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tribuna libre / OPINIÓN

Elche en Locarno

14/08/2021 - 

Como cada agosto, en la localidad suiza de Locarno, se realiza uno de los festivales de cine más importante del mundo, el tercero en antigüedad tras el festival de Cannes y Venecia, que reúne alrededor de 160.000 espectadores, 1.000 periodistas y 3.000 profesionales, convirtiéndola por once días en una auténtica celebración del cine de autor. Y hasta allí este año se ha trasladado uno de los cineastas más deslumbrantes del panorama actual, Chema García Ibarra. Este año, mientras en Elche otro agosto más no se puede celebrar la Festa por las prescripciones sanitarias de la covid-19 y se ha optado en rendir homenaje a las celebraciones patronales con mucha dosis de nostalgia en la toma de decisiones de dudoso gusto en la recuperación de la esencia festiva, el espíritu de la ciudad de Elche ha llegado a 1.600 km de distancia a través de la película «Espíritu sagrado».

Desde que el miércoles 11 de agosto la presentara en el certamen suizo rodeado de algunos de los protagonistas y miembros del equipo técnico, así como los productores de la película, no han dejado de crecer las alabanzas hacia la película. Ante la audiencia que asistió a la presentación, García Ibarra dio la clave para entender su trabajo: «Esta película está hecha en mi ciudad, Elche, en localizaciones reales con gente real, vecinos de mi ciudad. Ellos no son actores profesionales. Así que os invito a ver mi ciudad en la que vivo desde pequeño y a mis vecinos», mientras al tiempo la joven protagonista Llum Arqués hacía una foto con su polaroid a los asistentes con la misma naturalidad con la que el director la había dirigido en la película, una de las particularidades de su cine.

Los críticos cinematográficos tienen puesta la mirada en Chema García Ibarra desde sus primeros trabajos, no en vano, cuando empezó se convirtió en uno de los cineastas del futuro, pero hace ya tiempo que es uno de los cineastas del presente. Perdón, uno de los grandes cineastas del presente, como ha demostrado la buena acogida recibida por la película en el festival de Locarno aunque haya pasado demasiado desapercibida en Elche, una ciudad que lleva décadas buscando la forma de ser conocida fuera, a base de repetir los mismos tópicos en los textos de los folletos turísticos, de estar pendiente de los mismas preocupaciones patrimoniales. Precisamente lo que queda fuera de los focos es lo que ha atraído siempre a un cineasta que eligió hacer cine en su ciudad y lo consiguió, un cine alejado del núcleo de la industria no solo geográficamente sino formalmente. Su gran acierto, en un momento de uniformidad estética, ha sido cruzar la cultura popular que envuelve su vida −y que la disfruta como fórmula indisociable la una de la otra− con el aprendizaje de algunos maestros del cine que se han preguntado por las creencias religiosas en el seno de la sociedad, como Bresson, Buñuel, Rossellini o Godard. Inevitable, en una ciudad de fuertes tradiciones religiosas.

Mientras tanto, los ilicitanos seguimos deslumbrados por las proezas deportivas, atentos a satisfacer los clichés culturales, y en definitiva prestando poca atención al hecho de que una película rodada enteramente en Elche (sobre todo en el barrio de Carrús) creada por ilicitanos —es inseparable de Chema el trabajo artístico de Leonor Díaz— con un tema tratado desde las singularidades sociológicas ilicitanas, brille en un festival de cine de primera magnitud y pueda convertirse en la película del año. En Elche seguiremos pensando cómo hacer que Elche se reconozca en el mundo, mientras Chema García Ibarra grita su nombre desde el lugar más importante para su cine, y del que esperemos vuelva con su recompensa.

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