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Del derecho y del revés  / OPINIÓN

Renfe o el desastre de la catenaria 

2/04/2023 - 

¡Qué monumental desastre tuvo lugar ayer en la estación de tren de Chamartín, el mismo día de inicio de las vacaciones de Semana Santa! ¡Viva la Renfe! Estaba medio Madrid allí, deseando largarse de la ciudad, y formando una masa enorme de gente a la puerta, pues alguien había echado a los pasajeros del vestíbulo a la calle. Otros habíamos ido -ilusos- con billete de ida y vuelta en el día y también anhelábamos regresar a nuestros hogares, tras un largo día de trabajo.

Cuando llegué no sabía de qué se trataba, si era un aviso de bomba de un bromista de muy mal gusto, una huelga de los trabajadores de Renfe, o bien una manifestación de funcionarios de los juzgados, ahora que los LAJ han tenido a bien volver al trabajo, tras dos largos meses de huelga. Había ahí un pitote tan impresionante que parecían los trenes de la Guerra. Como en una peli de Berlanga, un macizo salió del piso de arriba a arengar a las masas en plan buen rollo, como un Mr. Wonderful cualquiera, gritando “que nadie os amargue el día” y recomendándonos que nos apuntáramos al gimnasio. Un payaso. Me llama mi chico, en la radio decían que había habido una avería grave en una catenaria en Chamartín. Al rato un empleado de la Renfe salió dando voces con un megáfono -tercermundista, sí, pero ocurrió tal y como se lo cuento- y gritó que los trenes de Alicante y Murcia iban a salir de Atocha. ¡Acabáramos! Vuelta para atrás, a la estación de la que nunca debieron quitar los trenes a Alicante. En esto, como en tantas otras cosas, nos engañaron como a tontos a todos los alicantinos, nos mandaron a esa mierda de estación que es Chamartín, anticuada, inaccesible para personas con problemas de movilidad, vieja y sucia. Y todo esto, ¿para qué lo han hecho? No hay respuesta.

Esto de tener que cambiar de estación puso mi mala leche a punto de ebullición, y grité: “Entonces, ¿para qué habéis quitado los trenes a Alicante de Atocha?”. Inexplicable, dado que como luego se verá las vías funcionan perfectamente.  De nada me sirvió la queja, solo para que vinieran dos de una tele local a entrevistarme en directo. Les hablé del desastre que es Chamartín, que para acceder al metro y poder aliviarse -de pago, claro, a euro el pis- hay que subir y bajar escaleras como si estuviéramos en una yincana, y rodear la estación entre barreras arquitectónicas, nada accesibles por cierto para personas con dificultades de movilidad, ancianos, madres con niños, viajeros con demasiado equipaje, etc. O sea, para casi todo el mundo. Podríamos calificarlo de acceso infumable. Aún doy las gracias por haberme llevado el maletín con ruedas.

Resignada y cabreada a partes iguales, veo inevitable coger el metro de vuelta, en el que acababa de llegar a la estación, para desplazarme a Atocha con otros cientos de pasajeros, bastante aborregados, a decir verdad. Todos estuvimos soportando estoicamente las inclemencias de una situación demasiado grave para que ni un empleado de este puñetero desastre de empresa llamada Renfe tuviera a bien salir a pedir disculpas en ningún momento, durante las ocho largas horas que duró esta pesadilla, desde que llegué a la estación hasta que conseguí entrar en mi casa.  ¡Me tendría que haber ido a Nueva York!

Ya en Atocha, los pasajeros del tren de las 19’00 pudimos entrar al vestíbulo previo a la salida, mientras los de trenes posteriores tuvieron que quedarse fuera. Y ahí siguieron los líos, menos mal que en la cafetería -de la que, por cierto, nos echaron a eso de las ocho porque cerraban, no se les ocurrió ampliar el horario dada la situación- pude cargar un poco el móvil. A las 21’30 nos hicieron entrar al tren, sin controlar los billetes. A mogollón. Alguien comentó que nos iban a meter en el mismo tren con los pasajeros de los trenes siguientes -el de las 19’55 y las 20’00. Dicho y hecho, y no solo, también a los que iban a Valencia. Resultado de la improvisación y el caos: como obviamente no cabíamos, había gente por los pasillos y sentada en los descansillos, así como maletas por todas partes. Preocupante, ¿quién estaba al frente de esta situación, tomando las decisiones? Sin duda, alguien necesitado de complemento a sus capacidades diferentes, dicho en lenguaje actual; o sea, un gilipollas de los de toda la vida.

Lo peor llegó cuando una voz de mujer dijo por el altavoz que los pasajeros de Valencia se tenían que bajar, porque su tren iba a salir de Chamartín. ¡No puede ser! ¡Y la pobre gente tirando de las maletas por el andén, con más paciencia que el santo Job! ¿Pero ustedes de qué van, so desgraciados? ¡Vaya puñetero desastre de situación y de Renfe! Me siento avergonzada ante mi compañera de asiento, una argentina encantadora que se llama Andrea, que me confiesa que se le han pasado de golpe los complejos, pues hasta ayer creía que en España las cosas funcionaban mejor que en su país.

No contentos con esto, hubo más idas y venidas, hasta el punto culminante en que se dieron cuenta ¡por fin! de que necesitábamos más vagones. Increíble. Esta gente no sabe ni sumar ni dividir. ¿Cómo demonios pensaban que íbamos a caber los pasajeros de tres trenes, ya descontados los de Valencia, que era un cuarto tren, en uno? A pesar de los muchos viajeros que, inteligentes ellos, se fueron para su casa a dormir en vista del caos, todavía quedaba mucha gente por sentar. Y entonces empezaron con las maniobras para acoplar los vagones que faltaban. En resumen, eran las 23,20 cuando salíamos de Atocha y el conductor poniendo el tren a una velocidad preocupante. De hecho, nos fijamos en dónde estaba el martillo para abrir las ventanillas, en caso de necesidad. Menos mal que Andrea y yo caímos fulminadas, fruto del agotamiento y nos dormimos parte del viaje.

Tengámoslo claro, para la Renfe somos como el ganado. Es comprensible que pueda existir una situación especial, lo que no tiene perdón es que la empresa no se haga responsable de los viajeros. Ayer vi claro que a Renfe le importan un pepino nuestras necesidades, nuestros problemas y nuestro bienestar. Insisto, ni una disculpa, ni un revisor que pasara a ver si estábamos bien, ni una botella de agua. ¿Bocadillos? Ja. Nada de nada. Espero que muy pronto deje de existir este monopolio. La Renfe merece una demanda colectiva de tres pares de narices, yo ahí lo dejo.

Mónica Nombela

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