ALICANTE. Corre el rumor de que los nuevos 40 son los cincuenta, los nuevos 30 son los 40 y así sucesivamente, aunque dudo mucho de que los nuevos bebés tengan 10 años, aunque tal vez sí los nuevos 20 rocen los 10. Esta disquisición cuñadísima sobre las equivalencias entre edad mental y edad biológica (como si la mente no fuera pura biología) situaría a Mónica Ojeda (Guayaquil, Ecuador, 1988), con su 30 años de estreno en este 2018, en el fin de su etapa teenager, una veintañera de sólida madurez y un manejo de los tiempos y las situaciones que más quisieran representantes del colectivo literario por encima de las pausias.
Ojeda pertenece a la selección de los 39 mejores escritores latinoamericanos, menores de 40 años, la lista de Bogotá 39-2017, y eso que todavía no había llegado el impacto de sus dos últimas novelas, editadas ambas por la editorial catalana Candaya, Nefando (2016) y Mandíbula (2018). Autora de una prosa despojada de marcas territoriales, pero aderezada con la musicalidad de la lengua íntima y el léxico de la contemporaneidad, navega en sus obras entre la húmeda densidad de las aguas salinas del sexo y la muerte, sumergiéndose para reconocer las ocultas maniobras submarinas que subyacen en las relaciones personales marcadas por el poder, la dependencia, el terror, la sumisión o el deseo.
La autora ecuatoriana se ha instalado en Madrid, después de su paso por la Barcelona multilatinoamericana, donde cursó el Máster en Creación Literaria y en Teoría y Crítica de la Cultura de la Universitat Pompeu Fabra (UPF), trabajando en su Doctorado en Humanidades sobre literatura pornoerótica, en la Universidad Carlos III (UC3M)
El sábado 5 de abril, invitada por la asociación de promotores culturales Letras de Contestania, acompañada de Ralph del Valle, escritor y factótum de la editorial Tolstoievski, y de sus esforzados -y viajeros- editores Olga y Paco, de Candaya, Mónica Ojeda presentó su última novela, Mandíbula en uno de los espacios que se van sumando a la vida cultural alicantina, la cafetería Aracataca, en el barrio de Benalúa.
-¿Cómo aterrizas en Barcelona desde Ecuador? ¿Se trata de una etapa intermedia en tu trayectoria, o definitiva?
-Para mí escribir es algo totalmente definitivo. Ahora mismo estoy viviendo en Madrid, en realidad, aunque en Barcelona estuve, allá por 2012, haciendo un Máster en Creación Literaria, en la UPF, allí empezó todo. Yo ya venía escribiendo, pero mi trabajo literario empezó en Barcelona. Para el Máster escribí una novela, mi primera novela, que no está publicada en España, llamada La desfiguración Silva, con la que gané un concurso en Cuba llamado Alba Narrativa, un premio que ahora ha dejado de otorgarse, pero que durante unos cuantos años fue referente de la narrativa emergente (en ella Ojeda analiza el rol marginal de los logros de las mujeres en la historia oficial, en una trama ya nutrida de elementos de la contemporaneidad). Gané ese premio y a continuación escribí Nefando, que es la primera novela con la que publico acá en España. Le envié el manuscrito a Paco y Olga, los editores de Candaya, a los que había conocido a través del Máster de la UPF, con el que están muy vinculados, y ellos me contestaron algunos años después -¡tienen tantos manuscritos encima de la mesa que yo ya pensé que no me iban a publicar!-, con una osada decisión de apostar por mí, autora ecuatoriana, que no había publicado nunca en España, desconocida, y además, en esa época, yo ni siquiera estaba viviendo aquí, había vuelto a Ecuador, lo que además hacía muy difícil promocionar el libro. Era totalmente arriesgado, aunque al final pude venir un mes entero para poder hacer la promoción. A partir de eso me convertí en una autora Candaya, ya fiel a ellos sigo, porque están entregados a sus libros, a la literatura, a aquello en lo que están apasionados, y lo que necesita un autor de un editor es que este crea en su trabajo. A partir de ahí, viví un año más en Ecuador, y a finales de octubre de 2017 regresé acá para quedarme.
-¿Da la sensación de que no diriges tu literatura a la gente de tu generación, los nacidos tras la aparición de internet, porque tu generación no es lectora de narrativa, a pesar de que utilizas todos sus referentes socioculturales: videojuegos, deep web, mensajería instantánea,...?
-Yo creo que aunque normalmente se suele tener ese prejuicio, que en ciertos aspectos y en algún caso puede ser cierto, seguro que hay muchos jugadores de videojuegos que no lean, desde mi perspectiva, que es la que más conozco, claro, yo misma soy jugadora de videojuegos, me encantan. Yo juego a la PlayStation y soy escritora, no juego al ajedrez. Y me gustan todo tipo de juegos, los RPG, los Survival Horror, es verdad que pertenezco a una generación del internet, y está presente en mis dos novelas, pero como parte del paisaje. No son novelas sobre internet, son novelas de otros temas, en las que internet está presente, porque es parte del paisaje contemporáneo. Sacarlo sería algo anormal, casi como extirpar algo que nos es absolutamente cotidiano. En realidad, la inclusión de estas referencias, de la internet, de la deep web, de las creepypastas, lo veo como algo que sí tiene que ver con la literatura. Encuentro que la literatura habita en todo.
-Incluso en un videojuego…
-Y claro, a veces estoy jugando a un videojuego y tiene narrativa, hay videojuegos que tienen citas a Dante, a Melville, el mundo de los videojuegos se nutre bastante de la literatura. Yo he tenido alumnos de literatura que han venido a estudiar literatura, interesados después de jugar a videojuegos. Primero han jugado y después han leído. O el caso de las creepypastas, estas historias de terror que corren por internet, están basadas en literatura de terror, y muchos lectores de creepypastas, o espectadores de cine de terror, después del audiovisual, van a los libros, van a Lovecraft, a Mary Shelley, a Poe, a Chambers. En mi caso lo veo como algo natural, lo palpo, lo veo, encuentro esas conexiones, y las escribo de forma natural y coherente con la vida que yo vivo.
-Mientras que la mayoría de las generaciones intentan matar al padre, a la madre, generalmente de manera metafórica, da la sensación de la millennial directamente los ignora, hace tabula rasa y empieza desde cero, experimentándolo todo como si nunca se hubiera hecho antes,tras generaciones han chupado más de la experiencia acumulada, ¿la tuya es una generación más de zombies que de vampiros...y prometo que esta es la última alusión generacional que te hago?
-Uno siempre bebe de la tradición, incluso cuando lo que está haciendo es ignorarla. Para poder hacerla a un lado, hacer esto del asesinato del padre, inclusive para empezar de cero tiene que hacerlo porque antes hubo una cosa que está muerta, y que como está muerta, hay que recomenzar. Sí creo que uno corresponde a una tradición, no creo que la literatura que se está haciendo ahora, mi literatura, por ejemplo, no tenga conexión con la literatura que ha habido antes. Vengo de una cadena de literatura a la que admiro, respondo y a la que no quiero negar. Pero sí que pienso que hay la necesidad, y no solo en esta generación, sino en todas, de hacer algo genuino, no algo original, sino buscar lo genuino en tu época, en la época que te ha tocado vivir.
-¿Cómo ha sido el proceso de construcción de tu prosa? A veces denota una cierta frialdad, un consciente intento de que quien lee no empatice con los personajes, lo que es extrañamente atractivo.
-Yo creo que ya tengo una forma de escribir, unos rasgos de estilo que pertenecen a mi escritura. No es que yo haya elegido escribir de esa manera, sino que en el proceso de hacerme una escritora, tuve que aceptar el tipo de escritora que era. Antes de poder escribir lo que ya he publicado, escribía mucho que no se ha publicado, donde escribía “como quería escribir”, pero uno no escribe como quiere sino como es, como puede escribir. Quería escribir como las escritoras a las que admiro, una prosa con unas determinadas características, pero eso era un fingimiento de la escritura, esa no era mi voz, mi pensamiento en la palabra no estaba allí. Un escritor, cuando trabaja su escritura, trabaja su autoestima también, un autoreconocimiento, como mirarte al espejo y decir “esto es lo que soy”. Yo ya he encontrado esos rasgos distintivos de mi escritura, aunque al principio los negaba.
-¿Y ese cierto extrañamiento forma parte de esos rasgos?
-En realidad, más que con el estilo, tiene que ver con los temas que trabajo. Mis personajes siempre están, principalmente en Mandíbula, siempre al límite, son personajes borderlines, en la cuerda floja, todo el tiempo abismándose a algo peligroso. Cuando escribes sobre ese tipo de personajes, siempre existe una sensación de extrañamiento, ya que uno, como lector, no considera que se encuentre nunca tan al límite. En cuanto a la prosa, formalmente, tengo la sensación de que siempre estoy contando, siempre es narrativa, pero tiene también un flujo y una potencia poética, no en el sentido preciosista, pero sí de una preocupación por la capacidad que tiene el lenguaje de abofetearte. No es solo lo que estás contando, sinó con qué palabras lo cuentas, las palabras también golpean.
-Pues entrando en tus temas, uno de los que más subyacen en ambas novelas, tanto en Nefando como en Mandíbula, es el sexo. Estamos en un contexto social en que parece que hay una percepción absolutamente distorsionada del sexo, muy naïf. Utilizar el sexo en la literatura, especialmente en el caso de una voz femenina, puede ayudar a mejorar esa “educación sexual”. ¿Es algo que te afecta o te aislas de la actualidad?
-No, no, no me aíslo. Lo que me interesa es encontrar cómo el sexo, que es una experiencia humana fundamental, con el que nos conectamos con otros, nos relacionamos con otros, de una manera física, pero también íntima y psicológica, también es un lugar donde se encuentran los grandes tabús de nuestras sociedades. Y cuando entra el tema del tabú, entra el tema de lo interdicto, de lo prohibido, y con lo prohibido estamos hablando de represión, de violencia, de los bordes de la naturaleza humana. Me interesa explorar las zonas más opacas de las relaciones humanas, y esas opacidades están vinculadas con el mundo del deseo, y el deseo vinculado con el sexo. En el sexo habita la fuerza de la vida, pero también la fuerza de la muerte. Ahí encontramos verdades incómodas y vergonzosas de nuestras sociedades. En Mandíbula, muchos de los personajes, a través del deseo, y de su acercamiento a la sexualidad, se desnudan como personajes y encuentras que temen en el deseo al otro, y en el deseo del otro.
-Por qué el Opus? (En Mandíbula, el colegio del Opus “Colegio Bilingüe Delta, High-School-for-Girls, es el escenario del que emanan las inquietudes).
-En Mandíbula todo transcurre en Ecuador, pero es verdad que podría haber ocurrido en otra parte, en México, en Argentina, en España,... salvo por el paisaje, cocodrilos no habría podido poner en España (“esa es la importancia de los símbolos”, aporta llegado este momento Olga, editora de Candaya, que se une a la conversación). Respecto del Opus, es una elección situacional, relacionada con la ciudad donde se desarrolla Mandíbula, Guayaquil, en Ecuador. Allí, los colegios que son de élite, los más costosos, donde van los hijos de familias con mucho dinero, son del Opus. Cuando decidí desarrollar la novela en Guayaquil, y que las chicas, las protagonistas, estuvieran en un contexto represivo, de la propia sexualidad, de la sexualidad femenina, pero que al mismo tiempo fuera un centro elit, en un contexto en el que la mayoría de la población, en la ciudad, gana por debajo del sueldo básico, y lucha por llevar un trozo de pan a casa, cada día, la realidad de los colegios Opus, que tienen mucho poder y a las que solo acceden estas pocas familias, era el contexto perfecto.
-Pues ganas contextualización en España, porque para cualquier lector, la mención del Opus tiene unas connotaciones muy claras…
-… un colegio solo de chicas, donde la educación sexual y religiosa, en general filosófica, en general es represiva, el violenta, de ahí surgen ellas.