Esto se acaba. La Iglesia católica se apaga como un cirio en una parroquia de barrio. La fe parecer ser cosa de nuestros abuelos. Ir a misa es de sujetos extravagantes. La mayoría de los jóvenes pasan de la religión. Bastante tienen con el opio de sus pantallitas
Mi sobrino acaba de tomar la comunión. En la ceremonia religiosa y el convite estuvo acompañado por sus familiares y muchos amigos. Fue un día muy feliz para él, de los que recordará en su vida. Mi sobrino es un bendito y sus padres unos verdaderos héroes. ¡Atreverse a que un hijo tome la primera comunión en la España de Atila Sánchez y Yolanda Gucci!
En 2020 —último año del que se tienen datos—, casi 162.000 niños tomaron la primera comunión, según la memoria de la Conferencia Episcopal. En 2010 fueron 281.000. Esta caída drástica de las primeras comuniones se aprecia en otros sacramentos: en 2020 sólo el 29% de los niños se bautizaron y apenas un 14% de los matrimonios fueron canónicos. Las parejas modernas, al parecer, tienen el mal gusto de dar el “sí quiero” ante un concejal de Urbanismo. Allá ellos con su vulgaridad. Pero, además, la población que se declara creyente ha caído al 56,6%, frente al 73,4% de hace diez años.
Con estos datos estremecedores, que confirman el declive acelerado de la Iglesia, el masonazo de Azaña debe de estar contento en su tumba, en el cementerio de Montauban. Ahora sí, ahora España ha dejado de ser católica, sin marcha atrás. Lo llaman secularización o descristianización. Como en casi todo, los españoles hemos llegado también tarde a esto. Países como Francia, Alemania y Bélgica —santuario de locuelos independentistas— nos han llevado la delantera en el olvido de la Cruz.
Si España ha dejado de ser católica es, sobre todo, culpa de los católicos, que no nos atrevemos a levantar la voz dando testimonio de nuestra fe en un mundo hostil a toda manifestación cristiana. Somos pusilánimes, cobardes y blandos; preferimos vivir nuestras creencias sin salir del confesionario. El panorama es desolador. Se cierran parroquias, que con seguridad serán reconvertidas en gimnasios y centro de ocio; faltan curas para atender a los feligreses y se vacían los seminarios.
Tampoco ha ayudado el comportamiento de la jerarquía eclesiástica, vergonzosamente equidistante en el golpe de Estado en Cataluña y contemporizador con un Gobierno que ha aprobado leyes como la eutanasia y la ampliación del aborto que atacan los principios cristianos. Los obispos, temerosos de perder la pasta del Estado, critican, con sus voces atipladas, los atropellos de la banda de Atila Sánchez, pero sin romper la baraja. Son muy cucos. ¡Cómo echamos de menos la ira de Cristo contra los mercaderes del templo!
Los enemigos de la Iglesia han utilizado también el escándalo de la pederastia para horadar el prestigio de la institución. Parece que ahora los obispos se han dado cuenta de que han de ser beligerantes contra cualquier religioso que abuse de un menor. A la hoguera con ellos, si es menester.
“Los jóvenes viven de espaldas a la religión. Los niños no saben quién fue Caín. En su lugar le enseñan el catecismo de la Agenda 2030”
Los jóvenes, salvo una minoría selecta que debemos cuidar, viven de espaldas a la religión. Un niño crece sin saber quiénes fueron Caín y Moisés. En su lugar le enseñan el catecismo de la Agenda 2030. Hay que joderse. El opio de esta juventud robusta y engañada no es la religión, sino las pantallitas que les suministra un tecno-capitalismo criminal y dueño de sus cuerpos y de sus almas. La muchachada es hoy un ejército de peleles manejados por el pelirrojo siniestro de Facebook, que cuenta los días en millones de dólares.
El catolicismo, que es nuestra manera de ser cristianos, se apaga como un cirio en la concatedral de Logroño. Esto se acaba, por muy elogiable que sea la labor asistencial de miles de religiosos con los más necesitados. Pero la Iglesia ha de ser algo más que una ONG; la Iglesia ha de ofrecer una respuesta teológica, servir de alivio espiritual a los solitarios del mundo. Porque el hombre sigue estando solo, siempre estará solo, pero ya no ve la luz de Dios porque su corazón está ciego de soberbia. Para llenar el vacío existencial, algunos paisanos van a un curso de yoga o acuden a uno de los muchos supermercados de baratijas espirituales.
Moriré siendo católico, apostólico y romano, moriré en la fe de mis padres y de mis abuelos. Sin estridencias ni proselitismos previos. Tengo dudas, como casi todo el mundo. Pero cuando me asaltan pienso en los familiares y amigos, muchos ya muertos, que me sirvieron de ejemplo ofreciéndome su amor y la caridad según predicaba Jesucristo. Eran bienaventurados. También venzo mis vacilaciones leyendo la Comedia de Dante y viendo el Cristo crucificado de Velázquez. Porque el catolicismo ha sido piedra angular de nuestra cultura y acicate del mejor arte universal y español.
Si como sostienen los ateos, la religión es un cuento y después de la muerte no hay nada, bendito cuento el que nos narraron los evangelistas en boca de nuestros abuelos, la historia más bella jamás contada, que nos hace soportar las calamidades de la existencia. A los que amamos la literatura, una buena historia nos salva un mal día. Sólo por eso ha merecido la pena ser cristiano.