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MEMORIAS DE ANTICUARIO

Cómo una idea equivocada de protección del centro histórico lo ha convertido en un "no barrio"

12/02/2023 - 

VALÈNCIA. Esta semana, un compañero de profesión me revelaba que, en lo que fue el popular local dedicado venta de “telas metálicas” situado en la plaza del Doctor Collado, a escasos diez metros de la magnífica puerta gótica de la fachada trasera de la Lonja de la Seda, patrimonio de la humanidad de la Unesco, se iba a abrir en breve un supermercado de una archiconocida marca de origen francés. Noticia triste, aunque previsible. El caso es que funcionará porque el paso de turistas es grande y esos negocios no viven ya de la gente del barrio, o mejor, digamos ya del “no barrio”. No se me ocurre un “canto del cisne” más trágico para el centro histórico. Esta misma semana volvía a casa a las nueve y media de la noche atravesando el eje de la calle de la Paz, Plaza de la Reina y la Virgen; había perdido un tanto la noción del tiempo en el lugar de donde venía, y tuve que mirar el reloj de mi teléfono dos veces para poder creer que no era cerca de la madrugada, habida cuenta la soledad que presentaban unas calles muy fotografiables por la lluvia caída por la tarde y la ausencia de vida inteligente en forma de personas. 

Es cierto, son días que apetece más estar en casa. Un amigo librero, profesional de libro antiguo, hijo de conocido bibliófilo, me comenta estos días que las calles de Ciutat Vella le transmitían cierta tristeza por las tardes y que se planteaba no abrir vespertinamente hasta que hubiera algo más de ambiente. En los meses “valle” no hay turistas … pero es que tampoco hay ciudadanos, porque muchos ya se fueron.  Mi amigo ha sido residente de la Ciutat Vella toda su vida, donde todavía tiene su librería, pero hace aproximadamente un año decidió vivir en otro barrio, del que muchos días me habla maravillas por el simple hecho de que “es barrio”. Se habla de la España vacía (o vaciada) pero se ha de empezar a hablar de “los centros históricos vaciados”, porque si bien nunca han estado tan abarrotados, tampoco lo han estado más vacíos. 

Les daré otro dato que conozco de primera mano: las comisiones falleras de Ciutat Vella, aquellas que cantan el entrañable y popularísimo “Cant de l´Estoreta”, epicentro histórico de la fiesta patrimonio inmaterial de la humanidad, tienen cada vez más dificultades para componer una agrupación con la que sufragar los gastos que genera la comisión. La falla Corona, que conozco de cerca por cuestiones de familia, está integrada por falleros y falleras que muchos provienen de fuera del centro histórico. De lo contrario sería inviable conformar un grupo suficientemente numeroso.

Escena junto a la Plaza Lope de Vega

No me interesa compararnos con otras ciudades porque en todas partes cuecen habas, pero de lo que estoy seguro es que si bien las circunstancias, las causas y los efectos son distintos, sin embargo, riman en consonante. La protección patrimonial de los centros históricos en España, tras décadas de masiva destrucción, ha resultado ser un éxito desde que por allá por los años 80 cambiara la sensibilidad hacia el patrimonio. Sin embargo, esta es una larga historia y algunos casos, entre los que estaría València, el éxito inicial ha dado paso a una situación de efectos no deseados, aunque nos hemos dado cuenta quizás demasiado tarde. Precisamente esa protección y recuperación del patrimonio histórico y artístico, el embellecimiento de espacios otrora invadidos por el tráfico rodado, la rehabilitación de centenares de edificios, la eliminación de la capa de mugre, ha tenido como consecuencia, por muy paradójico que suene, la muerte de la ciudad en estos barrios, como espacio habitable y habitado. 

Quizás, y dicho a posteriori es lo fácil, haya sido debido al manejo de una definición o de una idea de “centro histórico” equivocada por restrictiva e incompleta, al estar esta idea conformada exclusivamente por el patrimonio material, de carácter monumental, protegible y la trama urbana originaria. Sin embargo, se ha dejado a un lado la, hoy vemos que fundamental, vertiente inmaterial, que no es otra la trama ciudadana y los modos de vida y trabajo de  quienes llevan habitando ese entorno desde los inicios de la propia ciudad como tal, pues en este caso los inicios de barrio y ciudad coinciden. Las consecuencias de esta idea equivocada de lo que es un centro histórico, manejada sin aparente dolo, pero sí con una clamorosa falta de visión de futuro, han sido perniciosas y es precisamente, como decía, donde se inicia la ciudad en el caso de València hace algo menos de veinte siglos, donde paradójicamente está aconteciendo la “no ciudad”, como una película que transcurre ante nuestros ojos. Por ver algo positivo, pienso que al menos desde el punto de vista intelectual, tanto las administraciones como la sociedad civil están tomando conciencia de que los centros históricos son un todo. Sin sus habitantes la Ciutat Vella es un decorado. Tras la toma de conciencia toca tomar decisiones, y la ejecución material de esa idea es lo que, a día de hoy, está plagada de dificultades, porque de alguna forma conllevaría una labor de “restauración” civil, ciudadana.

Calle de la Tapineria en una tarde de enero

Recuerdo un programa de televisión que hablaba de la turistificación de las ciudades históricas centrándose en el caso de Lisboa; un turista alemán comentaba al periodista que el problema es que cuando él visita las ciudades históricas de Europa quiere ver, para distinguir y apreciar unos entornos históricos urbanos respecto de otros “cómo viven los habitantes en aquellos espacios donde llevan residiendo más de mil años, y eso, en sus últimos viajes ya no lo veía”. El programa, que hablaba de unificación comercial, franquicias etc, no revelaba dónde se alojaba dicho turista, pero entiendo que, si era coherente con su discurso, no lo sería en un apartamento turístico del centro histórico. No entraré en la oportunidad de la prohibición decretada por el Ayuntamiento de Valncia respecto a los apartamentos turísticos en Ciutat Vella, noticia que ha aparecido en los medios recientemente, pero parece que no admite debate la relación causa-efecto: a más apartamentos turísticos menos vecinos en el barrio. Ni tampoco la relación entre menos vecinos en el barrio igual a una desintegración de la trama comercial es decir la constatación de la figura del “no barrio”. 

También me pregunto que, si no se instaurara legalmente una restricción o prohibición, en definitiva, si no se limitan, ¿Cuál sería porcentaje de apartamentos destinados al turismo sobre el total de viviendas existente al que se podría llegar? Nadie lo sabe. Lo que sí que tengo claro es que esa prohibición, o si lo prefieren, restricción, quizás es la última bala en la recámara que nos queda, pero también es cierto que se tenía que haber llevado a cabo hace muchos años y de forma preventiva, ante la que se nos venía encima, y así no frustrar las expectativas de propietarios que han adquirido con esos fines o que se han marchado a otro barrio dejando la vivienda que ocupaban con fines lucrativos para el alquiler vacacional o de corta estancia. No obstante, la medida es necesaria si el “no barrio” vuelva a ser la Ciutat Vella de los valencianos. 

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