crítica de cine

'Las leyes de la frontera': nostalgia quinqui

8/10/2021 - 

VALÈNCIA. Pocos géneros con un carácter tan autóctono como el cine quinqui. Para muchos podría considerarse el equivalente a los gánsters, pero las particularidades del contexto social en el que se insertaban resultan fundamentales para entender su existencia. 

A finales de los setenta en España comenzó a proliferar la construcción de viviendas en los extrarradios para separar a las clases trabajadoras más humildes de ese supuesto renacimiento económico que iba a vivir el país. Se convirtió en un foco de marginación, de exclusión y también de delincuencia. La figura del quinqui (que en realidad bebe de la picaresca y el bandolerismo) siempre ha ido asociada a la del outsider que se rebela frente al sistema que le ha oprimido. Por eso intenta ser libre a su manera, sin atender a las normas, y configurando sus propios códigos morales que tienen que ver con el compañerismo y la lealtad hacia los suyos, con vivir el momento, encarar la realidad de una manera desacomplejada y saltarse cualquier tipo de barrera. Pero sabe que no lo tiene fácil, que el mundo está contra él. 

Convertidos en iconos de la contracultura gracias a las películas de Eloy de la Iglesia y José Antonio de la Loma, la figura del quinqui resulta muy difícil de reproducir en la actualidad, ya que fueron auténticos hijos de su tiempo. Los propios quinquis se apropiaron de sus relatos y a través de ellos contaron sus vidas, casi como si se tratara de un documento en primera persona. 

La mayor parte de ellos se perdió por el camino por culpa de la epidemia de heroína. ¿Cómo reproducir una película quinqui dentro del cine actual? Es lo que se planteó desde el principio Daniel Monzón cuando quiso adaptar Las leyes de la frontera, la novela de Javier Cercas que recrea ese momento en Girona a través de la mirada de un joven que se introduce en el universo de los quinquis de su barrio y vive un verano, el del 78, repleto de aventuras al límite. 

Su acercamiento es, por tanto, desde nuestro presente. Según él mismo ha afirmado, podría haberla rodado en formato scope, en super16 mm., meterle grano y un stereo guarro, pero quería rendir homenaje al género desde una perspectiva más estilizada, nostálgica y romántica. Tampoco podía contar con auténticos quinquis, pero intentó buscar rostros frescos que se acercaran a esa imagen que se encuentra grabada en el imaginario colectivo. Por eso, buena parte de la banda que forma parte de Las leyes de la frontera, la encontró a través de cástings exhaustivos en los barrios para aportar las dosis necesarias de verosimilitud canalla. 

Ignacio (Marcos Ruiz) es un estudiante de 17 años introvertido e inadaptado que vive con sus padres en los límites de la ciudad. Cuando conoce al Zarco (Chechu Salgado) y a Tere (Begoña Vargas), dos jóvenes delincuentes del barrio chino, se verá inmerso en una carrera imparable de hurtos, robos y atracos, hasta que cada vez la línea que cruce sea más peligrosa. 

Las leyes de la frontera, ya desde su título, tiene aroma de western. A un lado, una España que quería modernizarse a pasos forzados, salir del oscurantismo y florecer, a otro, un puñado de jóvenes que no habían sido invitados a la fiesta de la Democracia. En medio de todo eso, Ignacio, alias el Gafitas, que intentará buscar su lugar en el mundo a través de ese microcosmos que se rige por sus propias leyes. 

En la película encontramos todos los estilemas del género: el tirón de bolso, los recreativos, los prostíbulos, las discotecas, las persecuciones de coches, la rumba, la de entonces (Te estoy amando locamente) y la de ahora (Derby Motoreta’s Burrito Kachimba) en una fusión que dice mucho de la identidad de la película de Monzón.  

En definitiva, toda esa mitología. Pero además de los lugares comunes, encontramos una reflexión de la que carecían las películas originales. La que proporciona el paso del tiempo, la memoria. Por eso, además de la historia de amor entre Nacho y Tere, que vehicula toda la narración, y del proceso de iniciación dentro de la delincuencia, de la carga social que lleva implícita, también encontramos al final de la película una desoladora mirada a aquello que dejamos atrás, a las renuncias, a los amores perdidos, a los sueños de juventud. En esos últimos planos, Las leyes de la frontera adquiere todo su sentido, amargo, crudo, tan melancólico como revelador. 

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