Hasta bien entrado el siglo XXI, Phoebe Gloeckner no reconoció que los personajes de sus cómics estaban basados en su biografía. La autora sufrió abusos de su padrastro, en un contexto en el que muchas chicas de su edad se prostituían a cambio de droga cuando eran menores de edad, lo que eran los 'Niños de Reagan' a principios de los 80. También, directamente mostraban rebeldía prostituyéndose. De todo este universo, la autora dejó sus viñetas que hoy son un testimonio único.
VALÈNCIA. Evidentemente, un menor que sufre abusos sexuales es una víctima, pero la forma de reflejarlo puede ser muy diferente. Una de las autoras de cómic más brillantes y geniales de todos los tiempos, Phoebe Gloecker, siempre anduvo sembrando dudas sobre su personaje Minnie Goetze. Decía que pertenecía al terreno de la ficción, que podría tener retazos autobiográficos, pero finalmente reconoció que la protagonista de sus tebeos y novela, que luego fue película también, estaba basada en ella, en su experiencia.
En lo que a viñetas se refiere, lo que lanzó hace años La Cúpula con el título Vida de una niña es uno de esos tebeos únicos. Una obra aparecida en los años 80 justo cuando todo el comic underground de Robert Crumb y compañía era considerado una cosa pasada de moda y propia de hippies. Sin embargo, no hay nada que se parezca a esto ni en fondo ni en forma.
Lo primero que te deja a cuadros es la introducción de Crumb. El artista había sido amigo de su madre en San Francisco, lo que le sirvió a la autora cuando era niña para conocer a todos los maestros de la viñeta de aquel entonces, que ejercieron una gran influencia sobre ella. Su dibujo, de líneas claras y entramados minuciosos, bebía de esa escuela, pero también había algo mucho más importante: la ruptura de esquemas morales convencionales. No lees a Gloecker para encontrarte un guión ya conocido o ideas ya pronunciadas, no hay posiciones que reforzar o reiterar, sino una forma de ver el mundo y lo que le rodea totalmente singular, como lo son en realidad todas las personas, aunque se oculten en roles preestablecidos que se pueden replicar.
Sin embargo, a Crumb todo esto que estoy contando le daba igual. Si bien consideraba que su El tercer amor de Minnie o Pesadilla en la calle Pork era "una de las obras maestras del cómic de todos los tiempos", en su introducción a la novela gráfica aprovechaba para hacer una confesión: él también la deseaba. Sus palabras son de una sinceridad descarnada:
"...la verdad es que soy como cualquiera de los tíos despreciables que aparecen retratados en estas historietas. Yo también deseé a la joven artista, dibujante en ciernes, desde el momento en que la conocí, cuando ella tenía 16 o 17 años. Yo también deseé someter a esta bella y animosa muchachita a todo tipo de actos degradantes y pervertidos. La única diferencia es que yo nunca fui más allá de llevarla a caballito ¿Y por qué? ¡Porque soy un tío demasiado majo! No supe convertirme en un manipulador maquiavélico, como todos esos tipos. Me sentía demasiado culpable como para hacer algo así. Pero en el fondo... ¡Cuánto deseaba a la joven Phoebe!"
Dudo mucho que alguien pudiera hoy hacer algo así. De hecho, las historias que siguen a continuación son escalofriantes. Generalmente, son variaciones sobre un mismo tema, los abusos del novio de una madre. Las partes relativas a la más tierna infancia, reflejan las paranoias de los niños y sus ensoñaciones a la hora de explicarse la realidad, sobre todo si los adultos que les rodean son unos desgraciados, lo que les cuesta computar. Incluso así, en un relato tan crudo, es imposible no soltar una carcajada cuando cuenta como la niña descubre espiando junto con su hermana al padrastro masturbándose en el baño y se ponen a pensar entre las dos qué es lo que han visto. Al final, suponen: "A lo mejor se estaba lavando el pene...". Cada cuento tiene un tono aséptico. Como mucho, hay este toque de humor negro e irónico, humor triste.
Lo mejor es cuando llega la adolescencia; no lo mejor para ella, sino para la calidad y singularidad de lo que se cuenta. La historia conecta con la realidad de "los niños de Reagan". Esa juventud que había perdido la tutela de sus padres porque estaban alcoholizados y en el paro, sin servicios sociales que se ocuparan de nada, y se escapaban a vivir su vida cuando eran preadolescentes, lo que equivalía a droga y prostitución. Bajo el epígrafe Historias de adolescentes, Gloecker describe un mundo de niños que se prostituyen a cambio de unas dosis de heroína o speed y que se enamoran o endiosan a sus camellos o las personas que las introducen en esos mundos porque no tienen más referentes.
Antes de su padrastro abusador, la dibujante tuvo un padre cuáquero que la llevó a una escuela de esta confesión. A ese universo pertenece la historia Cuáqueras en el colegio cuáquero. En esta ocasión no hay nadie del sexo masculino que abuse, son las propias chicas las que lo hacen con otras chicas, pero sin un componente sexual basado en el deseo, más bien en la curiosidad. Es otro relato sorprendente, difícil de clasificar.
Otro protagonista importante de estas historias es el periodo. Como con Julie Doucet, que insistía una y otra vez sobre lo mismo, pues la menstruación es igual de inmisericorde y no perdona un mes, aquí se habla de las primeras reglas. Es especialmente dura una historia en la que a una chica le dan una paliza con el cinturón el día que le viene.
Por raro que parezca, la vida se parece más al tono que empleaba Gloeckner en estas viñetas. Similar también al de Melody del que es coetáneo. Ambos trabajos se hicieron sin esperar edición. Cuando Gloeckner eligió esta forma de expresión, estaba completamente pasada de moda y al concepto de novela gráfica todavía le quedaba bastante. Le salió de dentro. Hoy, entre tanto formalismo moral, hay que elevar este trabajo al nivel de alta literatura.