MADRID. Las herramientas de inteligencia artificial (IA) avanzan a una velocidad incontrolable, superior a la de su propio estudio y legalidad. Artistas, abogados y creadores no pueden ganarle la carrera a la “máquina” que no para de crear y esto establece un gran debate: ¿Pueden las industrias culturales protegerse de la IA? Cuando la IA genera una obra emplea el trabajo de artistas y otros creadores que, lejos de prestar su obra para el “entrenamiento” de esta herramienta, intentan protegerse ante esta, sin medidas jurídicas claras. Para intentar comprender algunos de los matices del uso de la IA desde la Fundación SGAE y junto al Instituto Autor se celebra en Madrid -el 14 y 15 de marzo- el congreso internacional La propiedad intelectual y las industrias culturales ante la inteligencia artificial en el que expertos de todo el globo analizan las diversas funciones de la IA y plantean nuevos escenarios para regular la legalidad de su uso con motivo de proteger las industrias culturales y a sus artesanos: los artistas.
Para dar comienzo a las jornadas el presidente de la SGAE, Antonio Onetti, ha establecido un paralelismo entre la aparición de esta herramienta revolucionaria con el momento de incertidumbre social en el que aparece “la radio y la televisión” y ha abogado por “la ciencia, el arte, la tecnología y la creación” que han ido siempre de la mano -durante tantos años- para proteger a los artistas. El debate principal se ha establecido en base a las creaciones de la IA, que parte de textos, música e imágenes (entre otros elementos) para poder “emprender, aprender y entrenarse” a través de los datos que existen en internet. ¿El problema? La IA no sigue ningún tipo de ética para crear, por lo que puede basarse en obras protegidas y saltarse los derechos de autor para generar su propia obra.
Jane C. Ginsburg, abogada y profesora de propiedad intelectual en la Universidad de Derecho de Columbia, plantea este debate con un simple ejemplo. Un usuario pide a una IA que genere un personaje de un videojuego que sea un fontanero, lo que hace la herramienta es crear lo que a cualquiera se le vendría a la cabeza: un Super Mario. Pero… ¿Ha cedido Nintendo los derechos de su personaje más famoso?... ¿va a recibir una retribución económica por haber “educado” a la máquina con sus imágenes? Ginsburg explica que actualmente cualquier usuario que suba su contenido a internet está “autorizando que se entrene una IA aunque sea sin su permiso”, de esta forma la IA genera sus creaciones infringiendo los derechos de autor sin importarle la moral en estos casos.
Con esta acción se plantea otra pregunta: ¿A quién pertenece esa imagen generada? Aquí entra en juego el concepto de copyright que se refiere a la autoría de la obra y el límite legal para reproducirla. El abogado experto en IA, Ryan Abbott, explica que el copyright sirve para difundir de forma segura las obras de creación humana pero que no debería ser aplicable a la IA, al no tratarse de persona física. Así pues, la batalla está ahora en que se le den derechos a quien acciona “la máquina: el humano tras los comandos -promts- que generan una nueva creación.
“Ahora la lucha no está en darle derechos a la IA sino a quien acciona la máquina, el problema es que la IA ya se nutre de lo que aparece en internet sin pedir licencia por el uso de esas imágenes”, esto significa que ya hay una infracción de derechos de autor pero que no se puede recular, “es imposible pedir permiso y licencias a miles de millones de personas. Es como si dijéramos que un código escrito entre varias personas tiene que contar con derechos de autor, no se puede definir quien es el propietario”, matiza.
Para comprender cómo funciona la IA en este aspecto Alejandro Puerto, Registrador Territorial de la Propiedad Intelectual de Madrid, compara el “entrenamiento” de la máquina con el que tendría un bebé: “Cuando un humano aprende un concepto como puede ser “gato” lo asocia con su movimiento, su forma y sus colores, por ejemplo. La IA, en cambio, aprende de todo lo que ve por internet y no sigue una ética para recrearlo”.
Por eso la IA puede generar una imagen de un gato basándose en fotografías protegidas o en imágenes con licencia para crear la suya propia, sin contar con ningún tipo de criterio a la hora de emularla. Ginsburg señala de nuevo como esto puede afectar a los autores de las obras, ya que es “copiado” desde un gran negocio ante el que es muy difícil emprender acciones legales: “Aquí entra en conflicto con el mercado la cesión de licencias, basar un plan de negocio en el uso legítimo y razonable de esta base de datos es muy complicado, y esto perjudica gravemente los intereses del autor”, señala la experta.
Aunque perfiles como el de Mariano de Paco Serrano, Consejero de Cultura de la Comunidad Autónoma de Madrid, arrojan un poco de luz sobre el asunto. Serrano insiste en que que las creaciones de la IA no deberían ser contradictorias a la idea de que los creadores cuenten con los derechos de propiedad. Serrano ha señalado la importancia del estudio sobre esta herramienta y actividades como este congreso para “comprender las grandes transformaciones de esta herramienta y ensamblar la IA con el uso cultural”.
Ahora bien, ¿es eso posible mientras se pasa por el aro de la ética y se valora la autoría original? Abbott matiza que la IA, como todo, se puede emplear tanto para el bien como para el mal, y que depende de quien lo acciona. Así pues habrá herramientas de IA que trabajen con todo tipo de datos y empresas que comiencen a trabajar considerando el copyright, empleando una labor más “humana”: “La esperanza está en que necesitamos una licencia colectiva para estas obras, dejar de separar a los autores. Se está planeando generar un mercado de licencias contemplando una cuestión no solo de dignidad sino también de economía. Cuando se establece una demanda o una queja sobre la IA se marca el debate entre las normas de la herramienta y el uso legítimo y razonable de esta, aunque no sea justa para construir un plan de negocio”.