VALÈNCIA. Existen pocas obras en la historia del arte que transmitan tanto, empleando tan pocos recursos: La desesperación del artista ante la grandeza de las ruinas antiguas es un pequeño dibujo realizado entre 1778-1780 por Johann Heinrich Füssli. Representa a su alter ego como pequeña figura humana apoyada en el gigantesco pie de mármol del emperador Constantino, que hoy se halla en los Museos Capitolinos de Roma. Una desesperación cargada de honestidad de un empequeñecido artista contemporáneo, en el que se mezclan sentimientos como el anhelo de una época de esplendor artístico, y el darse cuenta de una realidad: la incapacidad de emular esa grandeza, y la constatación de estar ante los restos de un mundo que nunca volverá.
Estos días pasados he tenido la suerte de pasarlos en esa ciudad inacabable que es Roma y me he acordado de esta pequeña obra de Füssli: esa sensación de tomar contacto con lo que literalmente se presenta como un mundo artístico del ayer poseedor de unos valores que hoy son impensables. Discrepo respecto de la superioridad de aquellas mentes creadoras. Son los mismos que nosotros, aunque las masas de visitantes que recorremos los interminables corredores de los Museos Vaticanos contemplemos al Laocoonte o al Torso Belvedere como meteoritos caídos de otro planeta, obras de seres venidos del más allá que nada tienen que ver con nosotros. No, ellos son nosotros, pero imbuidos de unos valores posiblemente culturales, estéticos, también religiosos, de trascendencia, que hoy brillan por su ausencia. La última “obra”, la más reciente, que se puede “contemplar” en estos fascinantes museos y ya a punto de sufrir el temido “Síndrome de Stendhal” por la sucesión inacabable de maravillas, es una vitrina que contiene una gran fotografía de la selección argentina de fútbol y las correspondientes bufandas y camisetas firmadas por los jugadores y regaladas al actual pontífice. Nada más que decir, señoría.
A cada visita a la ciudad eterna, la fascinación crece. Entre ruinas, fuentes e iglesias es inevitable sentirse como aquellos pequeños personajes que Piranesi (Veneto 1720 – Roma 1778) introduce en sus aguafuertes con una doble finalidad: la de, por comparación, mostrarnos la majestuosidad y grandiosidad del mundo antiguo, y por otro para reivindicar el pasado, a través de los vestigios en una ciudad cuya vida sigue su curso, representada a través de sus habitantes. Más allá de las escalas que emplea, Piranesi cataloga, levanta acta y reivindica la protección patrimonial.
Es curiosa nuestra querida Valencia, pues es poseedora de tesoros culturales de enorme singularidad, lo que invita a reflexionar sobre ello si seguidamente debemos reconocer que en ocasiones, desde nuestra contemporaneidad, no los sabemos ponderar, a la vista de cómo se ha gestionado y se sigue haciendo esa importancia: desde el Santo Cáliz, reliquia por antonomasia; el Tribunal de las Aguas, institución encargada de impartir justicia mas antigua en Europa; el Tristitia Christi, testamento espiritual de Tomás Moro, original escrito en 1535 en la Torre de Londres, poco antes de morir decapitado por Enrique VIII; el único autorretrato de Velázquez más allá del de las Meninas, o el primer testimonio del Renacimiento italiano en la península ibérica con los ángeles músicos de la bóveda del altar mayor de la catedral, pintados en 1472 cuando en el resto de los reinos hispanos todavía se imponía el estilo gótico. Eso sí era vanguardia.
Por si fuera poco, nuestra ciudad gracias a la Real Academia de San Carlos, por obra y gracia de los académicos del momento, en una de las decisiones más felices en sus 270 años de historia decidieron adquirir en 1788, 16 tomos y 880 aguafuertes, de Giovanni Battista Piranesi, es decir la casi totalidad de su producción, a su hijo Francesco, convirtiéndose la de nuestra histórica institución en una de las mejores colecciones del mundo junto con la de la Biblioteca Nacional, esta ultima no formada por una sola adquisición sino fruto de donaciones, y de adquisiciones reales. Se trata en ambos casos de una primera edición romana, impresa cuando el polifacético genio del grabado todavía vivía, y muy posiblemente en la mayoría de las estampas que conservamos en Valencia actuó directamente en todas sus fases: dibujo, grabación, preparación y estampación pues Piranesi era de esos grabadores que intervenía en todo el proceso creativo, lo que hace tan extraordinaria esta colección.
Son varias series por las que Piranesi es considerado uno de los grandes genios del arte y en particular del grabado: las 135 vedute o vistas de la ciudad de Roma representada como un espacio vivo en el que en la misma imagen acontecen el pasado glorioso, el efecto del paso del tiempo sobre las ruinas y el presente representado por los personajes anónimos, ciudadanos de Roma, que introduce entre las piedras antiguas. Otra serie la dedica a las antigüedades de Roma (Piranesi fue un gran anticuario además de arqueólogo y arquitecto), y más en particular de sus monumentos y ruinas. Finalmente y sobre todo la serie que elevan a nuestro artista a la altura de los más grandes junto con Rembrandt, Goya o Picasso: las Carceri (cárceles) de invención, o esos espacios expresionistas del terror (salidos de su “cerebro negro” según Victor Hugo) creados en la oscura e inabarcable mente del maestro nacido en Venecia y que son una transmutación del mundo de las cloacas que conociera de niño en el entorno de Venecia junto a su tío materno “magistrado de las aguas”, y por tanto encargado del sistema hidráulico de la ciudad.
Realizadas a bocajarro y sin a penas bocetos previos. Lo desconozco a ciencia cierta, pero si me preguntan si Goya conoció esta serie estoy seguro que si. Las Carceri marcan un antes y un después en la historia del arte. Quizás muchos se sorprendan con esta aseveración teniendo en cuenta que Piranesi es un artista no suficientemente conocido, debido ante todo a su faceta exclusiva como grabador. Las Carceri son, posiblemente, el primer momento artístico de la modernidad y del romanticismo. Estos días se exponen una vez más una parte de estas, y hasta nueva orden, puesto que como estampas que son, no pueden estar permanentemente a la vista del público por problemas de conservación del papel y las tintas.
La exposición es absolutamente recomendable, y se puede disfrutar hasta el día 31 de enero en el Museo de Bellas Artes. Está comisariada por Adela Espinós y Joan Calduch y es de reducido formato pues se han seleccionado 33 aguafuertes representativos de las «las tres grandes caras» del artista: 'Vedute' de Roma (1745-1778), 'Antichità' (1748-1777) de lugares arqueológicos y las 'Carceri d'invenzione' (1745-1761)
Más allá de su faceta artística de indiscutible importancia y abrumadora influencia, no sólo en la pintura sino también en la fotografía y el cine, Piranesi me genera especial empatía por su pionera y activa tarea de concienciación en la protección y estudio del patrimonio heredado, lo que en el siglo XVIII no era algo que estuviera asentado en la conciencia general como ahora. Asimismo, su condición de anticuario que ejerció durante toda su vida romana nos emparenta como colegas de profesión, así que no se puede pedir más.