VALÈNCIA. El economista austriaco Christian Felber es conocido por ser el precursor de la Economía del Bien Común, una visión alternativa que propone sustituir el PIB como indicador de riqueza por un Índice del Bien Común (IBC) en el que también se tendría en cuenta la salud, la felicidad o la cohesión social como elementos para medir el desarrollo de una sociedad.
Sus postulados son muy tenidos en cuenta por la Generalitat a la hora de desarrollar sus políticas porque el Conseller de Economía Sostenible, Rafael Climent, tiene en Felber a uno de sus principales referentes. Para promover la investigación, el desarrollo y la difusión de esta visión alternativa de la economía, la Universitat de València puso en marcha en 2017 una Cátedra de Economía del Bien Común con el apoyo de la Generalitat.
Con motivo de la celebración en València del II Congreso Internacional Economía del Bien Común 2022 organizado por la Cátedra, Felber aprovechó su paso por la capital para reflexionar sobre la relación entre su modelo alternativo de medición de la riqueza y fenómenos que se han puesto de manifiesto con la pandemia como la crisis de las cadenas de suministro, la concentración de la riqueza o la dependencia, o la dependencia de terceros países en el aprovisionamiento energético o de bienes esenciales.
– ¿Después de la pandemia, ve al mundo más preparado para abrazar los postulados de la EBC?
– Por un lado veo que hay fuerzas muy potentes que van más por la guerra y la producción masiva de armas. El poder económico se concentra a marchas tan forzadas que casi me mareo y las democracias están en retroceso desde hace más de diez años a nivel mundial. Si uno quiere ser pesimista, tiene motivos. Pero a la vez sí creo que más gente que antes se está dando cuenta de estos retrocesos y busca modelos alternativos viables para mejorar la economía, hacerla más sostenible y descentralizar el poder a todos los niveles. Estamos en una lucha feroz entre fuerzas opuestas.
El poder de aquellos que no están interesados en decisiones democráticas va en aumento. Si la gente pudiera decidir directamente sobre cuestiones sobre justicia, sostenibilidad, democracia o un no a la guerra, no sé si en los últimos siglos hubiera habido una sola guerra si la gente hubiese tenido la última palabra. Incluso ahora no estoy seguro de si Rusia habría comenzado esta guerra si la gente hubiera podido tomar la decisión.
La democracia representativa no es suficiente y debería ser acompañada en mayor grado de la democracia directa, especialmente cuando los gobiernos actúan en contra de la voluntad mayoritaria de la gente. No sé si la mayoría de los alemanes apoya una inversión en armamento de 100.000 millones de euros. Si tuviéramos democracia directa se podrían presentar varias alternativas y, seguramente, la militarista no sería la ganadora.
– ¿Y su visión sobre cuáles deben ser los ejes de esa economía más humanizada, se ha modulado con la pandemia?
– Ha sido un frenazo enorme en muchos ámbitos, pero por otro lado mucha gente ha empezado a reflexionar sobre la vida, la convivencia, la política... Aprovechamos ese aumento de la sensibilidad y de búsqueda de soluciones alternativas. Podría haber una mayor receptividad y eso sería un beneficio colateral de la pandemia para nosotros.
– En los últimos tiempos se han tomado medidas impensables hace unos años como la imposición de impuestos mínimos comunes a las grandes corporaciones en todo el mundo, ¿nos acerca eso hacia un modelo basado en un reparto más justo de la riqueza?
– Tengo mis dudas porque este avance es fruto de un desarrollo que iniciamos hace dos décadas. Fui testigo de la fundación de la red de justicia tributaria internacional y hemos ido preparando esta decisión que para mi es bastante modesta porque puede ocurrir que países que hoy por hoy tienen una imposición más alta sobre el beneficio de las grandes corporaciones la bajen a este estándar mínimo demasiado bajo. Tiene otras debilidades, como por ejemplo un beneficio mínimo en relación a las ventas muy alto, por lo que no lo veo un gran salto, es un pasito y no es una consecuencia de la pandemia. La concentración de poder en múltiples ámbitos es formidable en comparación con ese paso mínimo de regulación. No veo ninguna voluntad de los gobiernos por disminuir el poder de las grandes corporaciones transnacionales, algo que para mí es un imperativo supremo. No los veo dispuestos a realizarlo. Una cara de la moneda es la debilidad de la democracia y la otra es la superconcentración de poder en las grandes corporaciones no contestada por parte de los gobiernos.
– ¿Es porque son demasiado grandes?
– Formalmente, el tamaño no importa. Los gobiernos podrían hacerlo porque tienen el poder político al 100%, el problema es que no están dispuestos a utilizarlo. Sí hay una causalidad: La influencia del poder económico ha llegado a ser demasiado grande como para que se pueda desempeñar el poder político.
– ¿Cree que la pandemia ha sido una demostración del poder de la colaboración para superar un problema colectivamente o de todo lo contrario?
– Aquí también tengo mis dudas porque, por ejemplo, los austriacos no salimos mejor de la pandemia. En 2020, en Austria no falleció ni un solo niño de 1 a 15 años, según el [Ministerio de Salud]. Sin embargo, la mitad de nuestros jóvenes tiene síntomas medios de depresión. Y eso no lo ha provocado el virus, sino la gestión política de la pandemia. El [Unicef] ha señalado que un increíble 100 millones de niños en todo el mundo han caído a la pobreza – debido a las „medidas“. Por otro lado, en 2020 murieron más personas en Europa por contaminación que por el coronavirus, pero no se hace nada para prevenirlo. Para mí no es convincente que haya sido una gestión con el objetivo de maximizar la salud.
– ¿Cree que el mercado falla más o menos que antes?
– No son los mercados los que fallan, sino el diseño político ineficaz de los mismos. La economía no es un evento natural, sino un artefacto creado por los seres humanos, pero en las últimas décadas hemos diseñado los mercados de tal forma que hemos contribuido al crecimiento de las desigualdades, la destrucción de los ecosistemas y la acumulación de la riqueza. Deberíamos mejorar el diseño de los mercados como propone la Economía del Bien Común, de tal forma que ya no contribuyan a la destrucción ecológica. Serían un mercado en el que solo se permitiría la participación de empresas responsables y sostenibles; además, serían más pequeñas de las que existen hoy. Es una cuestión de decisión política si se permite a una empresa tener ingresos de 100.000 millones de euros.
– La crisis ha puesto de manifiesto los peligros de depender excesivamente de un único mercado o la fragilidad de los modelos económicos basados en una espiral de consumo interminable ¿Qué lección cree que debería extraerse de este periodo?
– El reenfoque en lo que realmente vale y causa la felicidad de las personas. Estamos desarrollando el Índice del Bien Común, que podría reemplazar algún día del PIB. A diferencia de este, el IBC mediría la salud, la felicidad, el florecimiento de las relaciones, la cohesión social, la distribución justa, la estabilidad de los ecosistemas, la fuerza de los derechos fundamentales y la paz. Las medidas políticas del futuro se evaluarían según su contribución positiva al IBC; el PIB, con su crecimiento de cifras financieras ilimitado, ya no importaría.
– El Plan Europeo de Recuperación centra la mayor parte de sus recursos en la transición hacia un nuevo modelo económico medioambientalmente sostenible y digitalización, ¿cree que son ejes acertados para un modelo económico más sostenible?
– La Transición Ecológica es un fin en sí mismo y estoy rotundamente a favor, pero la digitalización es un medio y con una digitalización se puede hacer bien y mal igualmente; por ejemplo se puede despojar de todo el sentido al trabajo y al trabajador; o se puede controlar a las personas y socavar los derechos fundamentales y la libertad. Nosotros proponemos herramientas digitales para fines nobles, mayor sostenibilidad y mayo despliegue de la dignidad de los trabajadores. Frente a las grandes plataformas, tanto estadounidenses como chinas, yo propondría una plataforma europea en forma de cooperativa pública, sin publicidad ni ánimo de lucro, en la que todo el mundo pudiera contribuir y sin algoritmos que la manipulasen en cualquier dirección. Así domaríamos la tecnología para ponerla al servicio de las personas porque mientras tenga unas reglas tan poco democráticas, parece más un instrumento de control que un instrumento útil para la sociedad.
– ¿Qué le parece la respuesta que las grandes potencias occidentales están dando a la Guerra en Ucrania?
– Pregunto: ¿Qué han hecho para prevenirla? Me parece que sin provocación alguna de la OTAN, la guerra no se habría iniciado. Sueño con una desmilitarización progresiva de los países a favor de unas Fuerzas Armadas restantes de las Naciones Unidas. En los últimos casos improbables de una guerra de ataque, la ONU debería intervenir militarmente. La desmilitarización hacia la "paz eterna" de Immanuel Kant podría acelerarse de nuevo en base a una democracia más directa. Esa sería una parte de la solución, porque las guerras suelen ser asunto de los gobiernos. Si se hubiera consultado al pueblo ruso, la invasión probablemente no se habría producido.
– ¿Cómo debería resolverse a su juicio la crisis energética? ¿Ve una solución a corto plazo?
– Este sería un ejemplo de la autarquía energética. La crítica a la globalización y de las cadenas de suministro demasiado largas no es una apuesta por la autarquía plena, pero sí por la subsidiariedad económica: lo que puedas hacer en el ámbito más regional, hazlo. Lo global también tiene su papel, pero no central. Lo local y regional debería comenzar por la comida, por la energía y por la circularidad de los remanentes, los residuos. La naturaleza existe desde 2.000 millones de años y metaboliza miles de millones de toneladas de materia sin producir ningún desecho. Esa es la idea de la circularidad. No hay problema en tener productos y producir bienes, pero deberíamos diseñarlos de forma que no generasen ningún tipo de desecho. En cuanto a la energía, llevamos décadas apostando por la independencia completa de las importaciones de fuentes de energía, con independencia de la guerra actual.
– España en particular está dando pasos para mejorar las rentas de los sectores más desfavorecidos como el Ingreso Mínimo Vital o la subida del SMI, ¿son suficientes esas medidas?
– Son pasos en la dirección deseada, pero me gustaría que se dieran más hacia una renta básica incondicional mientras sigamos en el capitalismo y la limitación de los ingresos máximos. Hoy por hoy hay tanta gente excluida, que estoy a favor de una renta básica incondicional suficiente para subsistir y un tope a las rentas máximas. Lo hemos propuesto en 25 países: Preguntamos a la gente dónde se limitarían los ingresos máximos y en nueve de cada diez la propuesta más respaldada es la de fijar un límite de diez a uno. Seguiría habiendo desiguladad, pero sería más moderada y razonable. A partir de unos 2.000 dólares al mes, está científicamente probado que un aumento de la renta financiera no aumenta significativamente la felicidad personal
– ¿Qué le parecen otras medidas como las que está adoptando la Comunitat Valenciana para avanzar en la semana laboral de cuatro días?
– Me gustan los pioneros, pero yo sería flexible en la forma concreta de reducir el número de horas trabajadas. Inicialmente bajamos de 80 horas a 40 y ahora la cuestión es ver cómo llegamos a 20. Sería un imperativo por motivos ecológicos, pero también para tener más tiempo para nuestra familia, relaciones y simplemente vivir bien.
– ¿Cree que en la Comunitat Valenciana se han producido avances sustanciales hacia la ECB?
– Mi percepción es que hay avances, pequeños pero continuos. Un ejemplo es la resolución de la Cancillería de Economía sostenible a favor de la Economía del Bien Común y la Economía Social y Solidaria. Otra es la cátedra de la Economía del Bien Común de la UV. No demasiadas, pero hay más empresas que aplican el Balance del Bien Común.
– ¿Dónde está más avanzado?
– En Alemania hay ciudades que aplican el Balance del Bien Común en sus compras públicas e instituciones. Por ejemplo, Münster. Ya hay siete bancos que aplican el Balance y existe hasta una cuenta bancaria. Hemos creado una corporativa bancaria para el bien común que ofrece esta cuenta. Ahora estamos desarrollando el Índice del Bien Común en las primeras regiones, entre otras, en España.