"En Alicante nadie habla valenciano". Quien se expresaba de esta forma tan contundente era entonces alcalde de la ciudad. "Usted y yo parece que no vivamos en el mismo lugar", se atrevió a contradecirle esta pobre periodista andaluza que le preguntaba en valenciano durante la inauguración del parque de El Palmeral, hace ya siglos. Fue entonces cuando me dijo que en su barrio, el tradicional Raval Roig, no se escuchaba valenciano por la calle ni tampoco en el ayuntamiento. No sé, igual tenía algún problema de sintonización en sus auriculares y quien les escribe es un bicho raro. Yo vivía entonces en Palmeretes y podía realizar casi todas mis actividades cotidianas en esa lengua. En mi barrio se podía comprar en valenciano el pan, la carne, el tabaco, el periódico y hasta el vermú de los sábados en la bodegueta. Mis vecinas se comunicaban en valenciano por el patio de luces mientras tendían la ropa en la galería y en el trabajo era la lengua de uso común.
No dudo que el alcalde me estuviera diciendo la verdad o, mejor dicho, su verdad. A las autoridades civiles, militares, policiales o administrativas de esta ciudad se les suele hablar en castellano por una mal entendida cuestión de educación, por inercia y en algunos casos, también por prescripción médica. Es cierto que para vivir en valenciano en Alicante hay que nadar contra corriente porque las mareas te arrastran indefectiblemente hacia el castellano, que actúa como lengua franca. Sin embargo, si de entrada nos dirigimos a nuestros interlocutores en la otra lengua oficial, la minoritaria, podremos encontrarnos con la sorpresa de que la habla más gente de la que pensamos. Si no lo hacemos, nunca lo sabremos. He de reconocer que es un deporte de riesgo solo apto para gente osada. "Háblame en español que en esta Comunidad somos bilingües", me dijo un día un señor en la calle mientras realizaba encuestas callejeras. "Perdone, pero bilingüe soy yo, usted parece que es monolingüe, en castellano". Esa vez me pilló de malas, qué le vamos a hacer. Lo habitual es cambiarse de lengua (los que de verdad son bilingües o plurilingües) y no enzarzarse en debates filológicos mientras esperas a que cambie el semáforo. Si le hubiera preguntado en inglés me habría tratado con más amabilidad y seguro que se habría esforzado en speachenglish aunque fuera en formato indio.
Parece que hablar valenciano en esta ciudad todavía te retrata ideológicamente, te sitúa en una trinchera donde la lengua se utiliza como arma arrojadiza en una guerra fratricida. Ejercer ese derecho es agotador e incluso caro. Un ejemplo. Para escolarizar a mi hija en línea valenciana tuve que sacarme el carnet de conducir y comprarme un coche para llevarla al único colegio de mi distrito donde se podía estudiar en el programa de inmersión lingüística. Y todo para que luego algunos de sus profesores, ya en secundaria, dieran clase en castellano "para que nos entendamos todos", aunque los libros de texto fueran en valenciano: "En quina llengua faig els examens, mamà?", me preguntaba angustiada. "No et fiques en problemes i fes-los en la llengua en que et parle el professor", le dije atendiendo a un poderoso instinto de protección materna.
Ahora el Consell quiere reactivar la Llei d’Ús i Ensenyament que lleva muchos años vegetando en los cajones sin que nadie se haya atrevido a ponerle el cascabel al gato. El conseller Marzà, en un alarde de honestidad y valentía política, quiere que toda la documentación de las administraciones públicas valencianas esté redactada en los dos idiomas oficiales (¡qué temeridad!) pero que el valenciano aparezca en primer lugar. Una osadía que propugna que el personal de la administración que atiende a la ciudadanía inicie la comunicación en valenciano y la continúe en la lengua que soliciten los usuarios. Todo un atrevimiento que, o mucho me equivoco, abrirá de nuevo la caja de Pandora. ¿Qué no? Si quieren hacer un experimento social en carne propia, prueben a vivir un día en Alicante exclusivamente en valenciano. A ver qué pasa. Y luego me lo cuentan.
@layoyoba