la nave de los locos / OPINIÓN

¿Queda algún varón joven sin depilar?

El Gobierno ‘fake’ ha lanzado una campaña para reivindicar a los varones blandengues, esas mascotas con las que sueñan algunas mujeres. Los  jóvenes serán reeducados para abrazar la ‘nueva masculinidad’        

19/09/2022 - 

A las 13.55 horas del sábado 10 de septiembre me disponía a cruzar el paso de peatones que hay a la altura del número 2 de la avenida Maisonnave, en Alicante. Esperaba, como otros transeúntes, a que el disco del semáforo cambiara a verde. A mi lado tenía a una pandilla de siete treinteañeros que iban de despedida de soltero. Hablaban de manera distendida, reían y se abrazaban. A esa hora aún no estaban borrachos. Todos vestían con bermudas y camisetas blancas con sus nombres serigrafiados. Unos eran gordos y otros flacos. Hablaban con acento murciano o de la Vega Baja. 

En ese breve intervalo los miré de arriba abajo, y reparé en que los siete llevaban las piernas depiladas. Me llamó la atención la ausencia de vello, ni siquiera en un par de extremidades; me extrañó esa rara unanimidad de cuerpos limpios de pelos que yo, siendo niño, sólo había conocido en Vicente Belda. Entonces, allá por el siglo XX, sólo los ciclistas se depilaban las piernas. 

Como soy un ignorante en la materia, no sabría decir cuándo comenzó la moda de la depilación masculina. En todo caso, no me equivocaría si la sitúo en este siglo espeluznante. La edad permite deducir si un hombre se depila o rasura las piernas, el pecho y sus zonas erógenas. De los cuarenta para abajo, la depilación masculina es un suceso muy extendido, de consecuencias irreparables. A partir de esa edad los varones presentamos reticencias al empleo de la cera o la cuchilla. Nos consume la duda. Hace un año fui a un súper valenciano a comprar un envase de veet (creo que así se llama la marca) y ahí sigue, muerto de risa, en el baño. Me da cosa ponérmelo.

Catequesis sobre nuevas masculinidades

Los tiempos cambian. Los hombres, si son jóvenes, son más receptivos a la evolución de las costumbres. Van al gimnasio y se embadurnan con cremitas. Se dejan la barba de Carlos V. Les pierde la estética. Ahora se habla mucho del nuevo hombre, no tanto del de Carlos Marx sino del alentado por las señoras Colau y Montero con sus catequesis sobre las nuevas masculinidades. Hay un interesante debate sobre si el nuevo hombre se está feminizando, si en realidad es un sujeto demasiado suave, si entronca con el hombre blandengue del que hablaba nuestro admirado El Fary.

“Hay un interesante debate sobre si el nuevo hombre se está feminizando, si entronca con el hombre blandengue de El Fary”

Parece que muchos jóvenes varones se feminizan, quizá para hacerse perdonar su condición masculina, al tiempo que muchas mujeres se masculinizan. Esto, lejos de ser un problema, podría arreglar la dichosa guerra de sexos. Si unos se feminizan y otras se masculinizan, antes o después se encontrarán en el camino de sus vidas.

Yo no soy ejemplo de nada, y menos de nuevo hombre con más o menos sustrato femenino. Es más, soy todo lo contrario: una exaltación al vello. Mi pecho, que es un pecho lobo, recuerda a los de Pep Guardiola y Enrique Ponce. Los tres pertenecemos a una minoría amenazada. El vello es una cosa del pasado, anacronismo molesto y desagradable para las sensibilidades modernas, con el mismo futuro que la niña Arrimadas en las próximas elecciones generales.

Imitadores de un Cristiano decrépito

Me diréis que debería hacer un esfuerzo por adaptarme a estos execrables nuevos tiempos buscando un punto intermedio entre El Cabrero y el actor Eduardo Casanova. Puede que estéis en lo cierto, pero ahora que he comenzado a leer a Marx —¡a la vejez, viruelas!— me da rabia darles de ganar a las industrias de la cosmética y la joyería, que están encantadas con tanto tío maquillado y enjoyado, con tanto muchacho imitando al decrépito Cristiano Ronaldo.

Definitivamente creo que he perdido otro tren, en este caso el tren de la nueva masculinidad, que viaja abarrotado de esa juventud robusta y engañada de la que habló Quevedo (el escritor, no el cantante canario). Prefiero sentarme en el andén de una estación y ver pasar los trenes, y observar cómo los viajeros suben y bajan de los vagones, acelerando el paso hacia ninguna parte, mientras yo me siento un poco más extraño, confuso e indiferente ante un mundo rasurado de piedad, educación y coraje, un mundo que he renunciado a comprender para siempre.


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