El PP le lanza los casos de corrupción del PSOE a la cabeza y el PSOE hace lo propio señalando con el dedo a los socialdemócratas conservadores. Todos alardean de una aparente superioridad moral. La realidad es que precisamente estos no están en posición de dar lecciones a nadie porque sus actos manifiestan la misma catadura que los otros. ERE, Gürtel, Dina, 3%... Cientos de luces acusadoras enfocan a los partidos que ocupan nuestras instituciones, ya sea por la corrupción económica o por unas praxis institucionales poco éticas y ortodoxas. Tránsfugas, que como retrató el pasado domingo Miquel González, aprovechan la potestad que les ha otorgado el sufragio universal para regalar el poder al adversario del que les dio la patada, o siglas que prometían aires de cambio pero que han manifestado actuar de la misma forma caciquil y endogámica que la vieja política.
Estos hechos en lugar de pasar factura premian. O al menos es eso es lo que refleja cada elección. En las últimas elecciones, las catalanas, el PSC se impuso a los demás partidos pese a sus vínculos históricos y orgánicos con el PSOE. Del mismo modo, ERC, la formación liderada en la sombra por Oriol Junqueras, -uno, que, aunque a un servidor le dé pena verle entre rejas, no deja de ser un delincuente-, ha sacado en esos mismos comicios un buen puñado de votos. Por no hablar de la marca de Carles Puigdemont, Junts per-Catalunya, que continua sin desgastarse pese a que a su líder telemático le han arrebatado la inmunidad como eurodiputado. Así nos va, mientras en Holanda el Gobierno dimite en bloque por un mero error burocrático relacionado con una subvención, en España seguimos dando nuestra confianza a reclusos, fugados y a cómplices del chanchullo. Y no digamos la pasividad con la que miramos hacia otro lado con las ineptas gestiones por parte de determinados dirigentes.
A lo mejor el hecho de estar cuasi encerrados sin poder relacionarnos con nadie que no sea de nuestros convivientes está relacionado con esa pasividad ante las desdichas. Somos hombres masa, que diría Hannah Arent, según la autora en su obra Los orígenes del totalitarismo, el hombre-masa es el ser aislado por excelencia, desvinculado de las relaciones sociales. ¿Les suena? Sin querer ponerme conspiranoico, de ahí quizá surja el interés de algunos en tenernos confinados… Cada día pienso más en la inquietud de los que mandan en tenernos domesticados. Ha llegado hasta tal punto esta convicción que parecen haberse propuesto desmoralizar a la población con el fin de que ignoremos la corrupción a la hora de votar a un partido político. ¿En serio elegiríamos a ciertos partidos si tuviéramos en cuenta las deleznables prácticas de algunos? Ya lo creo que no.
Esta desmoralización se ha llevado a cabo a través de un relativismo moral fundamentado en la inexistencia de una moral distinta para cada individuo. Planteamiento existencial que ha hecho realidad la célebre frase de Groucho de: "Si no te gustan mis principios, tengo otros". En un mundo donde cada uno tiene unos ideales diferentes todo está permitido. Podríamos deconstruir la frase de Dostoyevski y señalar que si la moral no existe todo está permitido. Sin ánimo de ir con arrogancia moralista creo que solo hay dos tipos de personas: los que tienen principios y los que no. En mi pueblo siempre ha sido un delincuente el que ha robado, en mi pueblo el asesinato no tiene legitimidad, aunque se cometa abanderando unos fines lícitos. En la realidad en donde todo es relativo y el juicio varía en función del prisma con el que se mire, un héroe puede ser un villano y un villano un héroe.
Algunos nos negamos a comulgar con ruedas de molino, determinadas personas verdaderamente idealistas continuamos echándonos las manos a la cabeza al ver las revueltas violentas en Cataluña mientras políticos como Pablo Echenique las apoyan, o al comprobar como personajes como Otegui son endiosados y mitificados mientras verdaderos hombres de paz y héroes de la libertad como Miguel Ángel Blanco caen en el olvido de la memoria colectiva. Se me pone la piel de gallina solo de pensarlo y ese escalofrío crece cuando lo escribo. Yo no te olvido, Miguel Ángel. Pese a que sea impopular, personas como un servidor tenemos muy marcadas las diferencias entre buenos y malos. Distinción difícil de hacer teniendo en cuenta la ausencia de referentes morales en la sociedad. Espejos que cuando los ha habido han decidido darse la vuelta inspirando precisamente a los que promulgaban el odio y la división. Hablo de la Iglesia Católica en el franquismo y de esta misma institución que ha blanqueado durante años la pederastia cometida por algunos sacerdotes o el caso de los bebés robados en el que unos religiosos escondieron bajo sus túnicas un oscuro entramado. Como católico me avergüenza y como habitante de este lugar llamado mundo me entristece que eso sea uno de los motivos de la degradación de la sociedad.
Necesitamos líderes, no políticos. El político simplemente gestiona, el líder pretende implantar un modelo social apoyado en unas convicciones.