Lo acusan de querer dedicarse a la política, pero es un burdo ataque para desprestigiarlo. Sin embargo, yo me pregunto: ¿y si fuera verdad? ¡No nos caería esa breva! Lo cierto es que mucho tendría que cambiar la política para que eso ocurra.
Carlos empezó con un reto. Detrás del desafío estaba su padre, que veía en ese chaval de veinte años algo más que las limitaciones del corazón paternal. El desafío era vender los productos del negocio familiar (germen de lo que es hoy Tescoma) en las zonas más difíciles de España, en esos pueblos olvidados de la inmensa Mancha. Como dice Carlos, eran básicamente «cacharros». Una empresa casi imposible. Pero a nuestro joven Baño, montado en su Rocinante, reconvertido en Peugeot 205 turbo, se le ocurrió la idea de visitar en cada pueblo a las casamenteras de turno, y así las ventas crecían de forma espectacular. Entonces ya iba este hombre, como ahora, directo al grano. Un asombrado padre veía cada día cómo la cartera de pedidos de la zona del Quijote crecía más que las prósperas capitales de provincia.
Y es que está claro: si lo dejas en el desierto, te monta él solo una fábrica de helados. O en el polo norte un hotel caribeño. Es así este hombre.
Carlos Baño es un amigo tardío, pero qué amigo. Me hablaban de él y, antes de conocerlo, me decían, y perdón por la expresión: «Tiene más huevos que Manolete». Sin ir más lejos, el otro día me contaban que a un político, presidente de la Diputación (no el de ahora, ojo), le soltó en su cara que los políticos estaban para gestionar los servicios comunes y que para crear riqueza y empleo estaban, estamos, los empresarios. Básicamente, era un rotundo «haz tú tu trabajo y déjanos a nosotros hacer el nuestro».
En otra ocasión, a unos periodistas influyentes les espetó: «Sois muy importantes, pero vuestra labor es ser testigos y cronistas de lo que ocurre y perseguir la verdad. Vuestro poder es la información, nada más ni nada menos». A mí me llegaban todas estas cosas y pensaba: este tío no se corta. Y tenía curiosidad por conocerlo.
Un día, en una conferencia, hablé de mi padre con emoción, como siempre me pasa. Conté lo difícil que es esa relación padre e hijo y lo importante que es decirle que lo quieres antes de que se vaya para siempre. Aunque te cueste decírselo. En primera fila había una persona con los ojos brillantes de emoción. Cuando terminó la charla, se me acercó, ya con lágrimas visibles, y me dijo: «Hola, soy Carlos Baño». «Hombre», le respondí, «ya tenía ganas de conocerte». Me contó que su padre se había ido siendo él muy joven y que se había emocionado al escucharme. El hombre duro era una careta; detrás, todo corazón.
En estos tres años de caminar juntos hemos forjado una amistad rodeados de mendigos (clientes, los llamamos). Con Alicante Gastronómica y Solidaria, al menos, les hemos devuelto la dignidad. Y casi cuatrocientos mil menús tienen la culpa.
Para eso, Carlos también está en primera fila. Durante los fines de semana, con las calles vacías, en plena pandemia, con todo cerrado, estas personas sin techo y sin nada de nada malvivían olvidadas por todos. El bar donde les daban un bocadillo había echado la persiana. Y entonces Carlos tuvo esa idea tan maravillosa de Alicante Gastronómica y Solidaria. Este es Carlos realmente: una gran persona, un gran amigo de los amigos.Con él, la Cámara de Comercio volverá a su verdadera dimensión y, entonces, nosotros los empresarios volveremos a ser protagonistas. Carlos Baño es digno de nuestra confianza. Su bandera está fabricada con trabajo, humildad, sinceridad, honradez y, lo más importante, el amor por los demás, sea un rey o un mendigo.
Soy testigo de ello. Y su padre, desde el cielo infinito, también será testigo. Por fin, su hijo Carlos será presidente de la Cámara de Alicante. Y entonces, la emoción convertirá las palabras en lágrimas.