Comunicadores que vienen del pueblo, hablan como el pueblo, le encantan al pueblo y son al mismo tiempo temidos y codiciados por los políticos. No hace falta buscarlos en los streamings o en las redes sociales, este fenómeno es tan viejo como la radio y la televisión. De hecho, una película de Elia Kazan y Budd Schulberg (autor de las pruebas documentales contra los nazis en Nuremberg) retrató el fenómeno de forma magistral. Los tics megalómanos del comunicador demagogo de hoy y sus componendas políticas, aquí son perfectamente reconocibles
VALÈNCIA. Si quiere analizar un fenómeno moderno o de actualidad, váyase al cine de hace más de medio siglo. Esta máxima siempre funciona. También es válida para la literatura, pero en esta columna hablamos de la caja tonta. Hoy, no hay semana en la que no tengamos noticias de las polémicas palabras de algún influencer. Tampoco podemos decir que la televisión en este aspecto sea un ser de luz, porque los programas que más horas ocupan en la pantalla viven de las palabras de sus contertulios, una figura, mal llamada tertuliano, donde podemos encontrar personas que estám especializadas en los temas que tratan y genuinos influencers que dicen lo primero que les viene a la cabeza con tal de lograr el aplauso de la masa o su odio, cualquiera que sea la reacción que suba la audiencia y le garantice seguir ocupando una silla.
Ninguno de estos fenómenos es nuevo por mucha internet que haya por medio y multiplicación de los canales de televisión. La película Un rostro entre la multitud, de Elia Kazan, se estrenó en 1957 y dio un trato de alfa y omega a la cuestión. Su guionista fue Budd Schulberg, al que debemos respeto por The nazi plan, un collage documental de propaganda nazi que, casi al estilo Martín Patino sirvió como prueba en los juicios de Nuremberg. Aquí, veinte años después, Schulberg estaba atento a otros personajes, los popes de los medios. El cuento que dio lugar a esta cinta, Your Arkansas Traveler, lo había escrito en 1953.
Un rostro entre la multitud contaba la historia de un programa de radio del mismo nombre que daba protagonismo a personajes anónimos. Un día, su presentadora, acude a la prisión del Scheriff a ver cuánto dan de sí los presos y encuentra un borracho que toca la guitarra y conquista inmediatamente a la audiencia. El tipo es tan carismático que le dan un puesto en el programa, se pone a criticar a los políticos locales y logra encandilar a la audiencia de forma permanente.
Ya confiado, llega a burlarse de los anunciantes y, cuando le retiran las campañas, él logra que la gente queme sus productos por la calle. Ese es su poder. Así, disparado como un cohete, logra que le contraten en un programa de televisión en Nueva York. Ahora lo quieren para dar un toque de "hombre de la calle" a un candidato presidencial con un discurso sobre los impuestos muy similar al que tienen ahora en España ciertos sectores. Hay que bajarlos, cuando no eliminarlos. En sus discursos, este influencer elogia a los hombres del pasado, tipos duros, que no necesitaban pensiones ni inventos de esos. Los verdaderos americanos.
La inspiración para la película vino por personajes públicos de la época. La más evidente fue la de Arthur Godfrey "The Old redhead", que aparecía seis días a la semana por televisión y su estudio era una granja de Virginia. Su truco fue burlarse de sus patrocinadores, pero no de sus productos. Eso hizo que aumentaran las ventas. Fue uno de los grandes defensores del tabaco, pero luego, cuando contrajo un cáncer de pulmón, se sumó a las voces que pedían su control.
Otra fuente de inspiración fue Billy Graham. En este caso, era un predicador evangélico, posiblemente el más influyente de la historia estadounidense. Amigo de Martin Luther King y Nixon al mismo tiempo, pero en el momento de realizar la película era famoso por sus cruzadas, mítines que hasta 1953, momento en el que Schulberg escribió su cuento, había dado segregados. Por último, la tercera influencia fue la de Huey Long. Un político que hizo carrera durante la Gran Depresión como portavoz y abogado de los pobres. Sin embargo, centró sus críticas al New Deal de Roosevelt y promovió el aislacionismo de Estados Unidos en los conflictos internacionales.
El tratamiento del comunicador tenía un punto cercano al famoso Ciudadano Kane de Orson Welles, el de un monstruo devorado por sí mismo. En este caso, lo que denunciaron Schulberg y Kazan fue que detrás del hombre del pueblo, que habla como el pueblo y el pueblo le entiende perfectamente, había un megalómano al que poco le importaba el pueblo y todos sus intereses eran mezquinos y para mayor gloria de sí mismo. Un oportunista.
Como le ocurrió a Goldfrey, que despidió a un colaborador en directo de mala manera y eso indignó a sus seguidores, en la película al protagonista le juegan una mala pasada desde la sala de control del estudio de televisión y aparece en una conversación trivial riéndose de cómo maneja al público, cuya inteligencia desprecia. Eso le hará caer en desgracia.
Han pasado décadas, pero, en la actualidad, esa figura sigue más viva que nunca. La figura del demagogo con un amplio respaldo del público que es temido y adorado a la vez por los políticos sigue perfectamente vigente. François Truffaut fue uno de los pocos que elogiaron la película sin reservas en Cahiers du cinema. La considero una obra "hermosa" e importante, pero sobre todo destacó que "trasciende las dimensiones de una crítica cinematográfica".
Era cierto. El hecho crucial en esta película no era arte, sino la presentación de la figura del aludido comunicador. Los medios de comunicación se enfrentan siempre a un dilema, especialmente ahora que la oferta es casi infinita. Si se ofrece una información especializada y solvente ocurren dos problemas que son el mismo: no es emocionante, el público se aburre. Un modelo podría ser el del presentador carismático con colaboradores expertos, pero a la larga también se prefieren los colaboradores carismáticos. Con la llegada del campo sin puertas que ha sido Internet, todo ha recaído en el carisma. La información solvente facilitada por comunicadores no profesionales, que la hay y muy buena, son gotas de agua en el mar en comparación con el caudal que ocupan los "carismáticos".
Cuando la película fue presentada en la excelente colección de Criterion en 2019 ya se advertía que lo normal sería que los espectadores se hicieran "preguntas incómodas" con el estado de la política actual estadounidense. Lo que demuestra la idea para esta cinta tan sumamente actual, pero surgida en 1953, es que la comunicación de masas desde su nacimiento en el pecado llevaba la penitencia, sin embargo, pasan las décadas y el peligro no solo permanece, sino que se acrecienta sin que a nadie se le ocurra una solución aparente que no pase por vaguedades obvias como aludir a la educación.
Otro detalle interesante es que Kazan, que había sido miembro del Partido Comunista Estadounidense, acabó delatando a sus camaradas ante el Comité de Actividades Antiamericanas. Schulberg había hecho lo mismo. Por este motivo, ambos fueron rechazados por la profesión, en su vertiente izquierdista, el resto de sus vidas. También por este motivo, trabajaron juntos. La paradoja, señalaba la ficha de Criterion, es que, pese a todo esto, la izquierda elogió Un rostro entre la multitud y la crítica conservadora la tachó de propaganda izquierdista. Más mérito para este film premonitorio, que enlaza perfectamente con Network de Sidney Lumet.
El director sueco Ruben Östlund considera que su obra es una mezcla de Larry David y Michael Haneke. Ciertamente, los puntos más fuertes, que son los más divertidos, de sus últimas y premiadas películas se encuentran en las escenas que más incomodidad provocan al espectador. En la última, gente obscenamente millonaria intoxicada por ostras en mitad de una marejada en un yate. Parece una idea de la editorial Brugera, pero con esas carcajadas ha ganado en Cannes y aspira a los Oscar
Se llama afonía psicógena o mutismo. Cuando alguien sufre una experiencia traumática, pierde la voz. Le ocurrió a Khavaj, un luchador de artes marciales que, en el contexto de las campañas anti-homosexuales que tuvieron lugar en Chechenia en 2017, fue amenazado de muerte por su hermano y repudiado por su madre. Como refugiado, pudo iniciar una nueva vida en Francia y Bélgica. El autor del documental que se rodó sobre él, Silent Voice, también oculta su nombre por miedo a represalias del gobierno