Desde que llegó el ferrocarril a Alicante en 1858, se abrieron grandes oportunidades para la ciudad en todos los sentidos. Fue una de las primeras ciudades del Mediterráneo español en tener tren desde que la Reina Isabel II lo inauguró el 25 de mayo de 1858. Una de estas oportunidades fue el incipiente turismo. Muchos veían el viaje por ferrocarril como un sueño inalcanzable, suponiéndolo más apropiado para la aristocracia. Por su parte, las clases trabajadoras menos pudientes del interior de España soñaban bañarse en las playas y desde los balnearios situados en sus orillas. Para que estas pudieran viajar a Alicante en tren había que hacerlo posible. Permita que le cuente cómo pasó.
En la vida hay que tener talento e implicación en un objetivo para emprender grandes acciones. El periodista Ramiro Mestre Martínez lo tuvo, y se puso manos a la obra. Ya verá, fue ingenioso y se comprometió a poner en práctica una idea que a nadie antes se le había ocurrido. Así, entre 1893 y 1917 organizó viajes de turistas en tren desde Madrid a Alicante a precios económicos y con ofertas ventajosas para favorecer el viaje desde el interior a las playas alicantinas. Propuso vacaciones económicas a miembros de la clase media y baja y tuvo un éxito rotundo.
Estos viajes por ferrocarril se difundieron especialmente en el periódico La Correspondencia de España. Ramiro Mestre era el redactor de estas noticias, dejó escritas buenas y jugosas crónicas de estos viajes.
A su vez, Mestre bautizó a este tren con el nombre de botijo expreso y a sus pasajeros los nombró miembros de la Orden Botijil. Asignó su toque de humor al asunto para adornar su idea y celebrar su ocurrencia. ¿Tren Botijo, por qué? Para saciar la sed y el calor del recorrido, los pasajeros llevaban con su equipaje unos botijos de barro que mantenía el agua fresca durante todo el viaje. De ahí, este nombre.
La Compañía de Ferrocarril de Madrid a Zaragoza y a Alicante (MZA) aprobó la iniciativa de Mestre y distribuyó anuncios en Madrid por puntos estratégicos en el que se publicitaba el viaje. La oferta era pasar 11 días en Alicante, baños en el mar en la playa del Postiguet, verbenas en la Explanada, regatas, … "Madrileños, a refrescarse", era el eslogan, "fijando a tan inverosímil como misterioso el precio del billete a 12 pesetas, que ha conseguido levantar los cascos a multitud de familias, - contaba Mestre -, las cuales jamás pudieron creer habrían de visitar otro puerto que el del proceloso Manzanares, o a lo sumo el de la Virgen del Puerto".
Y el día para partir, tan esperado, ya no era una simple equis en el calendario. "Llegó el venturoso día! Se aproxima el momento histórico en que centenares de hijos del pueblo – escribió Mestre -, de entusiasmo henchidos, esperan disfrutar de las múltiples delicias que ha de ofrecer el tren botijo, o sea de recreo". Este tren llevaría a los turistas a sus soñadas vacaciones que, pronto, se iban a hacer realidad. El viaje era largo, polvoriento, masificado y no todo lo cómodo que le hubiera gustado a la mayoría. Varias horas tendrían que recorrer por el camino de hierro para llegar al litoral alicantino. Los pasajeros se lo tomaron con filosofía, le echaron imaginación, sentido del humor y ganas de viajar. Todo sería una anécdota, para pasar unas buenas vacaciones. El viaje duraba 20 horas desde la estación de salida hasta la de llegada. ¿Se imagina?, ¡¡ 20 horas !!, nada menos. Durante el trayecto había tiempo para todo. Se jugaba a las cartas, se cantaba, se reía, se hacían noviazgos y se deshacían, …
Los pasajeros se acomodaban en su vagón correspondiente como mejor podían. "La animación crece – nos cuenta Ramiro Mestre -. Varios individuos, provistos de unas piedras y algunos clavos, se preparan para hacer perchas donde colocar las americanas y demás prendas, mientras que otros colocan pañuelos en las ventanillas". Aunque el personal del tren lo impedía, los pasajeros volvían a la carga con su empeño, que lo primero era su comodidad. "No habíamos llegado aún a la estación de Villaverde – cuenta Mestre – cuando entre los turistas que ocupan el coche número 313 se desarrolló verdadero entusiasmo por continuar la obra emprendida poco antes de partir el tren de Madrid y evitada por los empleados de la empresa, y que consistía en colocar clavos en los testeros del carruaje para improvisar perchas. En efecto, diez minutos después el coche estaba convertido en una prendería. Se colgaron pañuelos, cazadoras, camisolas, botijos, botas con vino, botellas, cajas y todos los efectos que pudieran tener fácil colocación". Ya ve, buscaban comodidad dentro del vagón en un ambiente popular.
Los que van, tienen que volver algún día y cuando lo hacían todo eran parabienes de la experiencia vivida. Los veraneantes regresaban a Madrid entusiasmados y así se lo contaban a familiares y amigos. "El entusiasmo de la gente por trasladarse a la playa alicantina ha subido de punto, desde que los viajeros que constituyeron la primera hornada que se coció el 20 del mes último, regresaron hace tres días a Madrid, y han expuesto a sus convecinos sus impresiones de viaje, hablándoles de ¡la mar!". Además del viaje, de la playa, de la estancia en Alicante, la mar les impresionaba mucho. Imagine a esas gentes del interior de España llegar a una ciudad tan luminosa como Alicante, tan soleada, y tan cerca del mar, les dejaba boquiabiertos. Solo salir de la estación la brisa marina les acariciaba la cara, refrescaba su mirada, aclaraba sus ideas y emprendían su camino hacia el mar después de tan largo viaje.
Se hizo tan popular el tren botijo que por entonces se cantaba la copla "quien no viajó en tren botijo / ni tuvo juerga en su calle / ni lo quiso una morena… / ha venido al mundo en balde".
Y con esta popularidad, se adecentaron los trenes y la frecuencia de 6 a 10. Se acortó la duración del trayecto a 12 horas. Se mejoró la organización de los viajes. Todo sumaba para que año tras año aumentara el número de pasajeros y regresaran contentos de sus vacaciones.
La prensa alicantina no era ajena a este acontecimiento social. Así, el diario Alicante obrero publicó el 24 de junio de 1915 que "los botijos, el Patriarca de la Orden Botijil y el redactor de La Correspondencia de España don Ramiro Mestre Martínez, ha escrito una carta al señor alcalde, dándole cuenta de que los trenes especiales que este año visitarán nuestra población con motivo de la estación veraniega serán diez en vez de los seis que hasta el pasado año venían. Dichos trenes se confeccionarán con material nuevo y llevarán tres coches de segunda y diez y nueve de tercera todos corridos como los del correo y saldrán de la Corte a las seis de la tarde de los días 12, 18 y 26 de julio; 2, 9, 16, 23 y 30 de agosto; y 6 y 13 de septiembre; llegando a esta capital a las 6 de la mañana". Pasaban la tarde y la noche en el tren y llegaban a Alicante al amanecer, a su playa prometida, con ganas de pasarlo bien y de resarcirse de algunas de las incomodidades del recorrido.
Los pasajeros eran madrileños en su mayoría, pero también de otras localidades cercanas a la línea Madrid-Alicante. Ramiro Mestre las mencionó: Alpera, Almansa, Caudete, Villena, Sax, Monóvar Y Novelda.
El destino de los pasajeros del tren botijo no sólo era Alicante, también lo fueron los “pueblos inmediatos” y, en especial, Benidorm, que ya apuntaba maneras con el turismo y ofrecía precios más económicos que los de la Capital. A lomos de mula o en asientos de diligencia se distribuían aquí y más allá para llegar a esas localidades y disfrutar de un verano inolvidable.
Con el paso del tiempo se ampliaron destinos y trenes con la misma finalidad, sin olvidar el botijo. Viajarían a los Carnavales en Cádiz, a las fiestas de la Primavera en Murcia, a las Fallas de Valencia,… Ya sabe que lo que funciona, se copia. Pues eso.
Pascual Rosser Limiñana