Asistimos a una escalada de exageración en todos los órdenes de la vida. Una realidad aumentada constante que desplaza la línea de lo que es real y lo que es figurado.
Por amor me duele el aire, el corazón y el sombrero, decía el poeta Federico García Lorca en una de las hipérboles más famosas de la literatura española. Hipérbole es una figura retórica que consiste en exagerar la realidad, que no busca ser tomada literalmente ya que resultaría poco creíble. Pero eso era antes, ahora la hipérbole va en serio. Asistimos a una escalada de exageración en todos los órdenes de la vida. Una realidad aumentada constante que desplaza la línea de lo que es real y lo que es figurado.
Hace pocos días unos aficionados taurinos organizaron un festival para recoger fondos a favor de Adrián, un niño de ocho años enfermo de cáncer. Este sencillo acto tuvo un efecto hiperbólico en algunos animalistas que deseaban la muerte del pobre niño. Decía uno de ellos que el crío se lo tenía merecido porque apoyaba “matar a pobres herbívoros inocentes”.
Pues sí. Asistimos a la enésima hipérbole: comparar un ser humano con un animal. La revista Anthrozoös hizo un estudio entre 500 personas sobre la disyuntiva de ante un hipotético accidente de tráfico, elegir entre atropellar a un perro o a una persona. ¿Alguien dudaría? Pues el 40% opinaba salvar al perrito si fuera su mascota, y un 14% incluso si fuera un perro desconocido. Algo falla.
La moda del veganismo es el paroxismo de haber perdido el oremus hiperbólico. Los veganos son unos tipos que no comen nada que provenga de un animal. Por amor a los animales, claro. En una protesta que hicieron hace unos meses en contra del sacrificio de las vacas, se marcaron la piel con hierros al rojo vivo para empatizar con los ejemplares bovino. Por cierto que eran sólo mujeres las que se marcaban al rojo, los hombres no tenían agallas.
Los biennacidos no estamos a favor del maltrato a los animales, tenemos en nuestro hogar mascotas que cuidamos con cariño y educamos a nuestros hijos en el respeto a los animales.
Conté hace unos meses que en un AVE de vuelta a Alicante, hubo un revuelo en el vagón porque se había colado una polilla. De repente se organizó un comando de salvamento entre los pasajeros. Con extremo cuidado introdujeron al insecto en una bolsa de plástico y esperaron a que el tren llegara a la siguiente estación. En Albacete liberaron a la polilla entre muestras de satisfacción por el deber cumplido... Juzguen ustedes la hipérbole. Para mi que le hicieron una faena a la polilla, ya que alguno de los rescatadores tendría que haber cogido un tren de vuelta a Madrid y haber soltado al bicho en Atocha.
De lo que estoy seguro es que estas personas que aman con hipérbole a un gatito, un perro o una polilla, hasta equipararlos a la especie humana, tienen el mismo celo proteccionista con los bebés humanos, sobre todo por aquellos bebés que todavía no han nacido. ¿Ah, que no?... Me lo temía.