En Ferraz hay un liderazgo disputado, una ronda de fantasmas, un capazo de dudas, gran agitación tras los cortinajes y hasta una rave de duendes en la Noche de San Juan. Nada que no hayamos leído ya en el teatro de Shakespeare. Lo que sucede es que lo estamos mirando con ojos nuevos, con la perplejidad y el cinismo de quien no se puede creer que lleguemos a este punto. Y claro que llegamos, vaya si llegamos. La Historia se construye con los asaltos al poder, el tacto suave de los cojines y el rumor de una muchedumbre en la ventana de palacio. Y vuelta a empezar. Toda la Humanidad se concentra en el mito de Sísifo. Piedra arriba, piedra abajo. Hay veces que no nos damos cuenta de la condena a la que estamos encadenados, en ocasiones lo llevamos peor y está ese día en que llega Albert Camus y transforma lo que considerábamos un castigo en un arrebato de felicidad. La felicidad de cumplir con nuestra obligación de coronar y derrocar soberanos alternativamente. Sean de la graduación que sean. Lo de crecer y multiplicarnos vino después.
Cuando concluya la trifulca del PSOE, caerá un imperio o resurgirá una civilización de sus cenizas. Quizá no pase nada. De hecho, dará igual lo que suceda si finalmente Trump alcanza el Despacho Oval. Las consecuencias están por ver. Apostar, generalmente, solo sirve para dar de comer al crupier y llenar de gasolina el depósito del Ferrari de su jefe. Desde cerca, la revuelta socialista se ve muy grande, pero solo es una escenificación más del desmoronamiento de la socialdemocracia en toda Europa. Una efervescencia de pastilla granulada en el viaje sin rumbo de un continente que no sabe dónde va. Pase lo que pase, dentro de unos meses o unos años volverá a subir el barril de Brent, nuestros hijos se atascarán con los verbos irregulares del inglés, un país entrará en guerra y la sequía arruinará la cosecha de alcachofas.
Sin embargo, puede que haya dos circunstancias en la batalla de Ferraz que sí que se recuerden con el tiempo. La primera, que en aquellos acontecimientos de 2016 no hubo un Espartaco que liderara el motín de los gladiadores en nombre de la libertad. Ni de un lado, ni de otro. Hasta es posible que con el tiempo no sepamos encontrar ni un solo gladiador, en toda esta historia. Y la segunda, que la masa enaltecida, por primera vez, pidió argumentos antes de afilar las hoces y embrear las teas. Y no encontró más que lo mismo de siempre, medias verdades, jeroglíficos e instrucciones para dar cuerda a una tostadora de pan. También de un lado y de otro. Y no coló. A lo mejor, dentro de unos años, las tablets de texto recogerán que por fin en 2016 los políticos se dieron cuenta de que el votante ya no quería política ni en los pasillos, que la tecnología ya nos había regalado la transparencia que ellos nos querían vender y que el parchís del Parlamento no está para que ellos jueguen, sino para que los que ponemos el tablero podamos comer, contar veinte, avanzar y llegar a casa con la jubilación intacta.
@Faroimpostor