Este dicho popular nos indica la prolongación por unos días del ciclo festivo de la Navidad. La de San Antón es un fiesta de tradición muy antigua; no podemos olvidar los precedentes de la celebración del solsticio de invierno anteriores a la implantación del cristianismo; de todos modos la conmemoración de San Antonio Abad en la Iglesias de Oriente ya tenía lugar a finales del siglo IV y en siglos posteriores, posiblemente en el siglo IX se fue extendiendo a la Iglesia de Occidente.
La iconografía de este Santo ocupa una parte muy considerable en la historia del arte, desde los iconos de las iglesias bizantinas hasta los cuadros de Maíno o Zurbarán, como también de Paul Cezanne o de Salvador Dalí, por poner solo algunos ejemplos. Las manifiestaciones de esta fiesta tan popular constatan la riqueza y diversidad cultural de nuestros pueblos, de modo que ciñéndome solo a nuestra Comunidad Valenciana, podríamos citar les santantonades en pueblos del Maestrat como el Forcall o el Ortell, las fiesta patronal de Canals o los porrates de Orihuela y de tantos otros lugares en los que se amontonan los dátiles, las bolas de caramelo, los turrones rebajados en precio respecto a los días de Navidad y que siempre me parecieron la imagen del país de la abundancia en la que soñaban quienes carecían de todo ello.
Un componente común dentro de la diversidad de esta fiesta es su especial carácter comunitario y social. En muchos de nuestros pueblos la devoción a San Antón se ha plasmado en diversas instituciones de beneficencia, sobre todo con la creación de hospitales para los más pobres; a lo largo de la geografía de nuestra Comunidad Autónoma en los siglos XV y XVI fueron siete los hospitales que florecieron al amparo de la devoción a San Antón. En siglos pasados esta era una ocasión para exigir los antiguos derechos comunales, entre ellos el de utilizar la leña de los montes de los que se habían apropiado quienes detentaban el poder. Este sentido reivindicativo se halla presente en muchas de las obras de teatro popular dedicadas a glosar la vida del Santo. Las críticas a los gobernantes y a las gentes pudientes tampoco suelen ser extraños en los pregones de algunas localidades. Entre las muchas loas populares dedicadas al Santo, Àlvar Monferrer recoge la siguiente:
Sant Antoni, Sant Antoni,
una cosa te vull dir:
los pobres planten la vinya
i els rics se beuen lo vi.
En la ciudad de Elche San Antón fue declarado desde el siglo XVII patrono de los alpargateros, un gremio que se distinguió por su carácter reivindicativo, de lo cual es buen prueba la huelga de 1903. Prueba del sentido gremial de esta fiesta, era el hecho de que la imagen del Santo se guardaba en la fábrica de alpargatas más antigua de la ciudad y en la misma fábrica, comenzaba la víspera del Santo la celebración de su fiesta. Recuerdo cómo las trabajadoras de la fábrica transformaban aquella nave poblada de poleas, máquinas de coser y castillos de cajas de alpargatas en un espacio repleto de papel multicolor, palmas verdes decorando las paredes, así como macetas de geranios y ramos de claveles rojos y blancos alrededor de aquella imagen de San Antón de pelo y barba canosa y cara bondadosa. La transformación de aquel espacio era expresión de los sueños de un mundo más habitable y humano que aquellos obreros reclamaban.
Las fiestas son como puntos de referencia que nos recuerdan, que el transcurso de los días de nuestra vida tiene un sentido. La fiesta es una invitación a vivir una vida plenamente humana, lo que se manifiesta de una manera especialmente ilustrativa en ésta de San Antón. Poner de manifiesto nuestras tradiciones, no significa vivir atados al pasado. Más bien al contrario, tal vez nos venga muy bien el conmemorar, el celebrar, para revitalizar el sentido reivindicativo y comunitario en nuestro tiempo y que tan necesarios son para el progreso humano. En la tradición de la fiesta de San Antón encontramos el mensaje alentador de que los bienes se multiplican en tanto en cuanto se reparten justamente; el mensaje de que es posible soñar en un mundo más justo y humano que el que vivimos, en el que todo el mundo tiene derecho a vivir, también los animales y las plantas a quienes el Santo también despliega su protección; en ello la fiesta de San Antón se adelantaba a aquella utopía de la “Ciudad Armoniosa” de Charles Péguy, escrita a principios del siglo XX, en la que toda la creación convivía armónicamente porque todo tiene su alma.
Recordar el origen y el sentido de las fiestas se nos hace hoy más necesario que nunca, pues el olvido nos lleva a confundir las fiestas con el afán consumista al que nos están acostumbrando. No entiendo pues, cómo se le quiere dar el marchamo de progresista al olvido del significado de las fiestas. Renunciar al mundo de la fiesta es hacernos cómplices de un mundo más inhumano e injusto, es renunciar a una parte esencial de nuestra cultura.
Al celebrar la fiesta de San Antón final de este ciclo festivo de Navidad, no podemos olvidar que estas tradiciones tan propias nuestras, las compartimos con una serie de pueblos que nos las transmitieron y que hoy día se hallan bajo la vivencia dramática de la guerra, del exterminio, me refiero a los pueblos de Oriente Medio cuyas comunidades cristianas nos legaron estas ricas tradiciones, pueblos que están desapareciendo de su patria, que culturalmente es también la nuestra y con ellos a otras muchas mujeres y hombres que independientemente del credo que confiesen, quieren compartir un mundo más feliz y más humano. Ante el paisaje tan estremecedor en el que todo desaparece y que tiene en la imagen de la Gaza destruida su expresión más cruel y trágica como resultado de los efectos de esa “civilización” tecnológicamente tan perfeccionada, la fiesta de San Antón nos recuerda que un mundo sin tradiciones, sin leyendas, sin sueños, sin imaginación, es un mundo sin esperanza.