Mañana, 2 de abril, tendremos una presentación oficial de Sumar, el proyecto de confluencia ilusionante de la izquierda transformadora liderado por la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz. Un proyecto que lleva casi dos años forjándose, desde que Díaz recibiera el liderazgo de Podemos de manos de Pablo Iglesias, y cuyo propósito fundamental, desde el primer momento, ha sido refundar Podemos para retomar la ilusión y el enorme caudal de votantes que obtuvo esta formación en el ciclo electoral 2014-2016, o lo que podríamos considerar Podemos 1.0, superando así la decadencia del Podemos 2.0 que le sucedió, tras la victoria de Pablo Iglesias frente a sus enemigos errejonistas, y que condujo a la entrada en un Gobierno de coalición en 2020, en vísperas de la pandemia.
El análisis de Díaz y sus apoyos (en la “izquierda transformadora” y en el PSOE) parte de la constatación de que el Podemos post Pablo Iglesias, por una parte, sigue siendo el Podemos de Pablo Iglesias, y que, por otra, ha erosionado enormemente su base de votantes, quedándose en un núcleo duro irreductible que probablemente no alcance para obtener una representación significativa en el Congreso ni en los diferentes Parlamentos autonómicos. Por ese motivo, Díaz no ha manifestado especial interés por pactar con Podemos ni mucho menos ha propiciado que Podemos tenga un peso específico determinante en el invento de la confluencia, entre otras cosas porque entonces pasaría a ser un mero mascarón de proa del mismo proyecto que ya lideró Iglesias y que genera rechazo electoral y de sus potenciales socios (especialmente Más Madrid, el proyecto de Íñigo Errejón) a partes iguales.
Es un problema muy difícil de solucionar, porque el proyecto de Díaz tiene un lastre muy importante de origen con vistas a emular el éxito del primer Podemos: que éste se presentaba como una alternativa a los partidos sistémicos (PP y PSOE), y el actual proyecto surge del Gobierno, y tiene como objetivo concentrar todo el voto a la izquierda del PSOE para así revalidar la coalición con los socialistas. Con lo que es difícil resultar igual de convincente e ilusionante que en 2014, pues si el objetivo es revalidar lo que ya hay, concentrando el voto para mayor eficacia, … ¿por qué no votar al PSOE? Y si se trata de “camelar” a aquellos votantes que no quieren saber nada del PSOE para que no se vayan a la abstención, puesto que una parte muy significativa de ellos se ubican en Unidas Podemos, es difícil conseguirlo si es a cambio de nada, aceptando el liderazgo de Díaz a cambio de “un lugar en la mesa” similar al del odiado Errejón o al de otras formaciones progresistas de menor calado.
Claro que una cosa es no darle nada a Podemos y otra muy distinta es darle todo lo que pide, que básicamente es, vía primarias abiertas para que la ciudadanía se exprese libremente (y por “ciudadanía” léase “músculo de militantes de Unidas Podemos que creen en la verdadera religión pablista y votarán en masa”), garantizarse la mayoría de los puestos de salida en las listas. Pero, si esto sucede, y los votantes perciben con claridad que Sumar es sencillamente Podemos con una máscara, su desempeño electoral quedará en precario. Por otra parte, sin Podemos, Sumar ahora mismo es Yolanda Díaz aunando voluntades de partidos regionalistas que funcionarían también sin ella, con lo que Sumar, si presenta listas propias además de las de Unidas Podemos, básicamente sería un factor divisivo del voto de izquierdas con efectos devastadores, porque el sistema electoral y la circunscripción provincial dejarían sus votos -y los de Podemos- reducidos al mínimo de escaños (en lo que sería un curioso epitafio de dos formaciones denominadas “Sumar” y “Unidas”, respectivamente).
El problema parece irresoluble y tiene mucho de “chicken game”, de a ver quién resiste más el pulso, si Díaz pasando de Unidas Podemos o Unidas Podemos pasando de Díaz, y quién consigue la victoria en el “relato” de la ruptura o falta de unión, si es que finalmente no se produce la confluencia entre Unidas Podemos y Sumar. Cuestion esta, la del "relato", que a mí me parece en la práctica poco importante, pues los afines al núcleo dirigente de Unidas Podemos defenderán en cualquier circunstancia que la ruptura divisiva es culpa de Díaz y sus aliados errejonistas, y viceversa.
Por lo pronto, Yolanda Díaz ha decidido abundar en la táctica que tantos éxitos deparó a otros políticos de su tierra, Galicia: esperar. Esperar y esperar. Esperar a que el tiempo solucione los problemas, o bien a que éstos se derrumben sobre sí mismos. Yolanda Díaz se ha pasado casi dos años en un “proceso de escucha” que, si en vez de escuchar se hubiera dedicado a leer el Marca, uno casi creería que es Mariano Rajoy redivivo, esperando tranquilamente a que los que le incordian con todo tipo de problemas al final se cansen, se marchen o se rindan.
Tanto ha esperado Díaz para negociar con Unidas Podemos que, de haber una confluencia, es posible que ésta se produzca después de las Autonómicas, pues dice la teoría yolandista que entonces Podemos estará muy debilitado, por obtener pésimos resultados en los comicios autonómicos y locales, y acabará rindiéndose a la evidencia de que sólo en Yolanda Díaz está la salvación. Es una apuesta muy arriesgada, por la mencionada debilidad de base: ahora el intento de refundar lo que fue Podemos hace nueve años se hace desde el Gobierno y con la aquiescencia del rival político por antonomasia de 2014-2016, el PSOE. Pero es cierto que sólo con Unidas Podemos, y sólo con Sumar, el resultado electoral será insuficiente; y si se presentan ambos, uno contra otro, desastroso.