ALICANTE. Vicent Marzà ha sido un conseller que no ha dejado indiferente nadie. Los suyos, lo defienden a capa y espada; los contrarios, lo denostan a partes iguales. Pero a diferencia de otros muchos consellers, ha sido un tipo diferente. No ya por sus políticas, que el tiempo juzgará, sino por su manera de ejercer la función pública y, sobre todo, política. Marzà ha sido un conseller de despacho, de controlar la gestión y los números con su gente, y de poca escena pública y escasa propaganda. Pese a estar en el centro de algunas de las más importantes polémicas del Botànic -quizás, la aplicación del plurilingüismo y la no renovación de los conciertos de bachilleratos en la educación concertada han sido las más destacadas-, nunca ha hecho virtud ni de los logros, ni se ha manifestado frente a las derrotas. Pero sobre todo, porque no ha hecho virtud ni siquiera de la defensa de sus políticas, ni siquiera la victoriosas, que las hay, incluso en territorio hostil, como fueron las comarcas del sur.
Normalmente, a los políticos se les conoce más por los errores que por los aciertos. Es posible que a Marzà se les juzgue solo por la aplicación del plurilingüismo en la educación pública o por el intento de poner orden a los conciertos en la enseñanza concertada, algo que sus detractores llaman imposición del valenciano a lo primero y ofensiva contra la concertada a la segundo. Pero detrás de la gestión de Marzà hay más que la gestión propiamente educativa, y mucho en la educativa, aunque sólo con el tiempo se verá, cuando muchas de las obras del Plan Edificant concluyan (en partidas presupuestarias, es unas de las más importantes en los presupuestos de la Generalitat). Y a ello se suman las inversiones y cambios en el área de Cultura, y en Deportes, que ya se encargarán sus valedores de airear, y sus detractores de cuestionar.
Quizás la gran diferencia de Marzà con el resto de miembros de Gobierno valenciano es que hizo poca gala de sus logros -más allá de los canales oficiales-, y cuando saltó alguna polémica, que la hubo, sobre todo, con el primer decreto del plurilingüismo o con la reordenación de los bachilleratos en la concertada -porque, según defendió su departamento había aulas vacías en la oferta pública-, en contadas ocasiones salió a defender sus políticas, o contrarrestar los ataques. Tampoco lo ha hecho con los logros. Muchas veces ese papel lo hizo su segundo, el secretario autonómico de Educación, Miguel Soler, con el que ha generado, a lo largo de estos siete años, uno de los mejores ejemplos de mestizaje entre PSPV y Compromís en una misma conselleria.
Marzà ha tenido problemas trasversales, pero quizás han resonado más en el sur de la provincia de Alicante. A los ya mencionados, la aplicación del plurilingüismo y la reordenación de la concertada, se podría sumar las críticas que le han hecho, fundamentalmente, el PP y Cs en la Diputación de Alicante por la infrafinanciación de la Generalitat en materia cultural.
En cuanto al plurilingüismo, el campo de batalla se ha centrado en la comarca de la Vega Baja, aunque con anterioridad, en 2017, ya hubo una manifestación en la ciudad de Alicante que reunió a unas 10.000 personas -se produjeron otras protestas, pero no tan masivas-. Posteriormente, se produciría la de Orihuela, de enero de 2020, que también reunió a unas 10.000 personas. La primera protesta fue contra el decreto inicial, que planteaba tres niveles de valenciano, castellano e inglés y que fue anulado por el TSJ tras un recurso de la Diputación de Alicante. Entonces, Marzà apenas protagonizó dos actos temáticos para defender su decreto: una entrevista en Radio Elche y un acto en Elda, en el que mostró una vertiente más amable y defendió las bondades del plurilingüismo.
Pasadas las elecciones de 2019, y con el Botànic reeditado, la batalla del plurilingüismo se trasladó a la Vega Baja, con la manifestación de enero de 2020. Desde esa protesta hasta la entrada en vigor de la nueva ley educativa, Marzà apenas visitó esa comarca -públicamente, sólo en mayo de 2021 para visitar el avance de las obras de centros educativos en Pilar de la Horadada y Guardamar-. En privado, lo hizo en más de una ocasión durante el confinamiento. Las explicaciones y la defensa del nuevo texto educativo lo llevó a cabo Miguel Soler con varios encuentros con alcaldes y asociaciones de padres y madres en los que Educación dejó en manos la elaboración de los centros los planes de estudio con porcentajes mínimos de valenciano del 17%. Pese a toda la polvareda generada, finalmente, en febrero de este 2022, el TSJ avaló la ley del Plurilingüismo del Botànic y sentó jurisprudencia con cinco sentencias ante los primeros cinco recursos, en los que reequilibrió los porcentajes lingüísticos. Y lo que vino a decir el TSJ es que ninguna lengua puede impartirse por menos del 25%, como en su día consagró en Cataluña.
Y si con el (segundo) plurilingüismo Marzà ha salido victorioso, algo que tampoco ha exhibido en demasía, su gran derrota ha sido la reordenación de la educación concertada. Su departamento, Educación, ha perdido casi todos los contencioso contra los centros a los que la Generalitat le arrebató alguna aula de Bachillerato con la excusa de que la oferta pública tenía vacantes y por tanto debía eliminarse el aula concertada.
Y en el caso de las inversiones de Cultura en la provincia de Alicante, que tanto PP como Cs le han reprochado, Marzà ni se ha inmutado. Apenas ha entrado en el debate, pese a que se le ha reprochado la poca inversión (en el ADDA y en el MARQ) respecto a las ciudades de València y Castelló. En este tipo de debates, como el educativo, el ya conseller sólo ve cifras globales distribuidas a lo largo y ancho del territorio. Y en ese caso, la gran apuesta cultural en la ciudad de Alicante fue la entrada en el accionariado del Teatro Principal (para su reforma), las ayudas a la producción teatral y audiovisual y el dotar al Arniches de una programación que sirviera de escaparate para las compañías de la Comunitat Valenciana. Pero ni siquiera en eso ha reparado Marzà en defender. Lo suyo, como dicen sus defensores, fue tener el control del departamento, uno de los más grandes de la Generalitat junto a Sanidad, y todos sus elementos. Los esfuerzos para defenderse los hizo fundamentalmente en sede parlamentaria; se ha llevado muchos palos, pero no ha reparado en rebatirlos o contraatacarlos; ha preferido que su pragmatismo se impusiera día a día, lo bueno y lo malo, y que ha tenido que corregir, lo ha hecho a golpe de sentencia judicial. "Hemos venido hacer cambios estructurales, de raíz, no eslóganes", lo dijo en Elda, en julio de 2017. Y eso sí que lo ha cumplido, aunque con división de opiniones y mucho ruido.