VALÈNCIA. ¿Cómo recuerdas los veranos de tu niñez?
Sinceramente como momentos maravillosos. Mis veranos desde que nací, en 1976, hasta entrados los años 90 transcurrieron entre el chalet que mis padres empezaron a construir ellos mismos con ayuda de toda la familia desde mi año de nacimiento, en Villar del Arzobispo, en la comarca de los Serranos, y también íbamos a visitar a la familia que se quedó en tierras cordobesas, en Peñarroya Pueblonuevo y en el Hoyo de Belmez.
¿Casa construida por la propia familia?
Según mi padre, él quería dejar en su tierra de adopción “notas de su tierra natal” por eso construyó una casa de campo con bóveda y arcos al estilo árabe, al estilo de la Mezquita de Córdoba. Y cómo no, desde su tierra andaluza trajo semillas de olivo y todavía hoy seguimos disfrutando de ese oro líquido, el aceite.
¿Y cómo eran las visitas a la familia andaluza?
Los días en el pueblo transcurrían visitando a la familia, que te hacía comer permanentemente, y “ojito con no comerte todo lo que te ofrecían”, las siestas obligadas, pues los 40 grados que se alcanzaban no te permitían salir a la calle y las noches en la feria del pueblo.
¿Algún recuerdo más de esos veranos que a muchos nos traen a la memoria las estampas de ‘Verano Azul’?
Como el verano de un estudiante era de casi de tres meses, recuerdo que antes de las vacaciones, en mi lugar de residencia, Meliana, un maravilloso pueblo de la comarca de l´Horta Nord, donde residí hasta el año 2020 y donde todavía viven mis padres, mis suegros y gran parte de la familia. Me acuerdo de que me pasaba los días devorando los cuadernos de Vacaciones Santillana y viendo la vuelta ciclista a España, qué alegrías y qué disgusto me dio el gran Miguel Induráin. Mis ganas de aprender no se apagaban en verano, ni mucho menos, aumentaban, creo que la cultura del esfuerzo la tengo interiorizada.
Siendo una persona inquieta, los veranos de adolescencia no pararías.
Pues en mi caso, cada verano era distinto, porque además de seguir visitando tierras andaluzas y seguir ayudando en la construcción del chalet, desde el año 1993, entró un tercer destino en nuestros veranos, Cuenca, en concreto Zarzuela, el pueblo del que luego ha sido mi suegro. Y otra actividad que me apasionaba era el teatro, formaba parte de grupo ‘Chachi Piruli, éramos alumnos del Instituto La Garrigosa de Meliana, recuerdo a las profesoras Maribel y Rosana. Ahí conocí a mi novio que ahora es mi marido, diez años de novios y diez casados, toda una vida.
De ayudar a construir el chalet, al grupo de teatro y también fuiste bailaora de flamenco.
Sí, en 1993 tuve la suerte de estar unos días del mes de agosto en Japón, en región de Nagoya, representando a nuestra Comunitat Valenciana en una feria flamenca. Es una faceta mía que poca gente conoce, pero corre sangre andaluza por mis venas y hubo un tiempo en mi vida donde disfruté bailando danza española y flamenco. La soleá y las alegrías, unos “palos del flamenco” me llevaron a Japón. ¡Qué experiencia tan impactante! esto da para otra entrevista, “la vida artística de Sonia”, pues además de la danza, también estudiaba solfeo y violoncelo, pero, la razón se impuso al corazón, y yo quería estudiar, quería seguir creciendo en sabiduría y por eso en el año 1994 empecé a estudiar Ciencias Económicas en la Universidad de Valencia, que luego simultaneé con Derecho, empezando en la UNED y siguiendo en la misma Universidad.
Y tras tus estudios decides opositar, ¿los veranos de un opositor sí que son muy “cortos”?
Finalizada la carrera universitaria, la primera, y siguiendo con la segunda, me embarqué en uno de los grandes proyectos de mi vida, la oposición a los cuerpos de Inspección de Hacienda e Inspección de Tributos, y esos veranos para estudiar. Como mucho una visita el sábado por la tarde o el domingo por la mañana al apartamento que tenían mis suegros en Canet d´En Berenguer, una visita al chalet, pero para comer en familia, y poco más.
Imagino que cuando aprobaste la oposición, sí que empezaste a disfrutar de los veranos.
Apruebo en 2002, me casé en 2003, por cierto, una boda rociera muy divertida. A partir de ahí, las ganas de descubrir nuevos mundos veraniegos nos llevan a Fuerteventura y Lanzarote en 2004, a Cuba en 2005, y a Noruega en 2006, con un grupo de amigos estupendo, al que vemos poco, porque cada uno ha seguido su camino, pero seguimos guardando con cariño el tiempo compartido y cuando nos encontramos, nos brilla la mirada. Susana, Ernesto, Lucía, Pau, María… madre mía, qué recuerdos y qué atrevidos éramos en esa época, desde bailar ritmos cubanos a ir cazar cocodrilos, subir a un fiordo o pescar salmón en aguas noruegas.
Cuando la familia crece, los veranos se suelen replantear. Aunque sé que has pasado momentos duros.
Mi hija Laura nació en la Navidad de 2007 y fue un regalo lleno de esperanza y alegría porque mi hermano mayor había muerto al poco de nacer, pero también en la Navidad de 1974 y luego porque la llamamos como una de mis mejores amigas (Laura) que murió en el accidente de metro de Valencia. Pero sigamos con la alegría de los veranos. Descubrimos Formentera y nos enamoramos, hemos ido muchos veranos y volveremos. Es un lugar con mucha paz y naturaleza, las aguas cristalinas. Bucear en Cala Saona, bajar a Es Caló d´es Morts, tomarte un aperitivo en el Blue Bar o ver la puesta del Sol en el Pirata o adentrarte en el Parque Natural de Ses Illetes, naturaleza en estado puro. Compartiendo con gente muy querida, Pablo, Silvia, Jorge.
¿Y algún destino de vacaciones en la Comunitat?
Al nacer nuestra segunda hija, Claudia, en febrero de 2010, nos plantemos tener una casita en la playa así que compramos un apartamento en Denia y allí pasamos nuestros veranos hasta 2017. Qué decir de Denia que no sepamos todos, mágica por muchos motivos, hasta por su conocido y temido aire, el térmico. Pero destaca su increíble oferta gastronómica: el Chiringuito, Noguera, el Faralló, el Pegolí, Pont Sec, son palabras mayores. Compatibilizábamos Denia y Formentera, sin olvidar visitas obligadas a Terra Mítica, a las niñas les encantaba y haciendo alguna escapada a Port Aventura. Somos de parques temáticos, nos gustas disfrutar con la adrenalina por las nubes.
“A los parques temáticos, a Denia, nos acompañaba parte de mi familia y quiero enviar unas palabras de fuerza y cariño, a mi ahijado, a Fran, este 2023 está haciendo un camino importante en su vida y tengo la certeza de que lo va a conseguir.”
Veo que tu carácter inquieto se traslada también a tu forma de vivir los veranos. ¿Seguís disfrutando de Dénia?
No, efectivamente soy muy inquiera y aventurera. Hace unos años decidimos cambiar y dejamos Meliana, nos mudamos a Valencia y en cuanto a los veranos cambiamos Dénia por Jávea estos últimos años. Me aficioné al running y también al senderismo, rutas como la de la Granadella, Portichol o Cala Blanca me encantan. Además siempre estamos con buenos amigos como Pablo y su familia, Charo, Nando, Mati, Raúl y sus niñas maravillosas. Aunque también hemos hecho escapadas a Menorca, otro lugar idílico donde ser muy feliz en verano.
¿Cómo es un día perfecto para ti en verano?
Lo que más valoro es el tiempo para estar en familia y compensar el tiempo que les robo el resto del año. Tiempo para leer, siempre almaceno 5 o 6 libros bien gordos que devoro durante los atardeceres, también aprovecho para tomar el sol, eso sí, con mucha protección, pero como dicen mis hijas, mi madre está en el momento “sol tómame”. Me gusta compartir buena mesa con amigos, bebiéndonos las horas y saboreando los minutos. En definitiva, aprovecho para recargar energía, reír y pintar de colores todo lo que veo e imagino. En verano todo tiene un color y un olor distinto.