El socialismo valenciano vive una paz inédita de puertas hacia fuera, y engañosa de puertas hacia dentro. Después años de desencuentros, hay cierta normalidad entre el PSOE de Ferraz y del PSPV de Blanquerías. Hay comunicación constante, se consultan las cuestiones más espinosas, las candidaturas y los nombramientos orgánicos se consensúan... Desde la moción de censura, y el drástico cambio que vivió la política nacional en junio de 2018, Pedro Sánchez y Ximo Puig son aliados, aunque la reforma de la financiación autonómica haya dejado de ser un elemento crucial para el día a día de la Comunitat Valenciana...Hay parches, no hay solución.
Esta convivencia pacífica, y necesaria entre las partes, es más que evidente en los últimos meses. Lo fue en la campaña del 28A porque los intereses de Ferraz y de Blanquerías eran los mismos, aunque con excusas diferentes para ir a elecciones. En Madrid se llamó a las urnas por el bloqueo presupuestario, y por sacar rédito a la foto de la Plaza de Colón; en la Comunitat, se usó el señuelo de valencianizar los problemas, pero se nos convocó para que Ximo sacara tajada de la estela de Pedro Sánchez y, al mismo tiempo, poder hallar todavía con vida (política) al cadáver de Podemos. "Mejor en abril que en mayo", se decía en los mentideros políticos. Y se acertó. El Podemos de Pablo Iglesias -y todavía el de Errejón- era uno en abril; el de mayo fue otro muy diferente. Sólo hay que ver los resultados en las municipales. Era la única manera de salvar al Botànic II después de la coz propinada a Compromís con el adelanto electoral.
Ha pasado el verano, con el inconveniente de tener que repetir las elecciones. Digo el inconveniente porque el 10N no generado nada bueno para el Botànic II, sólo ha generado estragos en las cuentas: tener que reformular inversiones, retrasar gastos y rogar los anticipos de caja para las comunidades autonómicas para que se conviertan en una promesa electoral, cuando ya deberían estar ingresados en las cuentas de todos los gobiernos regionales.
Pero pese a ello, sigue la luna de miel. Las crisis hay que aprovecharlas. Sobre la mesa hay dos, a las que tanto PSOE como PSPV se han agarrado con el fin de rentabilizar: la primera, la gestión de la catástrofe de la gota fría en la Vega Baja. Los socialistas lo han convertido en un feudo propio: allí no entra nadie sin su permiso. En todo caso, alguien de Podemos, pero con la venía. Pero desde entonces, las visitas y el discurso están sincronizados. La segunda, el Brexit. El aparato socialista también nos intenta edulcorar los efectos de una crisis cuyo desenlace cambia cada día y, además, ha puesto en maná suficiente por si hubiera afectados por el crack Thomas Cook. Que no falte de nada.
En ambos casos, la pugna por consolidar la victoria socialista tiene dos perspectivas: la inmediata, es obvia: ganar la cita del 10N y apuntalar lo que pasó el 28A. El PSOE es la fuerza más votada en la Comunitat 30 años después, ahí es poco. Aunque las encuestas revelan una recuperación del PP, también en Alicante, el más necesitado en este escenario es Puig: requiere de un triunfo holgado para esgrimir que la provincia es un feudo suyo, sobre todo, a nivel interno. Castellón y Valencia hace tiempo que orgánicamente pasaron a manos del sanchismo, a excepción de contadas posiciones. Y por ello, es necesario que el PSOE salga bien parado en la Vega Baja y se distancie más en las grandes ciudades.
Si la victoria de Pedro Sánchez, en caso de repetirse, no tiene matices endógenos, Puig estará a merced de su líder, por ello el president necesita sacar músculo con la gestión de la riada y mantener el idilio con los empresarios.
En Ferraz saben que la confianza entre el PSPV y Compromís está quebrada, los desplantes son continuos y la subordinación que a la que se ve sometida la coalición de Mónica Oltra es excusa suficiente para que, con un PSOE fuerte y sofocados con el tiempo los efectos de la crisis económica o catalana, se repita la convocatoria de unas elecciones anticipadas en la Comunitat Valenciana. A ello se añade que Podem, como organización, no existe a duras penas. ¿Qué pasaría entonces? Pues posiblemente, que se plantee la propia continuidad de Puig -el debate ya existe- para un mandato más, y que ésta tenga que ser validada en unas primarias abiertas con la militancia, en las que el president acudiría desguarnecido internamente, sólo con los respaldos aislados de determinadas comarcas de Alicante y alguna agrupación de Valencia o Castellón, y el evidente patrocinio de los medios de Prensa Ibérica, a los que no ha parado de alimentar, y con escasa capacidad para utilizar el DOGV para ganarse simpatías internas. Poco más. ¿Suficiente para enfrentarse a los hipotéticos deseos del sanchismo de abrir un nueva etapa en la Comunitat Valenciana? Pues todo eso es lo que está convirtiendo estos días en una campaña silenciosa, en la que el PSOE quiere ganar, obvio, y Puig resistir otro evite más, en caso de que el Botànic II salte por los aires, bien porque Sánchez elija a Errejón como socio prioritario -y provoque la deserción en Podem-, bien porque los desaires lleguen un punto de no retorno que obliguen a poner de las urnas de nuevo de manera anticipada. Si detectan hiperactividad estos días, es eso lo que pasa. Y en esas estamos en la previa del 10N: esperar el resultado y en saber si sale con barbas, y es San Antón; o si es no, y sale la Purísima Concepción.