Hoy en día, el sueño de que las inversiones en fondos ESG pueden mejorar el capitalismo y mitigar el cambio climático está en entredicho
VALÈNCIA. El pasado 18 de mayo el índice S&P ESG, un índice que está diseñado para medir la actuación de compañías respecto a criterios medioambientales, sociales y de gobernanza (ESG por las abreviaturas en inglés o ASG por las mismas en castellano), llevó a cabo su actualización anual. En esa revisión saltó la sorpresa pues Tesla, fabricante de vehículos eléctricos y que pasa por ser una de las grandes defensoras del medio ambiente, se caía del índice. Por supuesto, Elon Musk, su archiconocido propietario, trinó ofendido en Twitter al grito de "ESG is a scam" o, en castellano, "El ESG es un timo". No solo porque Tesla fuera eliminada del índice, sino porque además la petrolera Exxon quedaba encuadrada en el índice entre las 10 primeras firmas del mundo.
A priori que Tesla (coches eléctricos) salga del índice y que Exxon (combustibles fósiles) se coloque como una de las 10 primeras referencias con un peso del 1,44% del total es cuanto menos chocante para los ciudadanos comunes. Previendo el revuelo, Margaret Dorn, directora de índices S&G, publicó un post en el blog de la compañía explicando las razones para sacar a Tesla de la lista. Así, citó factores como la falta de una estrategia en cuanto a bajas emisiones de carbono y cuestiones relativas a los códigos de conducta en sus negocios.
Por ejemplo, en febrero de 2022 Tesla llegó a un acuerdo con la Agencia de Protección del Medio Ambiente después de años de violar la Clean Air Act y de negarse a trazar sus propias emisiones. Del mismo modo, en la presentación de resultados del primer trimestre de 2022 de Tesla, la cotizada también reveló que estaba siendo investigada por su gestión de desechos en el estado de California, y que fue multada en Alemania con 12 millones de euros por no cumplir con las obligaciones de reciclaje de las baterías gastadas de sus vehículos.
Además, en el proceso de identificar y analizar la exposición actual y futura a riesgos derivados de su participación en "incidentes controvertidos" se mencionan dos eventos separados en su fábrica de Fremont (California) centrados en discriminación racial y malas condiciones de trabajo. Al parecer el Departamento de Trabajo de California demandó en febrero a Tesla porque dijo haber encontrado evidencias de que la empresa mantenía a trabajadores afroamericanos en puestos de bajo nivel, les encomendaba las tareas que eran más exigentes y peligrosas físicamente, a la vez que se describía un ambiente de trabajo de acoso en el que se utilizan insultos raciales. Igualmente, se nombraba la investigación en curso de la National Highway Transportation Safety Administration (NHTSA) -Administración Nacional de Seguridad del Tráfico en las Carreteras- después de que se vincularan múltiples muertes y lesiones con el uso del piloto automático de sus vehículos.
Por todo ello, como expone Margaret Dorn "si bien Tesla puede estar desempeñando su papel en la eliminación de los automóviles que funcionan con combustible, se ha quedado atrás de sus pares cuando se la examina a través de una lente ESG más amplia". Aunque, en años venideros tendrá la oportunidad de ser revisada de nuevo y tal vez volver a entrar en el índice según la propia Dorn.
Ciertamente, el estatus ESG de la empresa fundada por Elon Musk es uno de los más debatidos en la industria financiera y en las casas de inversión. De hecho, de acuerdo con Bloomberg, 8 de los 15 fondos con temática ESG más grandes en Estados Unidos tienen posiciones en Tesla. Incluyendo 'transatlánticos' como el iShares ESG Aware MSCI USA ETF, que el 20 de octubre de 2022 tenía una capitalización de mercado de alrededor de 19.360 millones de dólares, de los cuales 330 millones (el 1,70%) estaba invertido en Tesla.
Pero ¿por qué este debate? Sencillamente, porque las calificaciones ESG utilizadas por las agencias muestran confusión y subjetividad. De hecho, en 2019 los profesores Berg, Koelbel y Rigobon del MIT publicaron un trabajo titulado 'Confusión agregada: La divergencia de las calificaciones ESG' donde se comparaban las notas ESG asignadas a distintas empresas por 6 de las mayores agencias calificadoras del mundo: KLD, Sustainalytics, Moody’s ESG, S&P Global, Refinitiv y MSC. El estudio demostró que no había homogeneidad en la medición pues identificaron 709 métricas distintas en 64 categorías. De ellas tan solo 10 categorías eran comunes a todas las agencias y no se incluían conceptos básicos como las emisiones de gases de efecto invernadero.
También, explican que la correlación entre las calificaciones ESG de las agencias destacadas era en promedio de 0,61. En comparación, las calificaciones crediticias de Moody's y Standard & Poor's estaban correlacionadas en 0,92. En su opinión, "esta ambigüedad en torno a las calificaciones ESG crea desafíos agudos para los inversores que intentan lograr un rendimiento tanto financiero como social".
En esta línea, otro trabajo de los profesores Cohen, Gurun y Nguyen en 2020, ponía el dedo en la llaga en cómo se califica a las empresas en 'buenas' y en 'malas' desde una perspectiva ESG. En su trabajo 'La desconexión ESG-innovación: Evidencia de las patentes verdes' señalaban algo sorprendente: Que las productoras de petróleo, gas y energía -aquellas con valoraciones ESG más bajas y que a menudo están explícitamente excluidas del universo de inversión de los fondos ESG- son innovadores clave en el campo de las patentes verdes en Estados Unidos. Es decir, estas compañías son las que producen más innovación ecológica y de una calidad significativamente mayor que las otras de EE UU.
Por tanto, ¿qué soluciones se pueden adoptar para homogeneizar y reducir la ambigüedad en la medición? Pese a que es difícil, nos atrevemos a proponer dos opciones.
Sinceramente, aunque el acrónimo ESG ha sido beneficioso para la sociedad y las empresas, pues ha servido para despertar a la ciudadanía ante problemas medioambientales, de condiciones de trabajo en las filiales y del impacto de las compañías en las comunidades, no debería de convertirse en un término que lo atrape todo, porque se transformaría en un concepto impreciso que perdería valora. Además, la guerra entre Rusia y Ucrania ha añadido más confusión, pues, parece forzar a compañías, inversores y gobiernos a tener que escoger entre la E, la S y la G, como cuando se incumplen objetivos medioambientales, quemando petróleo en los ciclos combinados para generar electricidad con el objetivo de no consumir gas ruso. Es decir, los objetivos verdes se posponen ante los ahora apremiantes principios de seguridad nacional y soberanía energética.
Para concluir, cabe recordar que el término ESG se acuñó en 2004 cuando un informe encargado por la ONU pidió "una mejor inclusión de factores ambientales, sociales y de gobierno corporativo (ESG) en las decisiones de inversión". Verdaderamente, en aquel momento escándalos corporativos como la quiebra de Enron y el derrame de petróleo del Exxon Valdez provocaron que las instituciones financieras se adhirieron con entusiasmo a un 'pacto global'. Hoy en día, el sueño de que las inversiones en fondos ESG pueden mejorar el capitalismo y mitigar el cambio climático está en entredicho.
Felipe Sánchez Coll es responsable académico del Área de Finanzas de EDEM
Colin Donaldson es responsable académico del Área de Emprendimiento de EDEM