VALÈNCIA. Mandó un mail a Siruela —nada menos que a Siruela— con la ficha del libro que había escrito y apenas una hora después le llegó la respuesta pidiéndole el manuscrito entero. Poco después, en mayo, Umbrales. Un viaje por la cultura occidental a través de sus puertas llegaba a las librerías y recientemente sumó su cuarta edición. Sorprendido por el éxito, el profesor de l' Escola d'Art i Superior de Disseny de València Óscar Martínez (Almansa, 1977) piensa ya en su próximo libro mientras sigue con la promoción de su obra, que este viernes le llevará, a las 18 h., a la sala Museu de los Jardines de Viveros en plena Feria del Libro.
— ¿Es Umbrales literatura del confinamiento?
— No, para nada. La idea estaba ya antes. Yo tenía historias que, como profesor de Historia del Arte, notaba que les atraían a mis alumnos, que no eran excesivamente conocidas y que siempre había querido convertir en libro. Así que pensé en un elemento arquitectónico que me permitiera ser el hilo conductor de los relatos y que, a partir de un elemento arquitectónico tan estático podría convertir el ensayo en un libro de viajes. Pensé en las escaleras, las ventanas, las columnas, las puertas… y al final se impusieron estas.
— Pero sí lo escribiste durante el confinamiento.
— En realidad ya había escrito un par de capítulos pero no acababa de encontrar el tono. De hecho, el primero se lo mandé a mi chica y a mis padres y, fue muy importante la reacción. Por lo mala, sobre todo. Mi padre, por ejemplo, me dijo que le aburrió. Por suerte no me regaló las orejas y pude enderezar el rumbo desde el principio. La idea seguía ahí, pero paré de escribir. Luego sí, cuando llegó el confinamiento y a todos nos tocó improvisar, volví al libro y fue cuando me di cuenta de que las puertas serían el hilo conductor. Así, entre abril y agosto, lo escribí. Bueno, son años para hacerlo —cuando van madurando las ideas, vas recopilando la documentación…— pero la escritura fuer durante esos meses.
— Sale en mayo de este año y, en apenas cinco meses, cuatro ediciones. ¡Y en Siruela!
—Cuando lo acabé, en agosto de 2020, estaba contento con el resultado, pero lo único que tenía era un archivo de Word. No quería recurrir a la autopublicación porque en no ficción no sirve para nada, no te lleva a ningún sitio porque tiene un público muy reducido. Por eso, cuando me llamó Siruela no me lo podía ni creer. Y luego me decían que iban a apostar y que estaban muy contentos. Yo, claro, pensé que eso se lo decían a todos, pero no, la verdad es que sí que han apostado mucho. No es El Universo en un junco pero sí que ha ido muy bien. Y claro, cuando el departamento de Siruela llama a un medio, siendo como es una editorial que ya sabes lo que ofrece… increíble. Si hasta se ha traducido al ruso, al portugés, italiano y chino
— ¿China? Con que hagan una edición de chicha y nabo te haces de oro
— [Se ríe] Sí. La verdad es que ya me asombró que la primera traducción fuera al ruso, pero sí, todo el mundo me hace bromas con lo de China. Pero, en general, no me podía imaginar lo que iba a venir. Ha sido un regalo.
— ¿Te ha tocado rehacer mucho? Supongo que Siruela es muy exigente a nivel literario y más con un debutante.
— Qué va. Lo único que mi editor me dijo que quitara todo eso de `como veremos más adelante’ y cosas así. Dicen que se nota que soy profesor. Que no hubiera nada que te recuerde que es no ficción o un ensayo. No hay notas a pie de página, hay una bibliografía mínima, no hay fotos…
— Es curioso que no haya fotos.
— Fue una decisión. Yo incluso me he dedicado al dibujo y al grabado y era una posibilidad, pero me dijo el editor que no hacía falta, que con fotos se convierte en un manual de historia de la arquitectura. En una novela no hay fotos, pues aquí tampoco. Yo estoy contento con cómo ha quedado. Para poner una foto en blanco y negro… pero ya se sabe, el que se lo lea al final va abrir el móvil y buscar las puertas. Hay a quien no le ha gustado la decisión y otros sí. Bueno, se ve que cuando hablaron con los de Internacional se habló del tema, y puede que alguna editorial extranjera decida incluirlas, pero yo estoy contento. De todas formas, las puertas son el pretexto para hablar de mil cosas.
— La verdad es que, al final, las puerta son lo de menos.
— Pues sí. Ni siquiera han sido el motor a la hora de escribir el libro. Ha habido Umbrales que me han aparecido al final, cuando ya estaba el texto escrito. Tienen un valor simbólico, y cada puerta me sirve para hablar de algo distinto, pero las puertas en sí tampoco son el tema de Umbrales.
— ¿Y eres aficionado a las puertas?
— [Se ríe] No, ni puertólogo ni portero. Lo que pasa es que hay algunas muy bonitas, y con un valor simbólico muy especial, pero aunque me gusta mucho viajar tampoco es un elemento que me llame la atención. Bueno, además me gusto mucho la palabra ‘umbrales’, que no es lo mismo que una puerta, pero tiene una sonoridad.
— La verdad es que la palabra ‘umbral’ acojona. Te esperas un tostón o un cosa muy sentida, más rococó, muy profunda. Y luego la verdad es que se lee muy fácil. Supongo que cuando atraviesas el umbral de la portada…
— Sí, quería que fuera muy ameno, pero la verdadera puerta de entrada al libro es el primer capítulo, dedicado a Pompeya. Marca el tono del texto
— Sí, que pintaban falos en las puertas
— Me hizo gracia y sirve para que el lector vea que la cosa no es tan serio. Estaban ahí para desear suerte. Yo utilizo el símbolo para sacar una sonrisa al lector y que se dé cuenta de que lo que viene a continuación no es un tostón ni le voy a apabullar con datos ni erudición. Es una invitación al disfrutar del viaje desde el principio
— La selección llama la atención. Te esperas la puerta de Alcalá o la de Brandeburgo o otras muy conocidas, pero no, no están, y también otras desconocidas.
— Sí, quería un equilibrio. Primero, no quería utilizar las puertas que todo el mundo se espera como la de la Gloria en Santiago. Pero tampoco quería ir de estupendo y poner algunas que ninguna sonara. La idea era hacer un equilibrio. Si te voy a hablar del románico que más te da que te lleve a Santa Fe de Conques, que a La Gloria de la que, además, has oído hablar mil veces.
— ¿Y que te lleva a incluir la de las Torres de Serranos?
— Casi incluyo también la puerta de los Apóstoles, para hablar del Tribunal de las Aguas que es muy poco conocido. Pero si se quedó fue precisamente porque ya estaba la de Serranos. Es muy curiosa, porque pese a su aspecto no tenía carácter defensivo, era más bien para mostrar el poderío de València en aquella época. De hecho, la muralla era más para evitar inundaciones por las crecidas del río que para evitar ataques. Y luego tiene una relación muy curiosa con el museo del Prado, o de dónde viene la expresión ‘a la luna de València’, que no tiene nada que ver con dormir en extramuros. Creo que es un ejemplo de lo que es el libro: tomar una puerta y convertirla en una excusa para hablar de otras cosas.
— Al final te ha quedado más un libro de viajes que un libro de puertas, ¿no?
— Una de las pocas cosas que discutí con la editorial es que no les gustaba el subtítulo, aunque al final se quedó el que yo puse. Quería que estuviera la palabra ‘viajes’ y a ellos les chocaba. Quería huir del manual de arquitectura, de historia del arte… me gustan los libros que viajan al pasado, vuelven, saltan de tema… El viaje no alude a un recorrido completo de la cultura mediterránea desde sus albores hasta ahora, no es de principio y final. Es un viaje de recorrido, de disfrutar por el camino.
—Y hay una cosa que llama la atención, la buena imagen que das del Islam.
— Eso desde el principio supe que tenía que estar, sin el Islam no se entiende la cultura mediterránea y a veces lo olvidamos. Cogí la de la puerta de Granada, tan nuestra. Pero sí, para mí este librote hace viajar a lugares pero también a culturas: tenía que estar el Islam y reconocer la deuda que tenemos con él.
— No sé qué valor tenían las dimensiones de los falos de las puertas de Pompeya pero ¿en puertas y Umbrales el tamaño importa?
— No, no es un libro de iglesias o palacios y cuanto más grande más mejor. La historia de la arquitectura también son puertas, y la de la joyería Fouquet de París, que es muy curiosa. Pero también hay puertas por las que no se puede pasar, o por la que apenas cabemos, como la de el templo funerario de Ramsés III. Incluso hay algunas que, rodeadas de maravillas, pasan totalmente desapercibidas, como la del Pabellón de la Secesión en Viena. En definitiva, quería que hubiera algunas muy conocidas y otras no tanto, buscar el equilibrio entre lo que el lector conocía y lo que yo quería descubrirle.
— No hablas de las puertas que ponemos al campo.
— Pues sí, podría haber sido una más. Las puertas son una metáfora y no solo están en las casas, también están en el lenguaje. Estar a las puertas de la muerte, por ejemplo.
— ¿Y qué no dice la puerta de tu casa de ti?
— Me pareció interesante cerrar con esas puertas. En el libro hay dos guiños, una puerta que no visito —la de Bomarzo— y luego la mía.
— ¿Sorprendido por el éxito?
— Mucho. Tuve suerte. Mi libro salió justo con todas las ganas de viajar. Yo viajé con el libro cuando no podíamos salir de casa y yo lo escribí para que la gente también viajara o al menos se animara.
— Una cosa curiosa es que el libro mira mucho hacia atrás, y te maravillas, pero no veo nada de nostalgia.
– No, el tiempo pasado fue anterior y punto. Si me das una máquina del tiempo yo pido nacer en España en 1977. En la época de los Faraones o la edad media tú y yo viviríamos fatal. ¿Me maravillan esas épocas? Sí, pero en su sitio. También me han dicho que a lo mejor el libro era una especie de crítica al turismo de masas y nada más cerca de la realidad. Yo también soy turista, uno más. Lo que sí digo es que a veces te puedes agobiar de lo más trillado, pero hay otros lugares que se salen de los lugares más turísticos.
— ¿Y ahora qué?
— Pues tengo algunas ideas por ahí rondando. Tengo algunos proyectos que culminarán en marzo, y a nivel literario tengo un par de ideas. No será Umbrales 2, pero sí irá por la historia de la cultura, probablemente más pictórico que arquitectónico. El libro ya se está escribiendo, voy con el radar cuando leo un artículo, voy a una exposición. Luego cuando lo tengo claro escribo muy rápido. Si lo tienes claro y te haces un esquema escribir no es problema. La no ficción se trabaja antes de sentarte, la ficción es más difícil, con la página en blanco.