La provincia de Alicante es uno de los casos más particulares, y a la vez, más diagnósticados, de la historia de la economía. Se trata de una de las zonas de España y, del todo el Mediterráneo, que ha tenido, a lo largo de su historia, uno de los crecimientos más dinámicos sin que la inversión pública le haya acompañado. Sólo la construcción de la línea de FFCC Alicante-Madrid, el aeropuerto de El Altet y la autopista AP-7 entre Alicante y Tarragona pueden considerarse como tres de las infraestructuras que fueron impulsadas por la administración y que más han aportado a su desarrollo. El resto, o fueron obras de lógica natural, y se ejecutaron como consecuencia de la necesidad imperiosa para acompasar crecimientos surgidos por el impulso económico de sus conciudadanos, en sus distintos campos.
Y hoy, casi varias decenios después, nos encontramos en las mismas, aunque con matices. Claro está que Alicante se ha desarrollado y ha crecido de manera vertiginosa, con la modernización de sus sectores punteros, aunque con la dependencia -bendita dependencia- del turismo, y sus derivados, entre ellos, el sector inmobiliario, y el gravoso impacto que en algunas zonas han generado en el territorio.
Ahora 50 años después de ese desarrollismo, y crecimiento que ha vivido todo el país, y con él, Alicante, nos encontramos con el mismo problema: antes teníamos una industria de producción zapatera, juguetera o textil pujante en diferentes comarcas, o un turismo radicado en Benidorm o alrededores; o un sector servicios que crecía en la capital alrededor de la administración franquista; ahora, medio siglo después, contamos con hitos diferentes, pero igual de avanzados que entonces. Por ejemplo, una sede la EUIPO, con más de 1.000 trabajadores; dos campus universitarios con parques científicos envidiables en alguna de sus prestaciones; un embrionario distrito digital con empresas de base tecnológica, un parque empresarial en Elche con las empresas líderes nacionales en su sector y una administración autonómica.
Pero la pregunta entonces, y la de ahora, es la misma: ¿qué unió entonces a zapateros, jugueteros o textiles? Y, ¿qué une ahora a universidades, EUIPO, parque empresarial de Elche o Distrito Digital? La respuesta es nada. Durante todo este tiempo, ninguno de los gobiernos autonómicos y central (de los locales ya que han quedado bastantes evidencias en las diferentes reuniones de los munícipes de Alicante y Elche) se ha preocupado no solo por diseñar -pues planes estratégico ha habido unos cuantos-, sino de ejecutar una red de infraestructuras que uniera los hitos económicos de entonces, ni los de ahora. Tenemos cinco o seis islas (económica) muy valiosas, pero desconectadas entre sí. A lo mejor las dos universidades se entienden o hacen cosas en común, pero el resto son agentes económicos que caminan sin ver o saber que hacer el vecino. No hay nadie que los conecte, no hay política de movilidad conjunta, o la que hay sigue instalada en el cortoplacismo de los gobiernos de Lerma, Zaplana y Camps que contentaban a los barones comarcales con inversiones para que no hubiera una política de infraestructuras común. Posiblemente, la hubo, pero el resultado se ha demostrado ineficiente, más allá de los problemas que ha ocasionado la infrafinanciación de la administración central hacia a la Comunitat y de ésta hacia Alicante.
No voy a volver a mencionar el eje ferroviario de la costa, tanto hacia la Marina Alta como con la conexión ferroviaria con Torrevieja. O del aeropuerto, que buen impulso económico generaría no sólo a la capital o a Elche y a las comarcas del sur, pues de él ya hemos hablado en diferentes ocasiones. Pero hay otros flujos que deberían comenzarse a tener en consideración, como el de mejorar las conexiones entre la ciudad/Puerto, la EUIPO, el Distrito Digital e IFA con la línea Alicante-Murcia, o mejorar la conexión con los campus de la UMH o de San Vicente del Raspeig, y el parque empresarial de Elche con sus respectivos Cercanías. Con ello, las pequeñas islas de la nueva economía quedarían unidas, y se daría potencia al ecosistema digital que parece despertar. No se trata de inventar nada; se trata de unir lo que tenemos. Y de liderazgos, liderazgos políticos que se preocupen e interesen por este tipo de proyectos.
Bien todo esto a colación tras el informe de coyuntura presentado el pasado miércoles por el servicio de Estudios de Ineca. Sus responsables, entre ellos, su presidente Rafael Ballester, han puesto de relevancia el momento de impasse que vive la economía con el bloqueo institucional que vive el país: nada se mueve, porque el Gobierno no se mueve. Hay presupuesto de la Generalitat, pero tiene la incógnita de saber el color del futuro inquilino en la Moncloa, y tanto los dineros como el de las grandes infraestructuras dependen en parte de la sensibilidad que se tenga en Madrid, y la influencia que se ejerza desde València. Y sí, Alicante ha tenido peones en la Administración central, pero con la manos atadas como consecuencia de unas cuentas prorrogadas. Poco se ha podido hacer; más bien lo que dejó Rajoy en el último presupuesto aprobado.
De ese informe de Ineca, destacan dos ideas, refrendadas por datos: la primera, muy recalcada por sus autores, la fuga de talento: el impacto del Distrito Digital todavía no se nota; y la segunda, el turismo y el sector inmobiliario siguen tirando del carro, lo cual está muy bien, pero debemos hacer más esfuerzos por otros campos con mayor valor añadido. De lo contrario nunca tendremos la competitividad suficiente para que la gente con talento perciba los sueldos que le corresponde y, por lo tanto, trabaje cerca de su casa.
Esperemos que este 10N aporte algo en este sentido.