En 2012 recogía unos cuantos premios Lluna al frente de la agencia Maslow. Diez años después crea desde Nueva York equipos creativos para marcas como Ralph Lauren, L'Oreal, Pfizer o Meta
VALÈNCIA. Hace diez años en los premios Lluna una de las grandes triunfadoras era Maslow, la agencia valenciana que Jaime Aguiló y Pau Rodilla habían fundado. Rodilla y Aguiló apilaban gatitos por campañas como la de ‘Qué grande es ser pequeño’, creada para el Levante UD y que todavía permanece en el recuerdo del sector. Por entonces a Aguiló le formulaban esa pregunta estéril de ‘cómo te ves en diez años’. Él, a buenas, contestaba ‘no tengo ni idea de dónde estaré’.
Ahora ya puede contestarse. Jaime Aguiló está en Nueva York, en las oficinas de TAG, el gigante de servicios creativos con presencia en 29 países. En su tarjeta pone. ‘Head of Creative Studio - Tag Americas’. Que viene a significar que dirige equipos creativos de Tag en Estados Unidos. A cerca de cuarenta personas, entre productores, creativos, diseñadores y editores de vídeo. El equipo está dividido en sub-divisions, por marcas: DoorDash, Ralph Lauren, L'Oreal, Pfizer, Meta, y alguna más. “Mi función -introduce- es definir la estructura de los equipos, encontrar el talento, y definir los procesos de trabajo”.
En esa búsqueda se ha convertido en un recurso la llamada a València. Suele ser habitual entre conversaciones gremiales que aparezca su nombre: como ese viejo conocido de la familia que se marcha a Nueva York y llama para encargar trabajo. Cuenta con diseñadores valencianos en la estructura de sus equipos porque, argumenta, “el nivel de diseño es muy, muy alto. La ética del trabajo es excelente. Es un placer tener en tu equipo a gente que aporta talento, esfuerzo e interés. Es un colectivo profesional fiable y con potencial”.
Cómo acabó al otro lado del charco y por qué renunció a una carrera ya encarrilada en València (en 2016 formaba parte de la categoría Young Lions Film del Festival de Cannes) va a explicarlo él entre notas de voz. La historia se amolda bien al guion de quien, tras fundar su compañía de publicidad en el momento más feroz del pinchazo inmobiliario, logra levantarla como una de las agentes claves del contexto valenciano y entonces, surge la necesidad de intentar lo más difícil todavía.
“No fue una revelación, sino una idea que iba creciendo poco a poco dentro de mí”, continúa. “Siempre he mirado con admiración y respeto al trabajo que grandes marcas y agencias hacían en cualquier lugar del mundo. Aunque estaba totalmente comprometido con mi proyecto, Maslow, siempre había una parte de mi cerebro que se activaba al ver más allá de nuestras fronteras. ‘¿Qué pasaría si yo...?’”.
En ese camino seguía las migas que habían dejado previamente dos de sus referentes: Agustín Soriano y David Navarro. “Ambos habían montado sus negocios en Valencia, como yo. Ambos salieron a Amsterdam y tuvieron unos años de mucho éxito. Ambos me animaban”.
El desembarco en Nueva York y en Tag, en 2016, fue como freelance, antes de convertirse dos años después en integrante del equipo. Además de los dolores de cabeza que suele provocar el visado, encontró diferencias que tienen que ver con la dimensión del mercado. “La industria creativa y publicitaria americana es la más grande del mundo a nivel de inversión, lo que genera oportunidades y una cultura particular. El tamaño de las campañas también afecta a nivel creativo. Mientras en València estaba acostumbrado a controlar la creatividad de principio a final, aquí hay muchas más agencias involucradas. Con presupuestos más pequeños hay menos miedo y más libertad creativa, a veces. Aquí todo se mide y se controla más. Honestamente, nada raro ni malo. Simplemente, lo que es”.
Su caso podría sustanciar, con nombre y apellidos, las estadísticas frías con las que el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE) suele dibujar la retención de talento en España y en el entorno valenciano. En su informe para el 2020 situaba a la Comunitat Valenciana por debajo de la media española (puesto 11) en el mapa del talento, pero sobre todo incidía en sus problemas para la retención de profesionales cualificados. En ese indicador ocupa las últimas plazas autonómicas, con diez puntos menos que la media. En realidad la propia España tiene una capacidad para retener talento que la agrupan junto a Chipre, Eslovenia, Letonia o Chile, lejos de la pomada.
Sería pertinente devolverle a Jaime Aguiló la pregunta vaporosa de si en diez años se ve volviendo a València, a su barrio, Benimaclet. “En algún momento estaré de vuelta. Puede ser dentro de cinco, de diez, o de quince años. Quién sabe”.