Espero que todos/as estén deseando el fin de la campaña electoral y que qué sepa, de una vez por todas, quién va a gobernar cada ayuntamiento o la Generalitat. Al parecer, no estoy solo en este análisis. Estamos la campaña más previsible -a excepción de cuando se celebran elecciones europeas- y anodina de los últimos tiempos. Los mensajes son de sobra conocidos; los políticos prometen cosas que cualquier persona con un mínimo de conocimiento de cómo funciona la administración saben que no van a cumplir y que todo caso, se cumplirán, si se cumplen en años. Los que gobiernan intentan no cometer errores; los que aspiran acuden a la hipérbole para exagerar la crítica y prometer lo imposible. Pedro Sánchez ha convertido la campaña de un apéndice del BOE; Nuñez Feijóo se agarra al error de Bildu para movilizar a los suyos (otra cosa es si le beneficia sólo al PP).
He escuchado pocas propuestas sorprendentes. De esas qué dices: si que está bien pensada y podría mejorar mucho la vida de muchas personas. La dijo la candidata del PSPV a la Alcaldía de València, Sandra Gómez, que ha propuesto cerrar los comercios y los grandes superficies a las 20 horas para que las familias puedan conciliar mejor. Ya funciona en Italia, y al parecer, con éxito y consenso. Hay muchas cosas que antes de la pandemia veíamos imposibles, y ahora se han convertido en habituales. El teletrabajo es el ejemplo.
También hemos escuchado boutades, como la de los supermercados públicos de Podemos. Hay muchas promesas de obras, infraestructuras, rebaja de impuestos, mejoras de sanidad, pero qué poco hemos escuchado de la mejora de la conciliación de la vida laboral -Ciudadanos es quizás quién más incidido en eso; la rebaja fiscal para fomentar el deporte del PP, o las familias numerosas de de Ximo Puig- y, sobre todo, medidas de efecto inmediato para combatir el calentamiento global. En este tema, sigue habiendo mucha teoría, mucha medida estrella, mucho titular grandilocuente, pero poca pedagogía de los efectos inmediatos que ya estamos sufriendo, como el ensanche de determinadas estaciones o las noches tropicales. Todavía no somos conscientes del problema que supone el calentamiento global. Sucedería el día en el que los turistas dejarán de venir por las altas temperaturas, o dejarán de comprar viviendas, y, entonces, se encenderán las alarmas. Al tiempo.
Pero son tantas las urgencias de cada partido y el machaqueo de las ideas-base, que la campaña se ha convertido en monótona, repetitiva y poco original. El algunos municipios ya está casi todo decidido y la participación será la justa. Y es posible, como decía este sábado Guillermo López García, que por primera vez la votación autonómica tire de la local, cuando normalmente siempre ha sido al revés. El voto dual también ha cambiado. Ayuda mucho, pero el elector sabe elegir. Es consciente de cuando una papeleta es más efectiva en una urna local, autonómica o nacional.
Y después están las encuestas. De todos los colores, clases y tipología. Y es verdad que todas daban un panorama de igualdad en la Comunitat Valenciana, hace meses. Entonces, el foco estaba puesto en Unidas-Podemos y si conseguiría el 5% de los votos para tener representación en las Cortes Valencianas. En las últimas semanas, todas coinciden en que la coalición morada lo conseguirá.
Es más, sus dirigentes ya son conscientes de ello y comienzan a pedir más tarta del pastel (del futuro Botànic, si lo hay). Se permiten el lujo de arremeter contra sus socios, PSPV y Compromís, a los que dedican todo tipo de calificativos. Vox hace lo mismo con el PP, sin rubor. Y a pesar de todo, las encuestas siguen ofreciendo un panorama igualado. Y pase lo que pase, y pese a los mandobles que se reparten, a todos esos que son hipotéticos socios, los verán la noche del 28M festejando que pueden gobernar, como si nada hubiera pasado. Como las encuestas, que se han convertido en un mitin más: un instrumento para movilizar a los suyos. Después, si eso, ya veremos quién acierta.