vals para hormigas / OPINIÓN

Perdón, maestro

26/02/2020 - 

Leo todo lo relacionado con la puesta en marcha del centenario de Luis García Berlanga, que se celebrará el año que viene y promete un reguero de eventos y acontecimientos de primer orden que pondrán a Valencia como escenario de esta secuela de la filmografía del maestro. Y explota mi particular caja de Pandora. Sale de mí ese rencor eterno y bilioso del que soy dueño y esclavo, al mismo tiempo. La Academia del Cine dirige sus esfuerzos a llevar la ceremonia de los Goya del año que viene a la capital autonómica. Las Cortes Valencianas han instado al Consell a que los fastos ocupen todo el año, con nombre y apellido. Por unanimidad, además. Y yo, con cada noticia que aparece, sumo graduación a la dinamita de mi indignación. Claro que Berlanga merece todo el reconocimiento que sus paisanos sepamos darle. Pero, ante todo, lo que primero deberíamos hacer es pedirle un perdón póstumo, enorme, verosímil y en plano secuencia. Un año de contrición y sin cortes para cambiar de rollo.

Entre todos, por acción u omisión, destrozamos el último proyecto de Berlanga. Conseguimos que su última producción, su legado imposible, acabara en el contenedor de reciclaje de la política después de haber protagonizado un escándalo de corrupción y avaricia. Los últimos años del cineasta valenciano, poco antes y poco después de filmar su última película, París-Tombuctú, consistieron en entretener a quien quisiera escucharle con sus recuerdos de la censura, principalmente. Era relevante. Berlanga y el guionista Rafael Azcona no solo facturaron obras maestras de la cinematografía mundial, sino que también supieron sortear las tijeras del poder con títulos, sobre todo, como El verdugo o Plácido. Aún impresiona recibir el puñetazo de la escena en la que el nuevo verdugo se enfrenta a su primera ejecución. O de todo el argumento y el desfile de arquetipos que llevan y traen al pobre repartidor mientras trata de pagar la letra de su carromato. Igual que impresiona que Berlanga siguiera trabajando en España, algo que ni siquiera Buñuel pudo llegar a hacer después de Viridiana. Claro, que el genio de Calanda fue mucho menos sutil.

Y un día, Berlanga planteó la Ciudad del Cine. Un complejo para rodajes cinematográficos que debía emplazarse, inicialmente, en Sagunto, y que acabó en Alicante porque, según la leyenda, Eduardo Zaplana tuvo que dar contenido a uno de esos arrebatos de grandilocuencia vacía que solía tener frente a los medios el entonces alcalde Luis Díaz Alperi. Nacía así la Ciudad de la Luz. La intención de Berlanga era crear algo nuevo o, como poco, recuperar el espíritu de las conversaciones de Salamanca, en las que su generación pretendió crear una industria potente con la que la España de Franco pudiera alcanzar los niveles de Francia o el entonces referente más claro, la Cinecittà de Roma. Berlanga, en aquel momento, hablaba de cine. Y los políticos, también por unanimidad, porque las dos caras del abanico político nacional encuentran su película preferida del cineasta, decidieron hablar de otra cosa. Como en Bienvenido, Mister Marshall, el director sabía que cualquier proyecto está encaminado al fracaso, pero siempre queda un resquicio para el triunfo, el que nos permite que el único aliento posible sea la construcción de los naufragios. Pero la política eligió fijarse en La escopeta nacional. Y con toda la torpeza de quienes permitieron que Berlanga y Azcona sacaran adelante sus viscerales proyectos, equivocaron el tiro. El chiste del dedo y la luna.

La Ciudad de la Luz fue la muerte de la inocencia, el balazo en la cabeza de Kennedy para los alicantinos, y valencianos en general, que amamos el cine. Los que creemos que todo en la vida es cine menos el cine, que confundimos con la vida. Fue mucho más que un fracaso o un descenso a los infiernos de la codicia. Fue una venganza de cobardes, un asalto de mediocres, la estafa con que mancharon la blanca pantalla de los que aún soñamos con el ronroneo del proyector en una sala oscura. Y la de los que no, pero cotizan cada mes a la Seguridad Social. Y sobre todo, el entierro en un pozo de alquitrán del último sueño de Berlanga. Tardaremos varias generaciones en recuperar todo lo que se robó, todo lo que se envileció, todo lo que se destrozó, se prevaricó, se expropió o se distrajo. Pero, al menos, el año que viene tenemos una oportunidad de obtener el perdón del maestro. El resto, honrar su filmografía, es fácil. Él nos lo hizo fácil.

@Faroimpostor