Si una empresa se hunde, lo pagan los accionistas. Si una cooperativa cierra, lo paga todo un pueblo. Y máxime si se trata de una sociedad agrícola como lo hay en la mayoría de los municipios de la Comunitat Valenciana. La diferencia está en que los sapos de una empresa se los comen unos pocos; los de la cooperativa, muchos; no sólo los socios copartícipes, sino toda una economía local o comarcal, o incluso más.
Visto lo sucedido en Villena esta semana, con la cooperativa agrícola, la pregunta es: ¿cómo ha ocurrido? ¿por qué se ha llegado a esta situación? Primero que habría que preguntarse es si los controles en la Agrícola Villena habían fallado y en caso de desequilibrios -generados por las razones que fueran-, porque no se tomaron las medidas correctas. Y lo peor de todo, como cuenta Sandra Murcia este domingo, es que llueve sobre mojado sobre el proyecto empresarial. Hace siete años, ya saltaron las alarmas, con problemas financieros, y entonces Mercadona le confió a Anecoop la intermediación y la casi tutela de la cooperativa. Pero después del tiempo transcurrido, lo que llama la atención es que nadie -los socios- no dieran la voz de alarma (y si lo hicieron, no consiguieron su objetivo), o la propia Anecoop instara a medidas para corregir el rumbo de la nave. Y en caso de no poder hacerlo, pues debería haber salido del proyecto para evitar lo que ha pasado: una situación de estrés que ha estado a punto de llevarse por delante el proyecto centenario de todo un municipio y mandar a más de 550 personas al paro.
¿Quién controla las cooperativas? Esa es otra de las preguntas que habría que hacerse. Está claro que este instrumento mercantil tiene sus propios sistemas de control y de fiscalización de cuentas, pero creo que, en la práctica, en muchos casos acaban siendo sociedades controladas y maniatadas como pequeños corralitos para hacer favores (del tipo que sean) y evitar medidas drásticas -porque son impopulares- cuando toca aplicarlas. Sólo hay que ver sucedió con la cooperativa de Altea, que de la noche a la mañana, en febrero de 2020, cerró las puertas, echó a sus trabajadores sin que nadie supiera de sus problemas y, lo más importante, ni de sus soluciones. Y en este caso, a la banca también hay que imputarle parte de la responsabilidad por seguir concediendo crédito sin que se tomaran las medidas correctoras adecuadas o inste a un cambio de dirección.
¿Por qué no ha caído Agrícola Villena? Pues sencillamente, porque ni el principal cliente de la cooperativa, Mercadona, ni el PSPV de Fulgencio Cerdán y de Ximo Puig se lo podían permitir. Los primeros, para evitar las manifestaciones en la puerta de los supermercados, tal y como estaban contempladas. Los segundos, porque iba a ser un drama social y económico en Villena, que le podía costar la Alcaldía al primero, y otra crisis de reputación al segundo, con ramificaciones en otras zonas en las que la economía depende del mundo agrario. Aquí de lo que se trataba era de ganar tiempo, poner la maquinaria en marcha -la cooperativa reanuda la actividad este lunes- y convertirla en una sociedad limitada. En breve, veremos quienes son los nuevos socios, si los hay, o si Anecoop se queda y aplica un drástico plan de viabilidad. Otras fuentes aseguran que el grupo cooperativo valenciano dejará Agrícola Villena. Lo que está claro es que los agentes implicados se han movido con celeridad para evitar el crack. Mercadona, por la parte que le corresponde, y al PSPV, también. El IVF estaba preparado para lo que hiciera falta, siempre y cuando la cooperativa se transformara en una empresa privada.
En breve, deberíamos saber los detalles de que todo ha cambiado, pero la lección que hay que extraer es que la cooperativas necesitan un mayor control supralocal -como lo tienen las fundaciones públicas; o las cooperativas de crédito con el Banco de España- y que al socio hay que empoderarle para que no sea un militante dócil que pega la cabotá cuando se le requiere o porque su superior así se lo dice. La experiencia y el precedente de Altea obligan a que la propia Generalitat sea más activa en el control de este tipo de sociedades si no quiere presenciar más semanas de estrés como la vivida en Villena y que, a su vez, exija más transparencia. Porque dejar caer una cooperativa, es dejar caer un pueblo. Esta vez se han salvado por la campana, pero la macrogranja (ese rabioso elemento de disputa electoral) estaba en Villena y había que mantenerla.