ALICANTE. Roberto Bolaño lo llamó 'prometeo sexual desencadenado' y buena parte de la crítica saludó su ingreso en la literatura como si se tratara de un Henry Miller habanero o un Bukowski caribeño. Pero Pedro Juan Gutiérrez es mucho más que eso. Por medio de una escritura sobria y afilada, aderezada con buenas dosis de sentido del humor, Pedro Juan ha sabido recrear en su literatura el mundo sórdido, miserable y maravilloso de Centro Habana, y entre sus novelas y relatos se cuentan algunos de los mejores ejemplos de la narrativa hispanoamericana contemporánea.
De visita en Marbella por unos asuntos familiares, el escritor cubano responde al teléfono con voz pausada y cordial. A sus setenta y un años, parece haber encontrado esa pequeña parcela de paz y tranquilidad que se resistía al protagonista de sus novelas. Hablamos de Carne de perro, la novela —recientemente publicada con la editorial alicantina Stirner— que cierra su ya célebre Ciclo de centro Habana. La conversación toma enseguida diversos derroteros.
— En algún momento has comentado que escribiste gran parte de tus primeros libros por la noche, en la azotea de Centro Habana, cuando nadie te molestaba y podías escribir y beber tranquilo, con un vaso de ron al lado. ¿Sigues escribiendo de la misma manera?
— No, no.
— ¿Ha cambiado algo tu rutina de escritura?
— Eso fue en aquella época, que fue tremenda. Y además no era un vaso de ron, era una botella entera. Escribía completamente borracho y a veces se me ocurrían cosas, me metía una hora, me quedaba dormido… Tenía pesadillas todas las noches, y al otro día cuando me ponía a revisar nada de aquello servía y tenía que volver a reescribirlo todo.
— Sobrio.
— Sí, ya sobrio, con resaca. Me tomaba un café o un té y me ponía a escribir y lograba sacar las cosas. Así escribí Trilogía sucia, a lo largo de tres años, poco a poco. Y después escribí igual o peor El rey de la Habana. Con la Trilogía no me puse ansioso, pero El rey de La Habana sí fue una gran locura, fueron dos meses, julio y agosto del 98, con un calor horrible y una humedad horrible en Cuba, y yo escribiendo borracho. Y Animal tropical también. Después me tranquilicé un poco. Empecé a escribir El insaciable hombre araña y Carne de perro, que ya eran, hasta cierto punto, más ecuánimes.
— ¿Escribir todos esos libros ha sido como un castigo?
Mira, yo no lo vería en esos términos. Yo lo vería más bien en términos de soltar un poco de presión de la caldera, indudablemente. Cuando yo escribo un libro, incluso Nuestro GG en la Habana, que es un libro tan divertido, de algún modo era sacarme algo de ahí, siempre ha sido eso. Es lo mismo que me pasa con la poesía, es como sacarme de adentro algo que me estaba molestando. Entonces saco algo de presión escribiendo. Aunque a veces también duele. Bueno, a veces no. Siempre. Porque son cosas que sería mejor olvidar, son pedazos de mi vida.
— Hay una escena en Carne de perro en que Pedro Juan abraza a Miriam y le dice: «mira qué bonitas las estrellas». Y ella le responde: «Sí, pero yo vivo aquí abajo». A pesar de la pobreza, la suciedad y la cochambre, en tus libros hay a menudo escenas en que Pedro Juan se detiene, observa y aprecia la belleza. Del mar, de las vistas de la ciudad al atardecer, de la gente.
— Sí, yo lo hago continuamente en mi vida. Forma parte de mi vida, más que de mi literatura. Trato de ver siempre algo poético, incluso en los escombros. No sé si Paula [la agente de Pedro Juan] te pasó unas fotos que le pediste. Yo hice unas fotos en la esquina de mi casa, en Centro Habana, en octubre creo que fue. Fui buscando, y a pesar de que son escombros y lugares arruinados por completo, hay como una belleza implícita, intrínseca. Y esa parte poética siempre la veo en la realidad que me rodea, en las relaciones, en la gente, siempre hay una belleza poética, hay que dar una visión poética de cada momento, de cada minuto de la vida. Y trato de vivir con ese principio, que ni siquiera lo trato, sencillamente sale.
— No recuerdo haberte oído nunca hablar de literatura española. ¿Ha jugado algún papel en tu formación? Pienso en el Lazarillo, la picaresca, Cervantes. Tienen mucho en común con Pedro Juan Gutiérrez, en el uso del habla de la calle, el tipo de personajes, el sexo, incluso la crítica política sutil y velada.
— El Lazarillo de Tormes sin duda. Y más acá, recuerdo una novela de Juan Marsé maravillosa, Últimas tardes con Teresa. Buenísima, me encanta la novela esa. Y un poeta que murió hace ya unos años, Félix Grande. En Cuba, Casa de las Américas publicó Blanco Spirituals, un libro de poesía que ganó el premio en los años 70. Después yo le escribí, él me contestó, me mandó unos libros. Muy interesante Félix Grande. Vila-Matas también, que además somos amigos. Yo he leído dos o tres libros de él y me gustan mucho, claro.
— Ah, no sabía esto.
— Sí, un escritor completamente diferente a mí, eso es lo apasionante, ¿no? Extraordinario escritor.
— Cabrera Infante decía que, en realidad, la jerga cubana de los años cincuenta que él plasmó en sus libros nunca había existido. Había sido un invento del escritor. ¿En tu caso es una invención o una representación fiel?
— ¿La jerga?
— Sí, el slang.
— Ah, el slang. Bueno, no, el slang existe. El habanero tiene un idioma aparte. Incluso cuando estaba escribiendo estos libros, Trilogía y todo esto, me sorprendía. Hablando sobre todo con mujeres y gente de ahí del barrio. Me decían cosas nuevas, frases nuevas, y yo las incorporaba enseguida a los libros para que no se me olvidaran. Mira esto, qué ocurrencia. Por ejemplo me decían: échate el play. Échate el play, dos puntos, y entonces me hacían un cuento. Era como: atiende que te voy a contar algo interesante, dos puntos, tatatá. Échate el play (ríe).
Esas frases yo las he ido incorporando sin cuidado alguno, y, bueno, después los lectores me entenderán o no entenderán, me da igual, pero esto es así.
— Me ha recordado a una escena de Animal tropical en que Gloria te dice que ella sabe que apuntas todo sobre su vida. Llega un punto en que la frontera entre vida y escritura se diluye y vives como escritor todo lo que te sucede. Vives para escribirlo.
— Sí, sí… sí, totalmente. Es que no sé hacerlo de otra manera. Quizá fue un propósito que yo me hice cuando tenía diecisiete años, cuando yo decidí que quería ser escritor. Lo he contado muchas veces. Me estaba leyendo ya a todos los escritores norteamericanos importantes. Steinbeck, Caldwell, Sherwood Anderson, Hemingway, Carson McCullers. Y en eso me cae en las manos Desayuno en Tiffany’s de Truman Capote. Y me quedé asombrado. Coñó, yo quiero escribir así, esto no parece literatura. Ahí mismo quedé como iluminado. Yo quiero ser escritor y quiero escribir de esta manera, esto no parece literatura, esto parece vida, parece que este hombre me esté haciendo un cuento a mí personalmente al oído. Y ese fue siempre mi objetivo.
Entonces yo para lograr ser escritor tengo que vivir muy intensamente, conocer a mucha gente, tener muchas mujeres, viajar todo lo que pueda, leer muchísimo, y eso fue organizando mi vida. Ese criterio, ese propósito. Pero siempre tuve la escritura como algo secreto. No me interesaba publicar, estaba agazapado, esperando intuitivamente a que llegara su momento. Y bueno, llegué a publicar bien con cuarenta y ocho años ya (ríe). Ese fue como un propósito que se fue cumpliendo inexorablemente, mezclar literatura y vida y vida y literatura. Y es una sola cosa.
— A pesar de que tu escritura aspira a “agarrar la realidad con las dos manos” y a dejarla caer en la página en blanco, a veces hay destellos de cierto realismo mágico o maravilloso. La santería cubana juega un papel importante, y hay al menos una situación sobrenatural con una mujer haitiana en El nido de la serpiente. ¿Cuál es la relación, en tu literatura, entre la realidad y esa otra dimensión mágica?
— Yo no creo que en mi narrativa haya realismo maravilloso, lo que pasa es que la realidad es mucho más fuerte que la ficción, siempre. Por ejemplo todo esto que yo cuento en El nido de la serpiente, que tú lo recuerdas muy bien: Pedro se va de Matanzas, tiene dieciséis años, se va en un tren hasta Guantánamo, y suceden cosas ahí entre los haitianos estos y después regresa a la Habana. Bueno, todo eso fue cierto. Y más. Y más. Hubo más. Porque yo estuve allí cuatro o cinco días y hubo más que eso todavía. Y todo eso fue completamente cierto, increíblemente, pero yo de ahí no inventé absolutamente nada. Incluso las cosas que suceden en el tren son reales.
— Y la mujer es real.
Y la mujer es real, y todo lo que pasó es real, y pasaron más cosas todavía que yo ahora te cuento. Por ejemplo, yo estaba trabajando ahí con un fotógrafo que venía conmigo y pum, en una consulta uno de ellos le dice al fotógrafo que tiene un problema grave en el estómago. Bueno, efectivamente en unos meses el fotógrafo murió de un cáncer terrible en el estómago. Y esta gente se lo pronosticaron a través del vudú. Así es la cosa. Fue tremendo. Es así, la realidad vudú del Caribe es tremenda.
— Algunos críticos, sobre todo en países anglosajones, te han acusado de machismo. Siempre me ha resultado extraño, teniendo en cuenta que las mujeres en tu obra son personajes importantes, de tres dimensiones, fuertes y muy duros. Me viene a la mente el caso de Miriam en Carne de perro.
— Mira, los hombres que están en todos esos libros son hombres machistas, de los cuales yo trato de burlarme cada vez que puedo. Y las mujeres son así como Miriam, creo yo, fuertes, decididas. Pero son mujeres extraídas de la realidad, personas que yo conozco. Están Miriam y su marido, que en la novela se llama Luis. Son una pareja que yo conozco de toda la vida. Y ella y yo tuvimos una relación desde que ella tenía dieciocho años y yo veinticinco. Una relación muy bonita. Y después con el tiempo ella se casó con este Luis, y es una persona con la que yo he compartido toda la vida, a veces en persona y a veces por teléfono, y sexo lo hemos tenido siempre, y bueno ha sido siempre una mujer muy fuerte, muy decidida, muy inteligente, muy fuerte. Ahora me volví a leer el libro, y me quedé asombrado (ríe). Todos esos cuentos, que yo ni me acordaba de los personajes ni de nada, y me llamó la atención esta pareja de Miriam y Luis, cómo yo los retrato, tal como son en la realidad. Bueno, en la realidad quizá son más fuertes todavía y vivían situaciones más fuertes todavía. Ella sí es como aparece en los cuentos, ella sí logró irse a trabajar unos años fuera de Cuba, cuatro o cinco años, hizo dinero, regresó, compró un apartamento y se independizó y así… bueno, en fin. No hablemos de la realidad, hablemos de literatura.
— ¿Qué te parece que no te hayan incluido en antologías de cuentistas cubanos? En 2002, por ejemplo, apareció el famoso Nuevos narradores cubanos, de Michi Strausfeld, la editora alemana del boom, y no aparece tu nombre.
— Bueno, el problema es que a mí allí no me dan premios, no me hacen caso, tratan de minimizarme de la mejor forma posible y me ponen a un lado. Uno de mis editores en Cuba me está proponiendo para el premio nacional en Cuba hace como cuatro años. Bueno, no me dan el premio nacional, y yo ya ni lo quiero ni me interesa. Pero pasa eso, parece que nadie es profeta en su tierra. No quiero entrar en detalles porque no hace falta, pero hay algunos críticos en otros países que han dicho que la literatura cubana es una hasta la Trilogía y después de la Trilogía. Es como un parteaguas. Hay editores en Cuba que me quiere mucho y otros que me odian mucho. Bueno, algunos que hablan conmigo me dicen: «hay muchos muchachos que quieren escribir como tú, tienes seguidores. Sobre todo entre los escritores jóvenes». Pero yo trato de alejarme, yo nunca he tratado de acercarme mucho a los escritores ni a alojamientos intelectuales, yo no pertenezco a eso. Ni estudié letras en la universidad. Estudié periodismo, que es otra cosa aparte. No me interesa mucho el mundo de los escritores. Tengo sólo unos pocos amigos escritores, que probablemente no lleguen a diez, y ya, no me interesa más nada.
Toma nota porque a continuación vas a encontrar una lista de muy buenos libros para leer, o como es menester a estas alturas del calendario, regalar