VALÈNCIA. Cara y cruz. Si hace apenas unos días publicábamos la crítica de Birdeater, una película de género que contaba cómo un hombre narcotizaba a su pareja diariamente y todo se desvelaba en su inusual despedida de soltero, en Girls will be girls, de Shuchi Talati, encontramos también una relación viciada en la casa, pero en esta ocasión con un tono totalmente diferente.
Se trata de la historia de una madre y una hija en un pueblo de las colinas del Himalaya en el norte de la India. Talati sigue con su cámara a Mira, una curiosa y rebelde chica de 16 años, mientras navega por las complejidades de la adolescencia, el primer amor y el anhelo de independencia.
Mira, una alumna brillante con la que son muy exigentes para mantener a raya su expediente académico, se enamora por primera vez. Lo hace en un ambiente represivo, donde tanto desde su familia como desde el propio centro se le prohíbe explícitamente iniciar cualquier tipo de relación sentimental. Pero ella no tiene el menor complejo en dar rienda suelta a sus sentimientos por Sri.
Su madre Anila, casada, será la primera en intentar torpedear esa relación. Y lo hará en una deriva que acabara generando una suerte de triángulo amoroso que viciará la atmósfera de la casa y determinará la vida de Mira.
Mucho se ha escrito sobre la relaciones materno y paternofiliales. En el segundo de los casos, principalmente está el lugar común que es el “matar al padre”. En el caso de las madres, el abanico de sentimientos es inmenso. Y sin embargo, Talati ofrece uno nuevo. Lo hace de una manera turbadora, y consigue que el propio espectador acabe desconfiando tanto o más que Mira de la situación que ocurre en casa. Y de paso se pregunte: ¿estoy juzgando a Anila o a Sri, actor también imprescindible en este triángulo amoroso?
La atmósfera es tan opresiva, que sin que haya ninguna referencia explícita, Girls will be girls se acaba convirtiendo en una película realmente turbadora. Pero lo hace desde otro lugar: la calma, sin aspavientos, desde la cual nunca se explicita la verdad, aunque sí reluce. Hay un momento del metraje en el que Mira y Anila y están cepillándose los dientes. Se miran, se cuentan excusas, pero lo que realmente está ocurriendo es precisamente eso invisible que hay entre ellas en ese momento. Un guion lleno de inteligentes ausencias que necesitan, al menos, una interpretación notable.
Por otra parte, Talati permite que una trama no ahogue las aristas de una crítica fundamental: la de la educación opresiva y patriarcal de los institutos, que con la excusa de los resultados académicos, dirigen todas las miradas en el deseo femenino. Y eso no es el plan sin fisuras que podrían pensar. Ahí está Talati para subrayarlo con el comportamiento de los hombres con Mira.
Girls will be girls acaba generando exactamente lo que busca. Lo hace sin aspavientos, pero también sin riesgos. Si hay algo que reprocharle a la película es que, precisamente, parece un film maduro, tan reposado que se echa en falta alguna costura visible. Talati prefiere conmocionar desde una puesta en escena quirúrgica.
Está producida por Fernando Bovaira y se ha hecho con la Concha de Plata a Mejor Interpretación Principal en el Festival de Cine de San Sebastián gracias a Patricia López Arnaiz