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del derecho y del revés / OPINIÓN

Nos queda la música

2/05/2021 - 

Después de este año largo de locos que llevamos, obligados a portar la dichosa mascarilla, que sentimos tan incorporada a la piel cuan mansos corderos que ayer me duché con ella puesta en la piscina, una de las cosas que podemos decir con la boca llena es que, al menos, queda la música, como cantaba el malogrado Luis Eduardo Aute. A Aute lo perdimos en mitad del marasmo de estos meses de infarto. DEP.

La música es alimento para el alma, tan necesario en estos momentos casi como el comer. Porque en eso de lo que sea o no esencial también nos ha quedado claro a todos que lo de alimentar el cuerpo y la salud son la prioridad para estar vivos, pero ¿qué más hay después y además de esto? Hemos perdido tanto con la pandemia, a tantas personas, pero también tanto tiempo de estar con la gente a la que queremos, que nuestra salud mental se ha resentido sin lugar a dudas. Esta crisis sanitaria ha sido la coartada perfecta para la usurpación de tantas libertades individuales y colectivas, que la música aparece como uno de los pocos refugios en los que poder ampararse, de momento, en libertad. Defendámosla.

Esta semana está siendo para muchas personas un verdadero bálsamo para el maltrecho ánimo que traíamos. Por fin un concierto en el Teatro Principal, nada menos que del Festival del Jazz de Alicante, con motivo de la celebración del Día Internacional del Jazz. Alicante fue  uno de los primeros lugares en que se empezó a organizar este Día Internacional en España. En palabras de una de las organizadoras del evento y miembro de la Asociación Cultural Liz Vallet, la polifacética artista Carla Vallet, una hermosura por dentro y por fuera, el concierto del pasado jueves fue sin duda un verdadero milagro. Ver a artistas de la talla de la propia Carla, el gran músico Pepe Bornay, co-organizador y alma mater del evento, Gustavo Luna, Vicente Ruiz, el pianista cubano Elio Hernández y la brillante cantante Eva Romero, que nos extasió, entre otros muchos artistas de gran nivel todos ellos y que es imposible nombrar uno a uno,  sobre el escenario fue refrescante, un verdadero placer y un consuelo para nuestros espíritus. Que el milagro tuviera lugar fue lo verdaderamente importante, y que los organizadores tuvieran un emocionado recuerdo hacia varios lugares emblemáticos, tristemente cerrados a causa de la pandemia, como Villavieja 6, escenario de tantos momentos míticos a lo largo de sus cinco años de vida y más de 2.000 conciertos de toda índole, fue hermoso a la par que triste. Vendrán otros sitios en los que reunirnos cuando venzamos de verdad todo esta situación, pero siempre conservaremos en la retina y en el corazón aquellos sueños y deseos exaltados por el flamenco bailao desde el fondo de las tripas, como el de Juan Amaya.

Este concierto es, sin duda, un encuentro cultural de primer orden, que reúne a músicos de mucho nivel de nuestro entorno y que merece la acogida que tuvo anteayer, que la cola daba la vuelta a la calle. El éxito fue un hecho, a pesar de que se tuviera que levantar la sesión como si estuviéramos en tiempos de la ley seca, a la de ya sin haber podido disfrutar de la que habría sido una apoteosis final de primer orden, porque el toque de queda nos iba pisando los talones y las actuaciones se celebraban contrarreloj. Nada que ver con aquellos tiempos en que empezaba y terminaba sin prisas y los conciertos duraban tres horas o más.

Dentro de los eventos de la semana, el día anterior tuve el honor de presentar un libro cuya lectura les recomiendo, titulado “Jazz clásico: genio negro, vergüenza americana”, un ensayo de la desaparecida Liz Vallet, en cuyo honor realmente trabajan estos infatigables a la par que fieles músicos que tanto la amaron, y que nos transmiten con su recuerdo y palabras un poco de la esencia de quien debió de ser una gran artista y mejor persona. El libro nos presenta una realidad posiblemente desconocida para nosotros españolitos de a pie, la del mundo del negocio del jazz como algo ajeno a sus creadores, genios que no eran reconocidos en su patria más que como entretenedores de los amos del capital, que no los hacían sentar a su mesa. 

La segregación racial late en sus páginas, como un golpe al intelecto que hiere el corazón, como un latigazo de aquellos que los esclavos afroamericanos recibieron en sus espaldas. Es una bofetada que ensalza la grandeza de aquellos músicos y creadores que alumbraron el primer movimiento musical verdaderamente original norteamericano, que cuando pasen cien años será equiparado por nuestros descendientes a otras etapas musicales clásicas, como el barroco. Hablo del jazz. Vale la pena leer el ensayo, para no perder el norte y evitar cualquier clase de discriminación en nuestros gestos y actitudes. La música aparece, en definitiva, como una herramienta de sanación espiritual y mental, tan necesaria como el aire que respiramos, que nos ayuda también a ser mejores personas. Gracias, queridos Pepe y Carla por vuestro esfuerzo.

Mónica Nombela

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