘liquidez’ denunciada por el gran y recién fallecido Bauman. Tampoco los grandes reservas de ahora se ‘reservan’ tanto como antaño. Con la industrialización, el tiempo perdió el valor que tenía cuando una botella de fondillón costaba hasta cuatro veces más que el mejor jerez. Pero ahora, tras más de un siglo desde que la filoxera acabara con la producción del vino más caro del mundo y, así, con la marca Vinos de Alicante como ‘título nobiliario’ de las más elevadas enotecas europeas, el fondillón podría estar de nuevo en disposición de recobrar su valor. Rescatar su brillo ancestral de cara a liderar una gran marca exportable DO Alicante que tire del resto de nuestros vinos parece un objetivo más plausible que nunca para los empresarios del sector y ahora todas las miradas en torno a la renovación necesaria del mercado viran hacia él.
Una renovada nostalgia por las más artesanas y pequeñas producciones caracteriza al mercado vinícola ¿post?crisis, como constatan los últimos datos que reflejan la caída del granel a favor del vino envasado e insta a los productores a platear cambios esenciales en la comercialización del vino, en la que somos líderes sólo en volumen. Un giro hacia la calidad sobre la cantidad que vendría bien a los caldos más esmerados y pacientes y ¿qué lo es más que el fondillón? Sus viñedos, en palabras de quizá el mayor experto sobre el tema, Esteban de La Rosa (Bodegas Selección), “requieren una antigüedad de entre sesenta y cien años, más alrededor de veinticinco en barricas. Lo que viene a significar que la generación que las inicia nunca llega a ver su labor finalizada”. Pero su valor no acaba ahí pues, señala De La Rosa, que la uva sobremadurada de la que se obtiene este vino y su pasificación posterior hace que la proporción de vino que se obtiene por viñedo sea especialmente muy pequeña. Un factor más que da cuenta de la insólita, exigente y cara elaboración de este caldo abocado (preciosa palabra que indica su condición entre seca y delicadamente dulce) y que resulta contradictoria con el precio que en la actualidad ostenta en el mercado donde es posible encontrarlo por algo menos de veinte euros. Esta disparidad, entre el valor del procesado y el de venta, todavía más sangrante teniendo en cuenta que el poderoso aroma, color y sabor del fondillón tiene la facultad de apresar el tiempo y dotarlo de una naturaleza atemporal pues “una vez abierto, nunca muere” (recuerda de La Rosa), pone las cosas muy difíciles a las bodegas empeñadas durante generaciones en el cuidado de esta joya enológica, como refleja la venta este año pasado de Salvador Poveda, una de las más antiguas y prestigiosas, y está conspirando en la determinación de un cambio de marketing más adecuado.
Hubo un tiempo en el que de la uva olvidada, esa que se dejaba sobremadurar y hasta secar al sol porque daba poco rendimiento, nació el gran titán de los vinos, el único que, por su alta graduación, era capaz de cruzar mares sin agriarse y así extender su fama por el mundo durante cinco siglos. Por él, fue apreciado no solo el nombre de Alicante, sino el del vino español. A él le debemos incluso la construcción en el s. XVI de la presa del pantano de Tibi, la más importante de Europa hasta la Ilustración, que regaba la huerta alicantina dedicada esencialmente al cultivo de sus viñedos. Y todo surgió de un producto del que nadie esperaba nada, cuyo poder iba creciendo al margen de todo cuidado, uno de esos grandes tesoros que brotan gracias a las inclemencias, que llevan la impronta de la austeridad, ¿podría volver a ser emblema de nuestros tiempos? Quizá esta vez sin tenebrosas etiquetas de viejas tipografías castellanas, quizá gracias a que alguien sepa descubrir en él su modernidad y atractivo en los mercados actuales, sin duda la forma en que se platee su imagen y plan de marketing, será decisiva.