C. censura.
VALÈNCIA.- «La primera reacción que teníamos cuando nos daban el papel de la censura era ir al café Gijón a comentar lo que nos habían dicho y a estar riéndonos toda una mañana de ello. Luego, con el tiempo, ibas reposando aquello y determinabas que era bastante dramática esa suspensión de un año o dos de trabajo», rememoraba Luis García Berlanga en el programa Imágenes prohibidas de La 2, emitido el 12 de febrero de 1995. Sus palabras evidencian que era ya parte de su trabajo que sus guiones acabasen tachados, corregidos. La filmografía de Berlanga es el resultado del fuerte sistema censor del momento. Todas sus cintas entre los años cincuenta y setenta tuvieron sus visiones y revisiones; sus tira y afloja con la censura. La burló en bastantes ocasiones, fue un dolor de cabeza en algunas y aplacó al valenciano en otras.
Berlanga era hueso duro de roer, inconformista, irreverente y tenaz. De aquellas virtudes, estas películas. Bienvenido Mr. Marshall, Plácido o El verdugo no habrían existido si no fuese por su determinación. O más tarde La vaquilla, que pese a tres rechazos en época del dictador, Berlanga logró rodarla en plena democracia y es hoy una de las obras fundamentales sobre la Guerra Civil.
No obstante, muy pocas personas conocen títulos como Los gancheros —que escribió junto a José Luis Sampedro—, o A mi querida mamá en el día de su santo y La demolición, estas dos últimas concebidas junto a su dupla Rafael Azcona. Nadie habla de ellas porque directamente no existen: la censura las prohibió íntegramente.
Para pasar la censura, un película debía superar un doble control. Primero la productora enviaba el guion y pedía permiso para comenzar el rodaje. Desde la Delegación Nacional de Propaganda, el comité de censores elaboraba un informe donde podían imponer todos los cortes y cambios de texto que considerasen oportunos. Solo entonces el guion era apto y se podía filmar. Ninguno de esos tres tuvo esa suerte; el dictamen fue tajante: rechazados y prohibidos.
«Por la carga y secuencias inadmisibles que bordean el incesto, rechazo este guion tal y como está»
«La malsana pasión de una madre por su hijo y la acumulación de escenas de un morboso erotismo la hacen a mi juicio inaceptable»
Son dos de los comentarios que hay en los expedientes de estos guiones, seguidos de la sentencia: «Calificación de la película: Prohibida». Así de tajante. A este drama se refería el director en el programa Imágenes prohibidas. Años de trabajo podían esfumarse.
El primer batacazo llegó con Los gancheros. En dos partes, en forma de informes (uno del 20 de abril de 1955 y otro del 27 de enero de 1956). La corrección del guion por parte de los autores y una nueva súplica de Sampedro no servirían de nada. Más allá del trasfondo social en una historia sobre las peripecias de unos gancheros en el río Tajo, destacaba un personaje que no superó el juicio moral: Paula, una mujer rodeada de hombres que guiaba el relato. Inaceptable: «No han desaparecido las razones de orden moral, político y social que en su día aconsejaron la desestimación de dicha obra», sentencia el segundo dictamen. Aunque el guion no cayó en el olvido. Sampedro lo recuperaría en los sesenta para escribir su novela El río que nos lleva. Y finalmente fue llevada al cine en 1989, no por Berlanga, pero sí por Antonio del Real.
Otra vara les llega a Berlanga y Azcona en 1968 con A mi querida mamá en el día de su santo. Tardarían pocos días en desestimarlo por unanimidad, en este caso por un evidente erotismo, complejos de Edipo y demás neurosis freudianas inaceptables para los censores que acabaron con el proyecto.
Una vez terminada la película, debía pasar una segunda revisión donde se imponían nuevos cortes en el metraje o incluso la prohibición total. Y con la evidente desconfianza que Berlanga inspiraba en las autoridades, sus películas eran siempre analizadas con varias lupas. Muchos de la industria pensaban que la censura se había inventado expresamente para el valenciano y para Juan Antonio Bardem.
Ahora, por su aire socarrón, la relación de Berlanga con los censores debía de ser bastante natural. En una entrevista, su hijo José Luis recuerda una anécdota llamativa: «Una vez, intrigado, el cineasta preguntó a un miembro del comité de censura por qué habían cortado en una de sus películas esta simple indicación: Amanece. Exterior. Gran Vía. A lo que el censor contestó: “¡Hombre, Luis!, conociéndote, ¿quién nos dice que en el plano no ibas a meter a tres obispos saliendo a esas horas del Pasapoga?”».
Pero también supo cómo burlarla. El verdugo podía parecer una osadía, y más cuando para muchos la figura del verdugo era una fuerte alusión a Franco. No obstante, Berlanga logró filmarla al enfocarla desde la perspectiva del funcionario encargado de la ejecución a garrote vil y no la del reo. Solo que no volvería a dirigir hasta 1967. Con Plácido tampoco lo tuvo fácil; ni con Los jueves, milagro. A duras penas rodó esta, hasta el punto, que medio en broma medio en serio, el cineasta intentó incluir al padre Garau en los títulos de crédito como guionista, por la tijera que le asestó en la parte final.
Curiosamente, a Berlanga le llamaron para redactar un código de censura en el que propuso como primer artículo que quedaba prohibido censurar y prohibir películas. El arzobispado casi se atraganta al leerlo. Hoy en día la censura es otra: no está en manos de la iglesia sino en las redes. Necesitamos más que un código, un manual de cortejo para esquivarla. Y más comedia satírica, también.
Fue el debut de Luis García Berlanga y Juan Antonio Bardem —aunque estrenada tras Bienvenido Mr. Marshall—, que sin sospecharlo supuso un impulso renovador para el cine de entonces, al venir de la primera generación de cineastas con formación específica. En tono de comedia, Esa pareja feliz esconde una crítica al afán consumista que comenzaba a despertar en España. Narra la historia de un humilde matrimonio: Carmen y Juan (Elvira Quintilla y Fernando Fernán Gómez). Ella, una costurera idealista que se refugia en el cine y la radio convencida de que sus problemas se solucionarán por azar: él, electricista en unos estudios de cine. Sus sueños de bienestar se hacen realidad al ganar un concurso radiofónico donde son elegidos como «la pareja feliz» y durante 24 horas reciben toda clase de obsequios y lujos. Pero el mismo día a Juan lo despiden y se dan de bruces en esta crítica sobre si es posible ascender de clase o si eso supondría desnaturalizarse como individuo. La película bebe de los sainetes de Arniches y de cintas como Antoine y Antoinette. Berlanga y Bardem se dividieron las secuencias, pero su gusto compartido por la estética y los diálogos hace que no se note un doble ritmo en el metraje. Supuso tal punto de inflexión que recientemente se nombró el 6 de octubre como el Día del Cine Español, coincidiendo con el día del fin de su rodaje hace ahora setenta años.