El turismo es esa cocktelera de emociones en la que las personas se mueven en función de determinados ímputs: oferta cultural, de servicios, playas, gastronomía y... paisaje. Hasta ahora podríamos decir que la relación calidad/precio ha pesado mucho, pero desde la pandemia han entrado en juego otros factores como el paisaje, la naturaleza, la no masificación y otros hitos, impulsados por las redes sociales. Posiblemente, en los criterios de elección de un destino siguen pesando los de siempre, pero las nuevas generaciones (también las actuales) tienen otros como la sostenibilidad, el cuidado del medio ambiente y los atributos de éste, es decir, el paisaje.
El paisaje es un intangible que ha ganado enteros en los últimos años, como la práctica del deporte popular, como el trail running o el ciclismo en cualquiera de sus vertientes. Ahora algunos destinos se eligen bajo ese criterio, más los servicios que oferta: buenas comunicaciones, la calidad de los establecimientos, oferta específica, patrimonio cultural vinculado al medio ambiente, etc.
Aporto esta reflexión porque el paisaje sigue teniendo amenazas: el urbanismo, por supuesto, aunque afortunadamente cada día hay más sensibilidad para la puesta en valor de los espacio únicos, y ahora, la proliferación de las plantas de energía.
Del urbanismo, insisto, hay que agradecer iniciativas como el Pativel que han permitido preservar todas aquellas zonas que todavía no tenían un proyecto aprobado. Quizás se pudo mejorar la tramitación del plan, pero en la balanza siempre debe pesar la preservación de los espacios con valor paisajístico. Siempre habrá polémica, pero cuesta entender que los políticos no pusieran en valor el paisaje. Sigue coleando el proyecto Cala Mosca en la zona litoral de Orihuela; ahora ha aparecido el proyecto de Patmore Resorts en Benissa y quién sabe si aparecerá otro en el futuro. Independientemente de los estados administrativos de cada proyecto, el paisaje es lo que les distingue y les de valor a cada uno de ellos. No hay que olvidarlo.
Con la renovables pasa otro tanto de lo mismo. La Comunitat Valenciana y, especialmente, las comarcas del interior, han sufrido un avalancha del proyectos. Unos en unas ubicaciones más aptas, otros en otras no tanto, de ahí el rechazo de algunos ayuntamientos, que no olvidemos que han suspendido licencias urbanísticas para evitar esos proyectos. En su día ya pasó con los aerogeneradores de la energía eólica. Una zona como los municipios de la Vall del Seta (El Comtat) ya lograron paralizar la instalación de parques eólicos.
Ante ambos casos, si hay una conclusión es que el paisaje es irreversible. Si se proyecta algo sobre un espacio de alto valor, se debe reflexionar bien lo que se pretende hacer. Ni entonces el urbanismo ni ahora las renovables deben hacernos perder de vista que el valor a preservar es el territorio, ese que ahora se ha convertido en un elemento decisivo para que una familia elijas unas vacaciones, un grupo de deportistas populares opten por una competición o un matrimonio europea decida comprar una segunda residencia.
Y pese a todo lo avanzado, sigue habiendo muchas amenazas, hasta el punto de que está provocando una respuesta ciudadana, en algunos casos, y cambios en lo político, en otro. Recientemente, los cambios en la Conselleria de Agricultura, primero con el cese de la propia consellera Mireia Mollà y ahora con algunos de sus cargos intermedios. El paisaje está detrás de todo.
Sigue habiendo golpes en el pecho sobre determinados proyectos. Ahora tenemos el reto de las renovables; pero en el futuro vendrá el de las infraestructuras -si algunas llegan a ejecutarse-, pero seguimos teniendo una valor diferencial al resto es el paisaje. Por desgracia, el cambio climático ha igualado a los destinos. La climatología ha dejado de ser un hecho diferencial, como lo han sido los servicios o la oferta hotelera y de playas. Sólo hay otro elemento con el que compiten los destinos, la movilidad y las comunicaciones. Sin movilidad (sostenible) y paisaje, no hay todo del resto. ¿De qué sirve un buen museo sin conexiones de transporte? ¿o una ciudad turística sin aparcamiento?. Aprendemos a base de golpes de realidad, y de crisis. Ahora con la guerra de Ucrania, también debemos repensar cómo construir mejor viviendas y edificios para aprovechar la energía, como defiende el profesor Carlos Pérez Carramiñana. Construir bien también es un valor para el paisaje (y para la economía).