Muchas veces nos preguntamos el por qué de las cosas, ya saben que la curiosidad puede más que el desinterés. Y es bueno que así sea. Queremos conocer más sobre ese asunto en concreto para tener nuestro propio criterio.
En el siglo XIX algunos llamaban “confitura, golosina o dulce” a nuestro querido y sabroso turrón de Alicante. Y digo yo que vaya manera de liarla ó de confundir al personal. ¿No es más fácil llamarlo sólo por su nombre? Esta cuestión forma parte de una, quizá, más importante que tiene que ver con su origen. No es pequeña controversia y aquí me agradará aclarársela.
El origen del turrón no viene del “ajalú” ó “aljafor” de los árabes, que algunos lo han así manifestado, porque estos llevan muchos más ingredientes que el turrón, como piñones, nueces, canela, anís, ... Ya ven que nada tiene que ver este con el nuestro. Para aclararlo es importante saber quién fue el primero en fabricarlo, inicialmente en las casas, luego en pequeños obradores y, después, mayoritariamente, en fábricas como en la actualidad. Y con esa aclaración es bueno conocer por qué fue origen e industria en Alicante, por qué dejó de elaborarse aquí y qué tuvo que ver en esto una agrupación gremial de Valencia. Acompáñenme en este escrito, que es apasionante buscar en las entrañas de la historia y encontrar tantas cosas interesantes.
Originalmente, el turrón de Alicante y el de Jijona se hacían sólo con almendras y miel. Cuando las almendras estaban machacadas y formaban una pasta junto con la miel, ese era el de Jijona; cuando eran trozos sin machacar, era el de Alicante. Esta es una forma muy sencilla de distinguirlos, seguro que lo han pensado y ya se lo digo yo. Luego el fuego, el tiempo de cocción y la consistencia hacían el resto para que cada uno tuviera su textura y su sabor. Actualmente, se añade clara de huevo y oblea al de Alicante, y azúcar a los dos.
Entre Alicante, Jijona y alrededores hay campos de secano donde se plantaban y se plantan almendros. Menos abundantes fueron las colmenas pero las hubo y algunas producían una miel de gran calidad. La casualidad y la curiosidad de un agricultor goloso fue el nexo de unión de todo este círculo perfecto para terminar elaborando el turrón, un manjar dulce y sabroso que ha ido evolucionando como hoy lo conocemos.
Pero vayamos a las pruebas escritas que demuestran la existencia del turrón en estas tierras y su origen alicantino desde la época de los reyes católicos Isabel y Fernando. No les hago esperar más para conocerlo, porque hay mucho que contar. Ya en tiempos del emperador Carlos V, Carlos I de España y V de Alemania (1500-1558), el turrón de Alicante era conocido en todo su Imperio desde tiempo inmemorial. No es una afirmación baladí y es bueno afirmarlo con datos. Siendo tan popular, el dramaturgo López de Rueda (1510-1565) lo llevó a escena y nombró al turrón de Alicante en su obra teatral “La generosa paliza” contenido en el volumen Registro de Representantes. Lo menciona con la naturalidad del que cuenta algo conocido por el pueblo y por la nobleza, no tuvo que dar explicaciones de lo que era. López de Rueda, a veces cómico, otras narrativo ó dramático, recorría plazas y palacios - que no se privaba de nada - con sus actuaciones. No es el único que lleva a la escena el turrón, sea a través del teatro, de la literatura ó de la poesía: Tirso de Molina, Lope de Vega o Quevedo, son algunos ejemplos.
Escolano (1560-1619), Cronista del reino de Valencia, también nombra al turrón en sus “Décadas”; o Bendicho, que en su “Crónica de Alicante (1640)”, menciona a los turrones de esta población como dulces de regalo “hasta Roma y la Corte”. Hay pruebas documentales que citan al turrón en el reinado de Felipe II (1527-1598), “dulce” que ya había cogido fama internacional. En aquella época el turrón era una de las “cartas de presentación” de la ciudad. El Concejo de Alicante era muy generoso en regalarlo en Navidad en cajitas de madera a autoridades, abogados, comerciantes, miembros de la Corte y de la Corona. En el Libro de Provisiones Reales de la Ciudad de Alicante (que guarda el Archivo Municipal de esta ciudad) hay una carta del rey Felipe II dirigida a Francisco de Moncada, Virrey de Valencia, fechada el 25 de octubre de 1595, en la que llama la atención por el exceso de gasto de las autoridades alicantinas en Navidad con los regalos de estos “dulces”, añadiendo que se hagan “sin que pueda gastar esa ciudad más de 50 libras cada año”. Ya saben que el rey Felipe II tenía fama de austero, independientemente que ese gasto fuera muy alto. Posteriormente, Felipe III (1578-1621) también hizo su queja fechada el 19 de mayo de 1612 dirigida al Virrey de Valencia por este descontrolado gasto de las arcas del Concejo alicantino, aunque afirmó también que deben mantenerse esos envíos. Ya ven, una de cal y otra de arena.
No me olvido del episodio de una agrupación gremial de Valencia antes citado, que tiene mucha miga (por no decir que tiene mucha almendra). Estos hechos ocurrieron durante el reinado de Carlos II (1661-1700), aunque este rey en esto nada tuvo que ver. En aquella época todas las actividades artesanales estaban organizadas por gremios y estos dependían de Valencia para permisos, pago de tasas, trámites tediosos para cualquier cosa... ¿Les suena? Dicen que la historia se repite pero ¿también en esto? Los únicos que se salvaron momentáneamente de esta organización gremial y de esta dependencia valenciana era el turrón de Alicante al ser una actividad temporal de unos tres meses desde su elaboración hasta su venta y distribución. Entonces se cuenta que había unos 25 obradores por toda la ciudad, más los que lo hacían en casa y luego lo vendían en puestos en la calle. Pero esto se terminó cuando desde el Colegio de confiteros de Valencia, el gremio de "sucres y ceres", dijo que había que regularlo: nadie podría elaborar turrón sin el título de "maestro" mediante el examen y pago de tasas correspondientes. Los inspectores de ese Colegio gremial podían clausurar un obrador si no cumplía sus normas. Hubo varios y largos pleitos al no estar conformes con esta medida. Los inició Honorato Boyer, notario subsíndico de la ciudad de Alicante, el 1 de diciembre de 1665. En contra dicho Colegio argumentaba su decisión en un privilegio que tenía desde el 16 de junio de 1646 en el que se le concedía la exclusividad en la industria y comercio de la cera, la especiería y los confites. Se sacaron un as de la manga, que casualidad. Al cabo de los años ganó el pleito el Colegio de sucres y ceres de Valencia (6 de mayo de 1671) y aunque se recurrió la sentencia, la elaboración del turrón en Alicante fue menguando hasta que sólo sobrevivieron los obradores más grandes que terminaron sacándose el título de maestro y registrándose en Valencia para poder elaborar el turrón en Alicante. A Jijona la dejaron para otra ocasión que entonces la elaboración del turrón era más importante en Alicante y se salvó del acoso de la Casa de la Cera. Aquí los alicantinos buscaron otro producto y otra faena que emprender y lo encontraron en el chocolate y en el tránsito de mercancías del pujante puerto de Alicante. El que no se consuela es porque no quiere.
Todos estos datos corroboran que el origen del turrón está en esta tierra alicantina, al parecer desde tiempos de los reyes católicos. No hay duda, para los alicantinos está claro que el origen del turrón es nuestra provincia y más concretamente Alicante. Pero me dirán ustedes, qué que les va a decir un alicantino de cuna como yo convencido de serlo y de lo que acabo de afirmar. Ya ven las vueltas que damos algunos para reivindicar lo nuestro y lo mucho que hay en los anales de nuestra historia para corroborarlo. Y por qué no, digo yo.