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LA YOYOBA / OPINIÓN

Para qué sirve un barbudo

22/03/2019 - 

Hay signos de envejecimiento que se perciben por los surcos que van dejando los años en la piel, por la aparición repentina de ojeras, la flacidez de la papada o ese maldito código de barras que desvela tu edad en eso que antes llamábamos bigote y que ahora, en el rostro femenino les ha dado por llamar labio superior. Ese cóctel de arrugas y dolores efímeros es solo una consecuencia del paso del tiempo y así lo acepto. Pero lo que me tiene comida la moral es comprobar cómo he perdido todo el atractivo comercial. 

La publicidad me ha excluido como público diana para sus intereses mercantiles. Ya me ha quedado claro que muchos de los anuncios de la tele no se dirigen a personas como yo que, en teoría, podría ser un caso de éxito como cliente modelo. Pues resulta que cada vez son más los spots que no entiendo. Y si no los entiendo, deduzco que no soy el target o que me estoy quedando obsoleta para una publicidad 3.0 donde soy incapaz de interpretar qué me quieren vender. 

No se lo creerán pero tardé semanas en averiguar qué me ofrecían los que decían que adoptara un tío. Lo mismo me ocurre con los anuncios de compañías telefónicas o de teléfonos móviles. Una bolita de agua ascendente a la que le dan checs o dobles checs, un tipo cambiándose de ropa a pantallazos o una chica dando volteretas mientras se abren cadenas y cajones por donde pasa. Audiovisualmente son impecables, eso sí, pero es que no sé qué venden. Llamadme antigua pero desconfío de los productos que no explican cuáles son sus características o en qué se diferencian de los de la competencia. Quizá porque no existen esas diferencias. Por eso apelan a los instintos y no a la razón. Los bancos ya no venden hipotecas ni grandes intereses por gestionar nuestros ahorros, ofrecen conversaciones filosóficas entre una novia y su hermana en la terraza del hotel donde celebran su boda. “No todos somos iguales”, le dice la recién casada a la que acaba de romper con el novio mientras le recrimina que esté cargada de tópicos. Oye, no pierdo ripio porque es como una de esas comedias románticas de Divinity con las que nos atiborramos de kleenex y palomitas los domingos por la tarde. No falta de nada. Una abuela promiscua, un novio bailongo, un coro de amigas a la caza del ramo, la banda sonora de Loquillo, y al final, unas llaves y el nombre de un banco. Otros reúnen famosos para hablar un rato sobre la felicidad o el éxito. 

Y con los anuncios de coches ya ni les cuento. Virguerías sobre el asfalto urbano, escapadas de fin de semana de las que solo puedes volver como un pingo, viajes al fin del mundo sin cruzarte con un jodido camión que te haga chupar rueda. Total para que al final no te den datos, a veces ni el precio, y se limiten a preguntarte si te gusta conducir o te dicen que seas "water my friend". Las cervezas también se han unido a esta moda de microrelatos transmedia en los que te envían al web antes que al frigorífico.

Me hacen sentir tan fuera de campo que casi echo de menos esos anuncios primitivos que para venderte un dentífrico te explicaban cómo cepillarte los dientes, qué tenías que hacer para aplicarte cremas solares o cómo utilizar una lavadora. La publicidad es el gran escaparate de nuestra sociedad, un auténtico efecto llamada para los migrantes que creen que en Europa encontrarán automóviles que conducen solos, electrodomésticos que hablan y repúblicas independientes en cada casa. Y luego, lo que encontramos dentro del paquete es tan difícil de interpretar como un mueble de Ikea. Por eso, ríete tú de las arrugas, lo que de verdad me hace vieja es no saber para qué necesito un barbudo en mi vida. @layoyoba

 

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