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LA VIDA ES UN BALÓN: LECTURAS PARA UN MUNDIAL

Fútbol narizotas, el VAR por 'El Negro' Fontanarrosa

1/07/2018 - 

Descubrí al Negro Fontanarrosa por culpa de un adiós. Después de muchos años en un lugar, me marchaba para no volver más que de tanto en tanto, el tanto que miden una corta distancia, apenas 100 kilómetros, y una vida que te absorbe en otro orden de cosas. Un amigo querido, de origen argentino, me regaló como recuerdo dos joyas que atesoraba para las crisis de nostalgia, dos volúmenes de las historias de la Pampa del gaucho Inodoro Pereyra, el personaje paradigmático de la argentinidad de Roberto Fontanarrosa.

Argentíno atípico, mi amigo no es especialmente futbolero y abomina del maradonismo y de la estética barrabrava, casi se podría decir que su cultura balompédica está filtrada por la pasión verbal de Roberto Fontanarrosa (Rosario, Argentina, 1944-2007). Autor con las raíces bien enterradas en su terruño urbano de nacimiento, declaraba sin caer en conservadurismos caducos:  “Soy, lo confieso, uno de los tantos rosarinos que anhelan, egoístamente, que no seamos millones”, en una ciudad, la sureña de la provincia de Santa Fe, que roza el millón de almas, sin llegar a alcanzarlo, tal vez por el anhelo de contención de sus habitantes. De Rosario son dos de los históricos de la liga argentina: Fontanarrosa fue hincha declarado de Rosario Central, y rosarino es el tipo que empezó a crecer (poco antes de marchar a Barcelona) en su rival ciudadano, Newell’s Old Boys, Leo Messi. Fontanarrosa no llegó a vivir el fenómeno Messi, ya que el muchacho no debutó en el Barcelona hasta 2004, y pocos restos de sus arrancadas imposibles quedan en las postreras prosas de El Negro, ya afectado por la esclerosis que lo arrebataría en 2007. Quién sabe si la rivalidad del derby rosarino quedaría en suspenso y Fontanarrosa no habría acabado dedicando toda una colección de cuentos a la hiperbólica y tortuosa relación del pequeño zurdo con la albiceleste.

Atravesada por el humor como el asta que da nombre al pollastre a l’ast, hasta el punto de hacerle decir: “Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: «Me cagué de risa con tu libro»”, uno de sus mejores logros es la depurada técnica para reproducir por escrito la verborrea lírica y floreada de los radiofonistas, los comentaristas deportivos que en la Argentina escriben una lírica, una épica y una epitética en cada retransmisión. Sus cuentos, todos, y en especial el buen montón dedicado al balón rodando sobre la hierba, son simulacros de crónica periodística, simulacros de retransmisión radiofónica, simulacros de monólogo interior, en el límite entre la imitación y la parodia, convirtiéndose en inimitables destellos de la pasión deportiva.

El humor es su género, pero el cuento que trae aquí a Fontanarrosa, en relación con el Mundial de Rusia 2018, encaja mejor con un subgénero de la narrativa de ciencia ficción llamado narrativa anticipatoria. En gran parte es por lo que es recordado Jules Verne, por el espíritu visionario de obras como 20.000 leguas de viaje submarino. Con el advenimiento del nuevo siglo, el año 2000, El Negro publicaba una nueva colección de relatos balonpédicos bajo el título de “Puro fútbol”. Entre ellos destaca el que nos viene al pelo en este tercer mundial d.F. (después de Fontanarrosa): La columna tecnológica: Fútbol y ciencia, relato perteneciente en origen al volumen El mayor de mis defectos, publicado en Buenos Aires el año 1990. El desarrollo de la historia se traslada a Europa, durante un partido disputado el 15 de enero de 1988 entre el Ruhr 214 y el Postfach, en el Duisburg Stadium de Oberhausen, en el que se introduce una novedad que pretendía hacer del deporte rey también un deporte más justo: en el Duisburg Stadium brillaba por su ausencia el terceto arbitral.

“Ciento veintisiete pantallas de televisión, prolijamente alineadas, emiten su mensaje, desde las paredes levemente curvadas del salón. En frente de ellas, en medio de ellas, tres hombres, tres profesionales en el difícil arte del referato futbolístico, recepcionan hasta el más mínimo detalle de cuanto ocurre en el campo de juego. Allí, alejados de la gritería ensordecedora de la turbamulta, ajenos a la indudable presión que configura el hostigamiento de los partidarios, los colegiados pueden dirigir, asépticamente, el encuentro”.

La “AUP (Arbipeisal Und Perspektiven) se había puesto en práctica por parte de la FIFA para evitar protestas airadas de los aficionados ante la factibilidad humana de los árbitros (referís). Aún así, “trabajaron en el proyecto para no revestir al más popular de los deportes de un halo tecnocrático que le reste espontaneísmo y creatividad. Así será, entonces, que los seguidores partidarios de los conjuntos podrán continuar exteriorizando sus quejas como siempre”. El proyecto había sido presentado por el  ‘Effektivaterien Ballönen Helveticen’, Suiza como arquetipo de la cuadratura, de la exactitud y la falta de improvisación, divertido contraste con la Suiza balcánica y latina de Rodríguez, Shaquiri y Seferovic, que protagonizará los octavos de final más cacofónicos de las últimas citas mundialista, en el Suecia-Suiza.

La descripción detallada del AUP/VAR es análoga a la que Verne hace del Nautilus como antecedente de los grandes submarinos nucleares. Argentina y Francia hermanadas por la ficción anticipatoria de Verne y Fontanarrosa, mientras el fondo sonoro que acompaña el teclear de estos párrafos es el de la narración del Argentina-Francia de octavos de final del campeonato ruso. En el final de relato, se especula sobre la reacción de los aficionados ante la intromisión tecnológica, Gerd Walde, titular del Consejo Arbitral Germano, declaraba que “ellos también han progresado mucho”, después del suceso del “17 de junio último, un adelanto significativo [que] se puso de manifiesto en el campo de la protesta partidaria, en ocasión de llevarse a cabo el clásico encuentro entre el Benelux-Gotha de Mons y el Astipalaia, de Grecia. Tras un discutido fallo del colegiado sueco Gustavo Skelleftea, un proyectil misilístico del tipo M-L7, versión soviética de segunda generación, impactó y redujo a polvo la torre de control de referato”.

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