ALICANTE. Después de una firme admonición contra su recurso en tiempos de sequía creativa, Rainer Maria Rilke nos dejaba ver un pequeño resquicio en su profunda gravedad y admitía el uso de la ironía como “un medio más para captar la vida”, en sus Cartas a un joven poeta de 1929. Gracias, Rainer.
El humor y los humores suelen derramarse juntos en los momentos más graves: la risa tonta en los entierros junto a la bilis que amarga la boca del estómago, ambas fruto de la desolación; la sonrisa helada con que recibimos la enésima mala noticia, en plan “venga va, una más, a ver si puedes superarte”, en una apelación al destino sordo que puede que ni exista; la vuelta al trabajo en septiembre con la risa floja aún en la garganta, porque en el primer tren de la mañana ibas leyendo a Jardiel Poncela o a John Mortimer.
Quédense con esta última imagen, sobre ella vamos a construir la última de las tandas recomendatorias del verano 2018, la que se encabalga entre las vacaciones estándar (de aquí quedan fuera todos aquellos que las disfrutan cuando les viene en la real o republicana gana) y la vuelta a la normalidad, como si este concepto de normalidad no fuera “La Gran Broma”.
Como si de una escala Scoville del humor se tratara, vamos a puntuar de 0 A 5 el grado de comicidad, ironía, sarcasmo y sátira, siendo el grado 5 la comicidad casi pura, la que persigue la sorpresa y la carcajada del lector, 4 la comicidad con un punto de parafernalia paródica, a la manera de la sátira; 3 el punto medio que engloba todo: comicidad, ironía y sátira; 2, la ironía despechada; 1, el sarcasmo en forma de ceja alzada permanentemente; 0, la sosa cáustica.
Como prueba de toque a esta escala del humor literario, elijamos seis recomendaciones lectoras para pasar el trago de “La Gran Broma”.
Empezaremos por un clásico reeditado recientemente, y no en una colección de “clásicos del siglo XX”, donde ya está, sino en el catálogo de una de las (ya menos) nuevas editoriales que han conseguido un hueco en el corazoncito de los lectores en busca de un editor que les haga el trabajo sucio, Blackie Books. Con un logo propio que, imitando la circularidad del del propio sello, encierra una caricatura de Enrique Jardiel Poncela riendo “je, je” sin cartela ni bocadillo, con el lema “VUELVE JARDIEL”, la editorial barcelonesa ha recuperado los cuatro títulos narrativos esenciales del madrileño: ¡Espérame en Siberia, vida mía!, Amor se escribe sin hache, La tournée de Dios y Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?.
Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? comienza con una dedicatoria manuscrita: “A Enrique Jardiel Poncela, mi mayor enemigo, con la adhesión, la simpatía y el afecto de Enrique Jardiel Poncela. 1930”.
El protagonista de esta novela, por llamarla de alguna manera, es Pedro Valdivia, donjuán de éxito, que cuenta con unos archivos que recogen sus 36.857 conquistas, para la gestión de los cuales necesita de una secretaria y cuatro mecanógrafas, cuerpo de élite incapaz de impedir la confrontación con su némesis femenina, Vivola Adamant. Contra hombres y mujeres, contra mujeres y hombres podría haber sido el título alternativo de este basto delirio que, no obstante, comienza con una tesis bien definida por el diálogo inicial entre PROTAGONISTA y LECTOR:
“EL PROTAGONISTA. Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?
EL LECTOR. Hombre…, ¿y por qué no? Pudo haber once mil vírgenes de la misma manera que hubo doce apóstoles, y diez mandamientos, y siete plagas, y cuatro evangelistas…
EP. Pchss… No es lo mismo. El mundo se repite de un modo inexorable. Fíjese usted en que apóstoles ha seguido habiendo, por ejemplo: Carlos Marx, Tolstoi, Giner de los Ríos… Evangelistas todavía nacen: Lenin y Gandhi, sin ir más lejos… Mandamientos se pronuncia a diario: ahí están las leyes de circulación de automóviles, continuamente renovadas… Y plagas, aún disfrutamos: los libros sobre Rusia, el cante flamenco. Pero… ¿vírgenes? Vírgenes, ¡ay!, no queda ni una sola amigo mío… [...] Y usted convendrá conmigo en que alguna virgen quedaría si hubiera habido alguna vez once mil…”.
Ironía a parte, a Jardiel le concederemos el grado 5 de la Escala Escobilla del Humor.
En el número tres de las recomendaciones, de una tacada, dos propuestas muy conscientes de su calado de la Editorial Impedimenta de Enrique Redel y la apuesta de su catálogo por el humor británico con más clase y estilo: Michael Frayn (Londres, 1933) y su Al final de la mañana, en traducción de Olalla García; y el nuevo volumen de las tribulaciones con toga de Horace Rumpole, compañero vital de “Ella, la que Ha de Ser Obedecida”, Los juicios de Rumpole, de John Mortimer (Londres, 1923-2009), traducido por Sara Lekanda Teijeiro. Si la primera está ambientada en el mundo de la prensa, siendo reconocida como una de las novelas de periodistas más cómicas de la literatura inglesa, la colección de relatos rumpolianos de Mortimer nos obliga a pensar en un Padre Brown de Chesterton anglicano, escéptico, etílico y disfrazado, más que vestido, con toga en vez de con sotana. En ese Olimpo british en el que Evelyn Waugh o Tom Sharpe ocupan el puesto de deidades principales, Mortimer y Frayn se toman una copa de champán, o de buen clarete a su salud. Ambos agraciados con un merecidísimo grado 3 de la Escala Escobilla del Humor para la perfección de Mortimer, y un grado 2 de la EEH para Frayn y su desencantada visión de los plumillas.
Grado 1 de la EEH para Orejudo y su sarcástica mirada sobre los hijos de la Transición.
“El pueblo, cualquier domingo por la mañana, está muerto. Ninguna carretera lo atraviesa. No hay trabajo que hacer. El pueblo yace sofocado en este valle desde hace quinientos años. Produce jardineros y mujeres de la limpieza para el Common, mano de obra labriega para la finca Rackworth”, y Ruth Whiting se ahoga en ese mundo de esposas que se quedan en casa a regañadientes, lidiando con el matrimonio, el aborto y el aislamiento, en busca de la Nueva Mujer. Grado 0 de la EEH para Penelope Mortimer, equivalente al Carolina Reaper de las guindillas y sus 2’2 millones de capsaicina en la Escala Scoville, capsaicina pura. En el caso de Mortimer, sosa cáustica pura en la Escala Escobilla del Humor.